Lorena Wolffer en el MAM o el héroe que no podemos ser

Por - 10/08/2015

 

I

 

“el trabajo de Lorena Wolffer es una dilema,

un pinchazo limpio cual mosquito en la piel”

 

 

Esa vez llegué a la exposición de Lorena acompañada de mi querido amigo director de teatro e investigador sobre la forma en que resultamos imaginantes. Fortuitamente, Lorena estaba ahí, dando una visita guiada a un grupo de jóvenes del programa “Encuentros” de la Fundación Javier Marín. Al final de la visita la artista confesó, “yo ya no trabajo más sobre la violencia con mujeres, aunque quizá sí, aún, en esta exposición. Ahora me intereso en generar espacios libres de violencia, espacios donde logremos convivir bajo otras dinámicas”. Volteé a ver a mi amigo y sonreímos cómplices.

 

La complicidad resulta de una coincidencia en la forma en que pensamos; de él aprendí a alejarme de lo heroico, a saber que para respirar el ritmo es importante. Era mi segundo año de universidad, entré a su clase con una soberbia que ahora me resulta ingenua, la soberbia de la teoría, de pensar que un concepto o una proposición puede operar en la vida fáctica como una falacia naturalista donde habría una supuesta correspondencia entre la capacidad de pensar o proponer y la de actuar. En esa época yo también buscaba una “crítica radical”. Era agosto, entró con un cortado sencillo y se sentó a hablar sobre el “sujeto moderno como héroe todopoderoso” capaz de llevar a cabo las más grandes hazañas de justicia y coherencia.

 

Nos contaba sobre la distancia que existe entre el héroe que queremos ser y la capacidad que tenemos de llevar a cabo nuestras promesas ante una nuestra nimia y contingente existencia; es decir, cómo buscamos reducir la distancia entre lo que imaginamos de nosotros mismos (y los demás) y nuestra capacidad de actuar (la capacidad de actuar del otro). De todo el curso, la Helena de Sueño de una noche de verano es quizá el personaje que mejor ilustra la manía del sujeto de querer que todos a su alrededor actúen como ella quiere que actúen, sólo porque ella lo desea, eliminando cualquier posibilidad de ver el deseo, la voluntad, la capacidad o posibilidad del otro. Nadie duda que Helena es honesta, su egoísmo es evidente; su demanda es válida, pero la forma en que quiere que Demetrio actúe es insostenible.

 

Al acabar la primera clase me acerqué y le pedí textos, argumentando que sus ideas me parecían interesantes, pero que necesitaba saber de dónde las había sacado. Ya había leído antes sobre los afectos, sobre la modernidad fallida donde el racionalismo lleva a la barbarie, sin embargo, siempre lo había asumido como algo exterior, no como la demanda que generaba sobre mí misma y sobre los demás. Me dijo que podía mandarme por correo los textos que necesitara, pero que la clase se trataba más bien de generar diálogo sobre la experiencia. La segunda clase, por decir algo, cambiamos la concepción de tiempo y espacio por la de situación.

 

II

 

 

 

“¿le preguntó sobre Genet?

digo, <<le pregunto>>”

 

Situación

 

Expuestas: registros públicos de Lorena Wolffer es una exposición que presenta el Museo de Arte Moderno, donde recopila 13 proyectos que la artista llevó a cabo entre 2007 y 2013 en la Ciudad de México teniendo como hilo conductor la violencia ejercida a mujeres. Quizá la clave está en el título mismo, específicamente en la palabra registros. “A mí no me gusta reducir las experiencias a cifras, sin embargo es un medio para visibilizar la información”, decía Lorena mientras explicaba su acción Encuesta de violencia a mujeres.

 

Se llevó a cabo en un módulo instalado en espacios públicos, en el que más de dos mil mujeres transeúntes respondieron de manera anónima a una encuesta en torno a las violencias. El uso de la encuesta sirvió como estrategia para abordar públicamente el tema; quienes reconocieron haber sobrevivido alguna violencia recibieron un botón rojo con el símbolo de igualdad tachado, las demás obtuvieron uno verde con el símbolo de igualdad intacto para colocarlo en su ropa.

 

Las preguntas eran bastante simples, pero cada respuesta traía al frente la memoria, la situación de violencia que la mujer habría vivido: ¿Alguna vez has sido receptora de violencia psicológica por parte de un hombre? ¿Alguna vez has sido receptora de violencia física por parte de un hombre? ¿Alguna vez has sido receptora de violencia sexual por parte de un hombre? ¿Aún mantienes una relación con esa persona? ¿Lo denunciaste a las autoridades? ¿Consideras que la violencia de la que eres o fuiste objeto está relacionada con el hecho de ser mujer? Dice Dilthay que interpretar es revivir, revivir ¿para qué?

 

En Encuesta y Memorial –pieza en donde el visitante a la exposición puede escribir los nombres de personas que hayan sufrido violencia, la estrategia consiste en visibilizar lo que ya sabemos, que en México la violencia a las mujeres va de la sumisión a la muerte. Aquí parece que el ejercicio se queda corto, ya sabemos qué tan desgarradora es la situación de violencia ¿cómo una encuesta o un memorial pueden ayudar a cambiar la situación? ¿qué posibilidad tendría el arte frente a la catástrofe? Parece que el alcance de estas acciones queda en el mero plano de la denuncia, que no es poca cosa, al tiempo que nunca será suficiente. Sin embargo aquí quiero hacer una pausa, una reflexión sobre la posibilidad del propio arte. Han existido momentos en donde el arte se ha querido llevar a la vida y a la acción, basta pensar en el productivismo ruso; sin embargo, Wolffer trabaja desde el margen de particularidad de acciones específicas, 13 dice la cédula de sala, con sus límites y posibilidades.

 

En ese sentido, aunque Lorena trabaja con un grupo de activistas que rebasa el campo del arte, desde psicólogas y sexólogas hasta abogadas, los ejercicios que ella hace están inscritos en la práctica artística. Es así que nos colocamos no en un plano del arte como forma, desde ese lugar las piezas de Lorena no funcionan porque no hay ni un pensamiento ni una solución que tenga como necesidad primordial lo formal, sino en el arte como situación y acción acotada. Cada una de las actividades llevadas a cabo por la artista buscan develar, denunciar, dialogar y sanar (simbólicamente) la violencia ejercida hacia las mujeres. Más allá de la denuncia y su posible eficacia, hay otras piezas que terminan en registros fotográficos, como Antimemorias: enmiendas públicas, un performance llevado a cabo en el zócalo de la Ciudad de México, donde el cuerpo de la artista sirve como plataforma en donde el público aplica métodos de sanción o Conversando la violencia donde ocho mujeres del albergue “Refugio de Fundación Diarq IAP” comparten con transeúntes del Parque España sus experiencias de violencia. Las fotos son sólo eso, lo que sucedió en el parque es inaccesible para el visitante a la exposición.

 

III

 

“es que no te has enamorado a tal punto

que se vuelve insoportable”

 

 

Cada una de la situaciones, cada una de las piezas de la exposición, sucedieron en otros espacios, la mayoría en el espacio público o en refugios y lo que vemos en el museo son tan solo registros, rastros de diálogo y vivencia intraducibles en el espacio museístico, he ahí el fracaso de la exposición. Pero ese fracaso es algo que se asumió curatorialmente desde un principio. Ni Lorena es el héroe que va a restituir el orden en el mundo, ni el museo puede reproducir una vivencia que sucedió en otro lugar, con personas y contextos específicos. Expuestas: registros públicos, es más bien una exposición de archivo, un sitio en donde se puede revisar lo sucedido, un montón de objetos y de historias que la artista ha trabajado no como espectadora, sino como parte del proceso de escucha, entendimiento, diálogo y simbólica sanación de la tragedia.

 

Lo que molesta un poco entonces es la “selfie de la artista”, entras a la exposición y ves una fotografía grandísima de Lorena, subes a la otra sala y lo mismo. Si bien la artista nunca buscó trabajar sobre formatos como el de performance delegado, es decir, pedir a alguien más que lleve a cabo la acción para abrir un margen más amplio de acción, lo cierto es que en las piezas el foco está puesto sobre las mujeres y sobre sus denuncias, lo cual se ve opacado por la presencia tan fuerte del nombre del autor, del nombre de la artista en la exposición.

 

Si decidí ir a la exposición con mi amigo el dramaturgo fue porque intuía que los ejercicios de Lorena se desplazaban a un lugar que tenía que ver más con la vivencia que con lo expuesto en el museo. Donde la idea de combatir justamente lo sucedido queda enmarcada en la posibilidad de pequeñas acciones como el diálogo, la recopilación de datos duros, la exposición de historias y otras actividades que no por singulares carecen de importancia para la gente con la que Lorena ha trabajado.

 

La mirada cómplice con mi amigo, de la que hablaba al principio de esta nota, tiene que ver con darnos cuenta de que es importante la denuncia, también la visibilidad de las situaciones trágicas e incómodas, pero que no basta con el látigo, que las transformaciones en el campo de lo social tienen que ver con las formas en que podemos imaginar, y ahí el arte es importante, por eso nos alegramos cuando Lorena dijo que más allá de la denuncia, lo que buscaba ahora eran nuevos campos de enunciación, de diálogo sin violencia. Una no sustituye a la otra, pero para habitar otro mundo, hace falta otro tipo de acciones más allá de condolerse.

 

 

La exposición puede visitarse en el Museo de Arte Moderno, DF

hasta el 18 de octubre de 2015.

http://www.museoartemoderno.com/lorena-wolffer

 

 

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