Arta Cerámica
- 15/06/2012
Por Víctor Alcérreca - 23/12/2015
“Todo gran poema, obra de arte y arquitectura tienen la tendencia a hacernos mejores personas. El arte en general nos suaviza, nos permite tener experiencias existenciales, sentimientos más refinados y emociones que de otra forma no tendríamos.”
Juhani Pallasmaa
Desde su nacimiento, la Fundación de Arquitectura Tapatía Luis Barragán ha tenido entre sus tareas fundamentales la conservación y la difusión de la belleza. La casa y el estudio que el arquitecto mexicano habitó durante las últimas décadas de su vida, en la calle de Francisco Ramírez, es la huella física de un legado intelectual, de una manera de ver el mundo en la que la belleza cimienta una vida más humana.
La casa es hoy un lugar de aprendizaje. Por sus espacios serenos y memorables transitan diariamente –entre arquitectos, estudiantes, diseñadores, artistas- los buscadores de belleza que desde todo el mundo llegan hasta el Barrio de Tacubaya de la Ciudad de México en busca de una experiencia emocional e intelectual significativa. La casa es un lugar vivo. Y por su valor como síntesis elevada del pensamiento humano fue declarada Patrimonio de la Humanidad en el año 2004.
Esta obra maestra de la arquitectura moderna tiene además de visitantes, vecinos. “Cuando Luis Barragán, hacia 1940, decidió vivir en Tacubaya” escribe Juan Palomar “realizó una elección deliberada y trascendente. No en una ‘colonia residencial’, ni en un nuevo fraccionamiento de lujo y exclusividad: sino en un barrio tradicional y popular, poblado por artesanos, empleados, obreros. Vecindades, talleres, tortillerías, pequeños comercios: la vida del pueblo llano, sus problemas, sus costumbres y fiestas”. Un lugar con calles transitadas y habitadas por niños, como todo buen barrio de esta ciudad.
Desde que la Casa Barragán se abrió al público como museo, sus responsables comprendieron la necesidad de preservar vínculos fuertes con sus vecinos. Como parte de estos lazos, se propusieron diseñar programas que sirvieran de contrapeso al deterioro que ha vivido la zona. Contribuir en la mejora de la vida de sus habitantes no es sólo un gesto solidario o generoso: es acto coherente con el ideario humanista que la obra representa. Aunque espacialmente la casa se recoja hacia su jardín, no puede olvidarse en un sentido más amplio de su calle. Así, con el apoyo de los departamentos de servicio social de diversas universidades e instituciones educativas, acompañados también de empresarios y miembros activos de la sociedad civil, han logrado implementar exitosamente estos programas.
Su mejor historia de éxito es el programa de talleres gratuitos de arte y arquitectura. Los talleres están dirigidos a los niños de zonas urbanas desfavorecidas, con especial atención a la comunidad inmediata del Barrio de Tacubaya. En los talleres se ha hecho especial hincapié en el aspecto lúdico y pedagógico, resultado de una estrecha colaboración entre arquitectos, diseñadores, artistas, psicólogos y médicos, que colaboran con un enfoque interdisciplinario. Se trata de desarrollar las capacidades creativas que los espacios y el acervo de la Casa Luis Barragán provocan como fuente de inspiración, en un primer término. Acompañados por sus guías y por el jardín, los niños conocen y reinventan la obra del propio Barragán, la pintura de Chucho Reyes, los dorados de Mathias Goeritz, los homenajes al cuadrado de Josef Albers. Pero más allá de un típico taller de iniciación artística, el objetivo es abrir caminos de crecimiento y de comunicación hacia la solución de problemáticas personales y sociales.
Extraigo a continuación las ideas centrales del planteamiento hecho por las profesionistas a cargo del taller:
El programa se enfoca en el trabajo con niños entre 6 y 12 años -etapa denominada infancia media- que se define como un periodo caracterizado como post-infancia y pre-adolescencia; donde los niños comienzan a descubrirse a sí mismos como seres autónomos. Es en esta fase donde se vuelve crítico tomar en cuenta sus cambios, no sólo a nivel físico, sino emocional, porque se adquiere la conciencia de supervivencia a través de experiencias individuales y las condiciones emocionales en que las vive le dan el impulso para desarrollarse. La sensibilidad y disponibilidad de los niños está lista para recibir y asimilar experiencias.
Al involucrar a los niños de esta manera, se intenta reafirmarlos física y emocionalmente, al tiempo de combatir bloqueos que los insensibilizan para entender, disfrutar e inclusive participar como creadores de su propia expresión artística. Es en este proceso que comunican ideas, expresan sentimientos, observan detalles del entorno que fortalecen positivamente su autoestima, se acercan al aprendizaje y la apreciación de diferentes puntos de vista e interactúan socialmente, logrando un crecimiento individual.
Con esto se busca contribuir de forma integral al desarrollo de un grupo social vulnerable, promoviendo actividades que permitan fomentar un sentido de pertenencia a un grupo organizado más allá de lo familiar y del interés individual, lo que posibilita una participación activa y consciente desde el ámbito de lo cotidiano. En esencia, se ofrece a los niños, jóvenes y padres de la comunidad un espacio de expresión libre y seguro.
Para comprender mejor el planteamiento de este programa es necesario detenerse en la problemática actual del barrio, las Colonias Daniel Garza y ampliación Daniel Garza, que representan el entorno en el cual la Casa Luis Barragán se inserta. Pobreza, adicciones, desempleo y niveles precarios de educación, son asuntos con los que la comunidad convive a diario. La falta de recursos suficientes repercute en la educación: a menor ingreso familiar, mayor dificultad para proveer de los servicios que las familias pueden proporcionar a sus niños durante el tiempo que dedican a su formación escolar.
Si bien el programa se enfoca en los niños que tienen una vivienda establecida, alimento y algunas necesidades cubiertas, estos no están exentos de sufrir las problemáticas antes mencionadas. Partiendo de estas características es muy difícil que los niños aprendan a comunicar sus observaciones, pensamientos y sentimientos, lo que puede ocasionar que poco a poco crezca el número de necesidades insatisfechas y su incapacidad para resolverlas. La dificultad de acercamiento a través de la comunicación verbal lleva al distanciamiento social.
Los testimonios espontáneos de los niños de Tacubaya reafirman lo que en el discurso solemos reconocer: la Casa Luis Barragán es sobre todo un espacio de paz, de silencio. Ese silencio puede ser contemplado o puede ser ocupado por el juego, la comunicación y el aprendizaje. A través de ellos, la casa supera su función contemplativa –siempre atesorada para el resto de sus visitantes- para convertirse en oasis; en refugio para imaginar, jugar y expresarse. La casa pierde su condición de monumento abstracto, de imagen sacralizada, para ganar la fuerza de un espacio habitado, disfrutado.
En coincidencia con Juhani Pallasmaa, las personas cercanas a la casa creemos que la función de la gran arquitectura no se reduce a provocar el pensamiento de nuevos arquitectos: es sobre todo la de contribuir a formar mejores personas. A su manera, lo escribe también Alain de Botton en La arquitectura de la felicidad:
“La creencia en la relevancia de la arquitectura se basa en la idea de que somos, para bien o para mal, personas diferentes en lugares diferentes – y en la convicción de que es tarea de la arquitectura retratarnos de manera vívida a quien idealmente podríamos ser-”
Concluida su vida como refugio personal, monástico y autobiográfico, la casa marcada con el número 14 de Francisco Ramírez puede congregar ahora a personas diferentes para imaginar una existencia digna y marcada por la belleza.
Nota: La Fundación de Arquitectura Tapatía Luis Barragán envió una versión de este texto -acompañado por una video que retrata la experiencia del taller de arte- a la convocatoria para integrar la presentación de México en la 15ª Muestra Internacional de Arquitectura Bienal de Venecia 2016.