Fuera de los muros entre los cuerpos
portavoz - 18/02/2019
Por portavoz - 30/09/2015
Imagen 1. Conjunto habitacional abandonado en la Sierra Norte de Puebla, 2011. Foto: Isadora Hastings
México es el tercer país con mayor biodiversidad del mundo y como consecuencia ha generado una riqueza cultural única mediante el conocimiento del territorio y el medio ambiente que sus pobladores han adquirido durante siglos, creando numerosas técnicas para transformar los recursos naturales de su medio en bienes de uso, entre estos, su vivienda.
Imagen 2. Paisaje de la Montaña Alta de Guerrero, Comunidad el Obispo, Malinaltepec. 2014. Foto: Isadora Hastings
De esta manera, los materiales naturales locales han servido para construir viviendas adecuadas para las condiciones climáticas, geológicas y socioculturales de las diversas regiones del país. Esto ha generado una gama de soluciones constructivas que han aportado un sinfín de tipologías de vivienda que responden a los usos y costumbres de las distintas culturas originarias del país.
Dentro de esta diversidad biocultural, la vivienda ha sido y es un elemento de riqueza cultural. Sin embargo, en las últimas décadas se ha generado la pérdida sostenida de este conocimiento debido a diversos factores como la migración y la transculturización. Actualmente el problema se agudiza debido a las políticas gubernamentales de homogenización de vivienda.
Imagen 3. Vivienda Maya, Quintana Roo, 2015.
Vivienda Mixteca, Oaxaca, 2013.
Vivienda Totonaca, Veracruz, 2011.
Vivienda Nahua, Morelos, 2010.
Vivienda Costa Pacífico, Oaxaca, 2011.
Vivienda Masehualmej, Puebla. 2011.
Lo anterior lleva a las comunidades a una inmediata pérdida de autosuficiencia y una mayor vulnerabilidad. Por un lado, las personas que construyen con materiales y técnicas locales, ya no lo hacen de manera adecuada, como lo hacían sus ancestros. Por otro, las viviendas que el gobierno les construye con materiales “modernos” limitan su intervención y mantenimiento por no contar con los recursos cognitivos y económicos para utilizar ese tipo de materiales.
La política de vivienda tuvo un cambio sustancial en el año 2000, una vez entrado en vigor el Tratado de Libre Comercio: entregó la planeación, construcción y financiamiento de las unidades habitacionales de “interés social” a la iniciativa privada. En el sexenio de Salinas de Gortari, se cambió la legislación para que el suelo ejidal se pudiera comercializar, dando lugar a la venta de terrenos en las periferias urbanas donde se construyeron cientos de conjuntos habitacionales.
Este cambio en la política de vivienda tenía como objetivo cubrir el déficit de vivienda para los trabajadores derechohabientes del Seguro Social que ganan a partir de tres salarios mínimos, y que a través de la subcontratación de empresas inmobiliarias se permitiera producir más y cubrir la elevada demanda. Entre 2000 y 2010 se otorgaron 9.38 millones de financiamientos[1], en todo el país, para la adquisición de este tipo de viviendas. Esto trajo como consecuencia el hecho de que la prioridad estuviera enfocada más en la cantidad que en la calidad.
Imagen 4. Conjunto Habitacional San Buenaventura con 23,000 viviendas, Ixtapaluca, Edomex, 2005. Foto: Isadora Hastings
El diseño de estas viviendas, que no considera las distintas estructuras y características familiares, provoca la homogenización de la forma de habitar. De este modo, familias de 6 integrantes tienen que acomodarse en dos dormitorios (viviendas de entre 36m² y 50m²), repercutiendo de manera negativa en la habitabilidad. Además el hacinamiento de viviendas y su ubicación perjudica las dinámicas de población, la economía de las familias y la movilidad en las ciudades. El resultado es que el “producto” – como es concebido desde la lógica inmobiliaria- no resuelve el problema de los demandantes y actualmente un 30% de dichas viviendas están abandonadas.
Sin prestar atención a lo que ha sucedido en estos conjuntos ubicados en zonas sub-urbanas, ahora se está trasladando este modelo de vivienda a las comunidades rurales como un intento de solución habitacional, tanto para las poblaciones en situación de desastre, como para las poblaciones marginadas.
Imagen 5. Tipología de vivienda, región montaña de Guerrero, 2013. Foto: Isadora Hastings
Un ejemplo, entre muchos otros Estados de la República, es el caso de la Montaña de Guerrero, donde se asientan poblaciones Me´phaá (Tlapanecos), Nu´savi (Mixtecos) y Nahuas, familias de seis a diez personas, que en su mayoría viven en casas de adobe de 50m², con techos de lámina a dos aguas con pronunciada pendiente, cocinas separadas de 16 m², baño precario fuera de la casa, rodeado todo por huerto, milpa y espacio para animales de corral.
Los espacios se configuran de acuerdo a sus usos y costumbres, donde por lo general hay un altar, espacio para almacenar, pocas o ninguna ventana; la cocina siempre separada del resto de la casa, es el lugar de reunión donde se encuentra la hoguera; y sus entradas y salidas responden al uso de una familia extensa, la cual tiene espacios comunes y privados dentro de lo que los citadinos concebimos como una sola vivienda.
A dos años de los huracanes Ingrid y Manuel que azotaron la región, la población sigue sufriendo las consecuencias de haber perdido sus casas o que éstas se encuentren afectadas. Hay que recordar que más de 4,000 viviendas resultaron dañadas en más de 183 comunidades, con afectaciones también a los cultivos y terrenos, en un territorio con innumerables deslaves y donde el riesgo está presente constantemente en 12 municipios de los 19 que conforman la región montaña.
La mayoría de los daños encontrados en las viviendas, se debían a omisiones o deficiencias en las técnicas constructivas con que se hicieron. Esto es producto de la pérdida de conocimiento ya que las viviendas más antiguas que sí estaban bien construidas, no sufrieron daños.
Por otro lado, hay que mencionar que las condiciones geológicas de la Montaña, la convierten en un lugar más vulnerable para habitar que muchas otras zonas del país. La composición de los suelos, las pronunciadas pendientes y la actual deforestación, provocan deslaves, situación que se acrecentó de manera considerable durante los eventos climáticos del 2013.
Así también su ubicación geográfica está clasificada como zona de alto riesgo sísmico y con altas velocidades de viento (huracanes), por lo que se debe prestar especial atención a estos riesgos al construir viviendas.
Imagen 6. Vivienda construida por instituciones públicas, en la región montaña de Guerrero, 2015. Foto: Isadora Hastings
A dos años de la catástrofe, las comunidades siguen casi en las mismas condiciones. Un grupo de geólogos de la Universidad Autónoma de Guerrero, han dado seguimiento al problema y han detectado más de tres comunidades con grandes grietas en las partes altas de las montañas, donde se asientan poblaciones de 62 a 90 familias que viven con alto riesgo de deslizarse. El Consejo de Comunidades Damnificadas de la Montaña ha reportado daños en alrededor de 3,900 viviendas, distribuidas en 183 comunidades, en 12 municipios.
El gobierno ha trabajado en la reconstrucción de viviendas en unas seis comunidades, cuyos resultados después de un año son preocupantes por el grado de deterioro en el que se encuentran las casas recién construidas.
Imagen 7. Viviendas construidas por instituciones públicas, Unión de las Peras, Malinaltepec, Guerrero, 2015. Foto: Isadora Hastings
La política de vivienda trasladada del ámbito urbano al rural es notablemente inadecuada y afecta considerablemente las formas de vida de las familias rurales. Los diseños no toman en cuenta que la vivienda rural, a diferencia de la urbana, es productiva. Por lo tanto los espacios están diseñados por sus habitantes, para además del uso intrínseco de la vivienda, poder producir, limpiar y almacenar los productos del campo, principalmente el maíz. En palabras de Guillermo Bonfil: “En torno al maíz se ordena el espacio, pues por sí mismo determina dónde debe cultivarse, almacenarse y consumirse. Cada acción tiene lugares y tiempos determinados”.
Imagen 8. Vivienda hechas por sus habitantes, El Obispo, Malinaltepec, Guerrero, 2014. Fotos: Isadora Hastings
Dentro de la economía de mercado que cada vez está más cerca de todos los procesos productivos, la vivienda pasó de ser un derecho fundamental a ser ahora una mercancía, “el papel del Estado se transformó de proveedor en facilitador y sus derechohabientes en clientes del mercado habitacional”[2] .
Imagen 9. Vivienda construida por Instituciones públicas, la Lucerna, Malinaltepec, Guerrero, 2015. Foto: Isadora Hastings
Las viviendas que se están construyendo mediante esta política en la Montaña de Guerrero y en el resto de las zonas rurales del país, miden de 36m² a 40 m², para familias de 6 a 12 integrantes, y están dispuestas una a lado de la otra, en conjuntos, sin considerar espacios productivos. Se construyen con materiales industriales en vez de los locales, que como ya se mencionó no responden a las necesidades climáticas, culturales y socioeconómicas de las comunidades.
Además existe una preocupación acerca de estas construcciones debido a que las viviendas muestran ciertos deterioros en sus materiales y estructuras. Por un lado, es notorio que las corrientes de agua han socavado el suelo por debajo de las losas de cimentación (señal de que no es la manera adecuada de cimentar en esa zona), lo cual ha generado asentamientos y agrietamientos en muros. En el caso de las instalaciones sanitarias, algunas casas cuentan con tubos que salen del baño y desembocan directo al patio. En otras, la instalación de biodigestores no funcionó, ya que dada la alta precipitación de la montaña, emergieron por flotación del subsuelo y se encuentran inservibles. La intensa lluvia y alta humedad permean el block de cemento provocando humedades en los interiores.
La poca altura de las losas de concreto (o vigueta y bovedilla) que cubren estas viviendas de block, hace que las altas temperaturas imperen dentro de la casa, además tienen la misma pendiente del 2% que los techos construidos en otras regiones climáticas del país, sin tomar en cuenta que la precipitación de la Montaña es mucho más alta, lo cual ha derivado en que a los seis meses de habitarse, los techos ya presenten filtraciones. Hay que recordar que en las comunidades marginadas y alejadas resulta imposible comprar impermeabilizante para dar mantenimiento a los techos.
Asimismo será imposible cambiar los vidrios de las ventanas cuando se quiebren, no hay manera de que la casa reciba mantenimiento por parte de sus habitantes. Habrá que esperar para ver en qué tiempo se convierten en ruinas inhabitadas.
Como se mencionó anteriormente, la cocina rural es el lugar de reunión, donde se junta la familia alrededor de la hoguera. En las viviendas que entregó el gobierno, la cocina se reduce a una tercera parte del espacio de la estancia, que además de ser cerrada, no cuenta con un lugar para instalar una estufa (al menos ahorradora de leña) para cocinar, porque en estos lugares el gas simplemente no existe. ¿Es muy difícil entender que donde no hay gas, la cocina no debe ser igual?
Se han puntualizado algunas de las inadecuaciones de los proyectos de vivienda que no responden a las necesidades, usos y costumbres de las poblaciones. Pero tal vez más importantes son los riesgos a los que están expuestas las poblaciones al construir viviendas en terrenos vulnerables, sin realizar pruebas y análisis que resultan básicos antes de llevar a cabo cualquier tipo de construcción.
Imagen 10. Tipología de vivienda Cacahuatepec, Guerrero, 2015. Foto: Isadora Hastings
Imagen 11. Vivienda construida por instituciones públicas, Cacahuatepec, Guerrero, 2015. Foto: Isadora Hastings
La homogenización de la vivienda, desde el punto de vista de diseño, tiene su origen en “el prototipo”. Es común hacer prototipos para todo tipo de construcciones, esto deja fuera de consideración las situaciones de riesgos de cada lugar en el país. Así, a las viviendas de tabicón no se le notan consideraciones especiales en sus estructuras para esta zona sísmica, el mismo prototipo construido en la Ciudad de México o en Mérida, se llevó a la Montaña, donde los requerimientos de seguridad son completamente distintos.
Imagen 12 y 13. Vivienda construida por el FONDEN (Fondo Nacioinal para Desastres), Cacahuatepec, Guerrero, 2015. Fotos: Isadora Hastings
Los programas gubernamentales de homogenización de vivienda parecen una epidemia que avanza por todo el país, arrasando con la diversidad de soluciones constructivas adaptadas a sus distintas regiones. En su lugar, se construyen casitas de block de cemento, algunas pintadas con colores llamativos (un intento de estética que no mejora la habitabilidad), y que van llegando a innumerables comunidades, como una mala alternativa de solución a la enorme marginación en la que viven.
Imagen 14. Vivienda construida por instituciones públicas, la Lucerna y Unión de las Peras, Malinaltepec, Guerrero, 2015.
En vez de rescatar, dignificar y contribuir con la sabiduría de los pobladores, para mejorar las soluciones ya existentes de vivienda que están adaptadas a sus diversos contextos, se está provocando la extinción acelerada del conocimiento que durante años ha costado construir, para dar paso a la mal entendida “modernidad”, cuya expresión simbólica se encuentra, para muchas comunidades marginadas, en el uso de materiales constructivos industrializados, convirtiendo a la vivienda en una aspiración de la mayoría y un pretexto para la homogenización de la diversidad cultural a través de la política habitacional.
Imagen 15. Diseño de vivienda para refugio posterior a desastres, Malinaltepec, Guerrero, 2013. Foto: Isadora Hastings.
Es necesario recuperar el interés por el estudio y la preservación de las técnicas y materiales de construcción vernáculos. Se ha demostrado, por ejemplo, que el adobe es un excelente material que cuenta simultáneamente con las propiedades de aislamiento térmico, resistencia, bajo costo y ecología para construir viviendas adecuadas, dignas y seguras. También queda demostrado que si se construye adecuadamente con el conocimiento que aún perdura entre algunos pobladores es tan durable como cualquier otro material. Malinaltepec, uno de los 19 municipios que conforman la región de la Montaña de Guerrero, cuenta con viviendas de adobe, que han estado allí construidas desde hace más de 100 años y siguen erguidas, incluso algunas de ellas en dos plantas.
Imagen 16. Tipología de vivienda Me´phaá, 2 niveles, Malinaltepec, Guerrero, 2013. Foto: Isadora Hastings
El diseño arquitectónico es responsable de satisfacer las necesidades habitacionales, de diseñar para la población y en el caso rural esto es un gran reto porque se requiere responder a las complejas realidades que son una relación entre los bajos recursos económicos, la marginación, los saberes tradicionales, los usos culturales del espacio, las condiciones climáticas y la ubicación geográfica, variables que se conjugan todas y cada una en la formulación de un diseño responsable y adaptado. Así también deberá dejar a un lado el ego de realizar diseños “innovadores” o con estéticas que además de ser ridículas en comunidades marginadas, no contribuyen a las necesidades mencionadas.
La vivienda es un derecho, es un proceso, un bien de uso, es cultura, no es una mercancía. Al ser un derecho, debe brindar seguridad, de ahí la importancia de su adecuación al contexto, para asegurar también la habitabilidad. Sólo la adecuación y adaptación de las viviendas a las necesidades geológicas, topográficas, hidrológicas, climáticas y socioculturales de la población, llevará a realizar soluciones habitacionales que permitan conservar nuestra diversidad, enriquecer la cultura y evitar la homogenización de la vivienda.
Texto: Isadora Hastings y Gerson Huerta
[1] Tercera conferencia de vivienda y desarrollo urbano sustentable (Hábitat III). Reporte Nacional de México, 2014. Pg. 43.
[2] Ortiz Flores Enrique, Producción Social de la Vivienda y el Hábitat, pg. 25, Ed. HIC, 2012.
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