El buen diseño

Por - 14/03/2013

Es un honor poder colaborar con portaVOZ ya que es uno de los proyectos de promoción y divulgación más importantes de México. Es un medio que se toma muy en serio el tema de compartir historias de arquitectura, arte y diseño, sin tomar partido y sin ser protagonista de lo que se cuenta. Por esto, cuando me plantearon la propuesta de colaborar con una columna mensual, me sentí halagado y motivado ya que  me brinda la oportunidad de expresar ideas y conceptos y compartir metodologías que a diario los diseñadores y creativos usamos de distintos modos, en algunos casos conscientes y en otros de manera inconsciente y empírica.

Por el ADN propio de portaVOZ considero que el tema obligado para esta primera colaboración tendría que ser el “diseño mexicano” o mejor decir el “buen diseño mexicano”. Pero, quién puede tener la última palabra sobre cuál es bueno y cuál no. Podríamos tener interminables discusiones bizantinas queriendo categorizar, encasillar o separar lo bueno de lo malo si el filtro fuese sólo el gusto personal. Sin embargo, tomando en cuenta la opinión de Herbert Spencer, en diseño la relación del diseñador con el contexto es asimétrica y desequilibrada; el contexto pesa mucho más que el diseñador mismo. El “buen diseño” interpreta y analiza completamente su entorno y elimina al autor o “genio” que firma el trabajo, como en el campo del arte. Para esto es necesario conocer la imagen pre-formada que se tiene del objeto a diseñar, el cómo y dónde se inserta, así como los códigos culturales que la gobiernan o las fuerzas culturales que la situaron en ese punto. Sólo con una mirada consciente de esto, el diseñador puede desplazar esta imagen de su centro para originar verdadera innovación. En estos términos planteados por Herbert Spencer, el buen diseño corresponde a una buena forma de interpretar el presente e imaginar el futuro desde un lenguaje propio y adecuadamente aplicable.
En los últimos años el “diseño mexicano” se ha posicionado de manera global e incluso está de “moda” gracias al trabajo diario de todos los que de una manera u otra hacemos diseño, de quienes gestionan los proyectos, de quienes lo consumen, lo venden, lo publican o lo exponen. Todo esto ha contribuido a construir ya el nombre: “diseño mexicano”.

Constantemente me preguntan cómo defines al diseño mexicano y respondo: lo defino como el diseño hecho por mexicanos o el hecho en México. Ésta respuesta parecería obvia pero en realidad no lo es, ya que el trabajo del diseñador es el de responder a preguntas tales como: el qué, el cómo, el para qué y el dónde, siendo esta última muy importante ya que lo que define al diseñador es la forma en que mira e interpreta al mundo a su alrededor. Y si éste entorno es México la información, los colores, la música, la historia y la cultura que le rodea le centrarán en un contexto único.

Ahora, escribir del “buen diseño mexicano”, me obliga a separar los diseños reconocidos a nivel mundial, publicados y fotografiados hasta el cansancio -de los cuales afortunadamente hay muchos ejemplos- de los otros “buenos diseños mexicanos”. Son aquellos que no aparecen en revistas, ni son ubicados como diseños de autor. Existen muchos buenos diseñadores que trabajan en la industria y generan objetos usados por miles de personas a diario, tales como los que se producen para el mercado de los electrodomésticos. Y aún podemos hablar de  diseños mexicanos que siguen fabricándose sin que se conozca siquiera quién los imaginó, como los humildes exprimidores de naranjas o los tortilleros. Si los analizamos bajo la óptica de Dieter Rams -director de diseño de Braun que influenció incluso el diseño de Apple– descubriremos los lineamientos que un buen diseño debe de cumplir. El buen diseño tiene que ser innovador, útil, estético, comprensible, honesto y duradero. Entonces, con orgullo, nos daremos cuenta que estamos rodeados de muy “buen diseño mexicano”.

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