Capturar una imagen no es cualquier cosa, requiere del tiempo y la paciencia, del saber esperar hasta que aquello que intuíamos se hace finalmente presente. Con la cámara en mano, la mirada puesta en el visor; con el cuerpo dispuesto de tal forma que colabore con aquello que se espera capturar, el fotógrafo toma un riesgo en el momento mismo en que cree que aquello que está viendo-percibiendo es la imagen que buscaba. El obturador emitirá ese ruido familiar y el sujeto tras la cámara o en ocasiones, el sujeto-cámara, sabrá que eso fue todo.
Una vez tomada la fotografía, sonreirá o tal vez se lamentará porque la imagen que intuía se presentó después. Pero el instante ha sido captado y aparecerá, en el caso de la fotografía análoga, en la mayor oscuridad posible. En diversos ensayos en torno a la fotografía, se dice que la foto captura instantes de vida y que ese instante, permanece en esencia en aquello que vemos. Pero tal vez la vida que expresa una fotografía sea equivalente a su potencial para despertarla en nosotros, para transmitirnos una sensación similar a la que el fotógrafo experimentó al tomarla.
Susan Sontag una vez escribió que “Las fotografías afirman la inocencia y vulnerabilidad de unas vidas que se encaminan hacia su propia destrucción, y esta relación entre fotografía y muerte persigue insistentemente a todas las fotografías de personas”. Para aquel que ve, que observa la foto, el acto de mirarla lo hace ya participar de esa inocencia, vulnerabilidad y muerte. En este sentido, la fotografía es también pérdida, ausencia de algo que estuvo y ya no está; ausencia de un momento que fue y quedó en el pasado, al tiempo que también es una oportunidad de compartir ese momento de intimidad donde lo vulnerable, la inocencia y la muerte nos toman.
Recientemente inauguraron en el Centro de la Imagen, una importante muestra en torno al poco reconocido fotógrafo Antonio Reynoso, donde se exhiben diferentes materiales del archivo. Tal como mencionan, la exhibición está compuesta más que por una variedad de temas, por un número reducido de obsesiones visuales que se manifiestan en las fotografías como lo es el desnudo femenino, las vecindades, la muerte, los vastos espacios en torno al lago de Texcoco, escenas cotidianas del campo o ciertas imágenes de umbrales.
Pero hay algo más allá de estos temas o bien una característica fundamental que los cruza a todos, y que a mi modo de ver tiene que ver con la vasta presencia de umbrales en sus obras: se trata de una sensibilidad, un sentido de la espera. “(…) el resultado más imponente del empeño fotográfico es darnos la impresión de que podemos contener el mundo entero en la cabeza, como una antología de imágenes” escribió Sontag, tal vez, en el caso de Reynoso, sea la impresión de que podemos contener todas esas esperas en nosotros mismos.
En un artículo publicado sobre la obra de Reynoso, citan al fotógrafo quien explica que su sentido visual provenía de su abuela:
“Fíjate que alguien que me dio mucho, como si me hubiera orientado, fue mi abuela. Ella me platicaba imágenes maravillosas. Vivía en un lugar de Guerrero, allí donde están las minas de plata más importantes de México. Ella tenía esencialmente el sentido de la tierra, el sentido de la piedra. Me platicó que un día fue a visitar a su hermana, que vivía a una distancia muy grande. Es un lugar fabuloso, donde se ven las perspectivas más grandes que yo haya visto en mi vida, enormes, en un lugar muy alto […] Me contó que cuando fue a visitar a su hermana vio, por una ventanita, a unas mujeres desnudas del color de la luna, que estaban como tendiendo ropa. ¡Fíjate que imagen! Eso es lo que busco; cuando hago desnudos esos es lo que busco, esas mujeres del color de la luna”[1]
La importancia de este cita no sólo radica en su relación con la obsesión que más tarde desarrollaría en torno al cuerpo femenino, sino también en el tema relacionado con la búsqueda.
Pareciera que el sentido de la búsqueda en el fotógrafo estaba profundamente relacionado con el sentido de la espera. Muchas de las fotografías que se muestran en la exposición suponen esa constante sensación de espera. Reynoso logra, de una forma maravillosa, abstraer esa espera y llevarla a la fotografía, es decir, plasmarla, y para hacerlo pareciera necesario no sólo capturar la espera de aquellos a quienes fotografía sino entablar también una relación directa con esa espera, donde la fotografía capturada es la memoria de esa espera compartida.
La muestra logra así retratar muchas de las sensibilidades del fotógrafo pero sin perder de vista que estas deben de estar expuestas de tal manera que el público logre percibirlas. Al tratarse de una exhibición contenida por diversos materiales de archivo, los curadores lograron disponer todos estos de forma que los espectadores pueden realmente sumergirse en el mundo de Reynoso. Así, más que resultar un proyecto “curatorial autoral”, es posible entrever una verdadera preocupación por generar los dispositivos de exhibición necesarios para dar reconocimiento a su proceso creativo.
Antonio Reynoso nació en Toluca en 1923. Su formación estuvo al inicio enfocada a la pintura, realizó estudios en la Escuela de San Carlos y posteriormente incursionó en el ámbito de la fotografía, volviéndose discípulo del fotógrafo Manuel Álvarez Bravo. La tarea que realizó el Seminario de Investigación del Centro de la Imagen a través de esta muestra, se suma a una serie de esfuerzos, más bien escasos, por otorgar reconocimiento al trabajo de personas el investigador especializado en fotografía mexicana José Antonio Rodríguez, quien se dedicó a recopilar y organizar el Archivo Antonio Reynoso.
La muestra estará abierta al público hasta el 31 de agosto del 2016.
[1] http://www.cineforever.com/2011/02/04/rulfiana-cronica-alucinada-de-una-agonia-antonio-reynoso/