FARO Tláhuac: Once años tejiendo redes

Por - 29/06/2017

Hace menos de cuarenta años no existían caminos o avenidas en Tláhuac, incluso muchas de las colonias que hoy existen solían ser campos de cultivo de nopales, maíz y otros productos básicos para la ciudad. El tiempo y la mancha urbana han cobrado factura, hoy aquella “pequeña provincia dentro del D.F.” ha pasado a ser una de las zonas en expansión de la ciudad, con colonias jóvenes de entre veinte y cincuenta años de edad, que contrastan con los siete pueblos originarios de la región. Comunidades que han resistido al paso de los años y al salvaje entorno para conservar sus fiestas patronales, oficios, familias fundadoras y más, a pesar de la poca atención gubernamental y de no ser un territorio prioritario para la CDMX.

Hace pocos años la llegada de la línea 12 del Metro significó un cambio radical en la forma de vida de esta zona, más negocios, distintas rutas de transporte y menor tiempo de traslado; pero también trajo la consecuente degradación social que ha tenido lugar en los últimos años. Primer lugar en feminicidios a nivel Ciudad de México, sitio de alta marginación social y recientemente sitio de génesis del “Cartel de Tláhuac”, una zona compleja de contrastes donde los habitantes intentan resistir los embates del cambio.

Veinte años atrás era impensable vislumbrar un espacio cultural comunitario que tuviera un impacto real en la cercanía, tan solo existían las casas de cultura regionales y la Orquesta Sinfónica Juvenil de Tláhuac que a veces eran insuficientes, pero siempre realizaban cosas extraordinarias con pocos recursos y mucha ayuda de los usuarios, que intentaban llevar a buen puerto las distintas actividades que se proponían en cada uno de estos modestos sitios.

Ante un panorama tan complejo, hace once años surge la Fábrica de Artes y Oficios (FARO) Tláhuac, ubicada dentro de una hectárea del Bosque de Tláhuac, parque artificial creado en 1993 dentro de un terreno en el que fueron vertidos escombros del sismo de 1985. La fábrica se ha convertido en una opción por excelencia para el acceso a la cultura y la creación de tejido social por medio de la convivencia. En una entrevista con motivo de su aniversario, Alejandro Rincón Gutiérrez, responsable y coordinador de la FARO, explica que ha sido complejo llegar a convertirse en una opción para fomentar el consumo cultural al oriente de la ciudad.

Gutiérrez dice que la ubicación del inmueble, dentro del único corredor de esparcimiento en la delegación que consta del propio bosque, de una alberca olímpica y una pista de hielo ha significado un punto clave para el éxito de esta pequeña comunidad, puesto que la gente se acercó por curiosidad o simplemente por conveniencia al espacio. Al principio quienes se acercaron fueron las madres de familia, que al buscar actividades para sus hijos encontraron que los talleres eran de su interés, hasta llegar al día de hoy, donde el público está conformado casi en un 60% por mujeres.

Y en una delegación donde los feminicidios tienen una taza muy alta al igual que la violencia intrafamiliar y patrimonial hacia mujeres esto no es una cosa superficial: puede representar una especie de emancipación para algunas mujeres que vienen aquí, puesto que —como explica el entrevistado— ellas “se han ido ganando” el derecho de estar en estos talleres y actividades, al ir teniendo en claro que necesitan un espacio y tiempo propios para el disfrute cultural, mientras que algunas otras han encontrado en los talleres de oficios una entrada de ingresos propios, al vender los productos que aprenden a fabricar o cultivar en cada uno de los talleres.

La FARO es también un refugio y opción ante la violencia que tiene lugar dentro de los puntos rojos que rodean a este espacio. Más allá de ser un espacio seguro, se muestra a los miembros de la comunidad que existen otras opciones, modelos de pensamiento y vida más allá de un entorno violentado por el narcomenudeo, la desigualdad y otras circunstancias. “Se les ofrece una visión nueva a través de la cultura, e incluso proponemos otros modelos de vida basados en los oficios y su ejecución”, en un entorno con altos índices de deserción escolar y altos niveles de marginación social, parece que este espacio es una opción de resistencia al entorno, por medio de la comunión ciudadana.

La Fábrica de Artes y Oficios no solo provee un espacio de aprendizaje, es también una vitrina que puede mostrar tanto el trabajo de artistas regionales como de otros puntos del orbe. Durante más de una década se ha formado una “red local de colaboración” donde existe un intercambio con distintas universidades y colectivos cercanos a las problemáticas de la zona, es así que la Universidad Autónoma de la Ciudad de México plantel Tezonco, la Universidad Marista y muchas de las escuelas de los alrededores de nivel básico y medio, se han relacionado con este sitio, así como algunos actores geográficamente más lejanos como la UNAM o el Centro Cultural de España en México, entre otros.

A once años de su fundación, el panorama que rodea a la Fábrica se convierte en algo cada vez más complejo, en una zona que ha cambiado vertiginosamente y que está lejos de encontrar estabilidad social o urbana, los retos serán distintos con mayor frecuencia. Al ser un espacio que se ha ido autoconformando y que depende de la misma población y de sus necesidades y aprendizajes para existir, quizá este trayecto sea más sencillo para convertirse ya no sólo en un recinto cultural, sino en un espacio ciudadano de resistencia a los embates de la urbanización, la violencia y la modernidad.

 

 

Fotografía: “Exodos Ambulantes” de Karloz Byrnison, 19 de Febrero 2011; Faro Tlahuac; Función LOS DOS ESCOBAR; Festival AMBULANTE.

 

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