El seis de noviembre pasado, la corte uno de Hammersmith en Inglaterra ordenó la destrucción de gran parte del acervo pictórico y fotográfico del reconocido pintor Graham Ovenden. La orden no sólo contempla la obra del propio artista, sino que se extiende a fragmentos de su importante colección de fotografía victoriana, así como algunas obras del francés Pierre Louÿs y del pintor alemán Willhelm von Pluschow, de quienes el artista conserva algunas piezas.
La decisión del jurado ha escandalizado al circuito mundial del arte, y ha sumado diversos puntos tanto de defensa como de rechazo a la polémica resolución. Comencemos por lo básico: ¿por qué un jurado ha decidido que la obra de un artista debe ser destruida? Bueno, pues se ha aludido que el contenido de la misma es inmoral y daña las buenas costumbres.
Tal parece que en 2015 la destrucción de obras de arte será algo escandaloso y sobresaliente, apenas en febrero Thomas P. Campbell, director del Museo Metropolitano de Nueva York, hizo un llamado al mundo para condenar la destrucción de cientos de piezas que formaban parte de la colección del Museo de Mosul en Irak, la mayoría procedentes del imperio asirio, y de las cuales, en algunos casos no existía el debido registro o réplica.
Al igual que muchos otros grupos al frente de naciones o grupos de poder a lo largo de la historia, el Estado Islámico consideró que aquellas imágenes que se resguardaban en la colección y bodegas del museo iraquí eran peligrosas, ya que representaban las perversiones (en este caso religiosas) de una sociedad desaparecida, y el riesgo de repetición por la sociedad a quien se pretende gobernar o someter.
El caso del museo de Mosul es quizá uno de los más estremecedores de la historia reciente del arte, ya que podemos fácilmente encontrar registros de lo que sucedió; hombres con martillos y marros en mano caminando, despreocupados, por las salas mientras destruyen aquello que encuentran a su paso. Impensable y apocalíptico sería pensar en el mismo panorama dentro del Museo del Prado o el Museo de Louvre. Pensamos que cuando nuestros objetos de cultura y arte sean destruidos o carezcan de valor, esto ha de significar la última etapa del final de nuestra civilización.
Pero no pensemos que occidente es ajeno a esto; las guerras mundiales, los procesos armados, golpes de Estado y muchos otros movimientos socioculturales han conllevado la desaparición y destrucción de obras de arte, también hemos tenido miedo de las imágenes y de su poder.
Hemos aprendido a no destruir, a intentar no negar el pasado bajo la consigna de “no olvidar para no repetir”, los monumentos y recintos erigidos en los campos de concentración alemanes, o los puntos de impacto nuclear en Nagasaki e Hiroshima parecen decir que estamos dispuestos a lidiar con el horror de nuestra naturaleza; que no hay vergüenza o terror suficientes para ser enterrados y olvidados, nos enfrentamos socialmente con fragmentos de nuestra oscuridad para repensar constantemente quiénes somos y hacia dónde vamos.
Y es precisamente Ovenden, quien parece abrir una nueva veta en los debates sobre la imagen y sus límites; pintor condenado en 2012 a prisión por cometer pedofilia durante las décadas de 1970 y 1980, ahora se ve enfrentado con la destrucción de parte de su acervo pictórico, el cual llevaba más de tres décadas expuesto en lugares como la Tate Gallery (que retiró todo trabajo del artista de su página de internet, pero no de su colección) y el Museo Británico. No sólo hablamos de poco menos de medio siglo de exhibición y trabajo del artista inglés, sino de algunas fotografías que representan en su mayoría desnudos infantiles creados por fotógrafos europeos entre 1850 y 1900.
La juez encargada del caso ha argumentado que las obras presentan a niñas en posiciones sexualmente provocadoras y según la ley inglesa esto es todo lo que se necesita para que las obras sean catalogadas como inmorales y sujetas a su destrucción, ya que dentro de la legislación londinense el único juicio que importa al momento de decidir la naturaleza de una imagen o material gráfico en juicio es el propio juez. Además, no importa el contexto de las imágenes, si esta resulta ofensiva o dañina para algún miembro de la sociedad, puede ser sujeta a su destrucción; en este caso hablamos de algo que está entre el desnudo y el acto sexual (pornografía infantil explícita), es decir, la insinuación, la cual es claramente encontrada en las obras por los miembros del jurado.
Hablamos no de un artista homicida o ladrón; estamos hablando de alguien que ha sido enjuiciado y condenado por uno de los crímenes más perseguidos por agencias gubernamentales internacionales, y hoy por hoy considerado uno de los peores crímenes sexuales que es posible cometer. En la misma sociedad convive también la imagen de las grandes modelos occidentales que tiende hacia la delgadez extrema y la androginia propias de los pre púberes. Hay que destacar que la búsqueda en motores de pornografía a nivel mundial durante los últimos años siempre ha sido encabezada por la categoría teens (adolescentes) y que las casas productoras de porno constantemente alardean de tener a hombres y mujeres que, o bien aparentan tener menos de 18 años, o recién los cumplen al firmar sus primeras escenas.
Hay que imaginar si alguno de los encargados de dar el veredicto o de analizar a fondo las imágenes, alguna vez ha podido apreciar uno de los cuadros del genial Balthus, las fotografías de Lewis Carroll o las de Sally Mann, artistas que en su momento causaron polémica por llevar al espectador a pensar que los artífices de dichas imágenes estaban mostrando actitudes o rasgos sexuales en niños.
Es cierto que el caso del pintor inglés es mucho más complejo, puesto que no se habla de insinuación o rumor, sino que la ley vigente en su país lo ha juzgado y condenado por múltiples crímenes sexuales en contra de niños. Lo que está en el centro del debate no es una apología de la pedofilia, sino un cuestionamiento hacia la moralidad de las imágenes que observamos, y los mecanismos que regulan las mismas; lo que necesitamos plantear es el cómo y con base en qué se está decidiendo que destruir un trabajo artístico es reprochable totalmente, ya que al enfrentarnos a nuestros valores la línea no parece tan clara.
Si bien la resolución del jurado es apelable, es muy probable que gran parte de estas imágenes sean destruidas, con lo cual podemos preguntarnos ¿qué pasaría si decidieramos eliminar aquellas imágenes que son incómodas para la moral? No más anormalidades sexuales, sociales, mentales o de algún otro tipo; un arte correcto que analiza cuidadosamente la biografía de sus artistas antes de exhibir y analizar su producción, un arte en que el debate no encontraría lugar.