El cambio ya no es una opción
José de la O - 09/05/2017
Por Ricardo Perez Segura - 13/11/2014
Los performances que comenzaron a tomar forma el siglo pasado son cada vez más comunes en el entorno artístico y, de la misma manera, más difíciles de señalar como creaciones artísticas o simples acciones provocadoras. La única consigna es que suceda en un lugar preciso y que genere una experiencia en el participante.
Uno de los artistas más controversiales es Hermann Nitsch, que con su proyecto “Teatro de orgías y misterios” se ha adentrado en rituales antiguos, paganos y primitivos, donde los principios de la civilización moderna occidental reciben una bofetada que descoloca a cualquier buen ciudadano.
Sacrificar a un animal en una experiencia artística a finales del siglo XX es sin duda un acto que va más allá del mal gusto. Sin embargo, es interesante meditar porqué se ha llegado a tales medios de comunicación creativa. ¿Es una confrontación o una irrupción vacía?
Rembrandt pintó a un buey desollado en el siglo XVII. El mayor humanista de la época barroca pensó que el resto de un animal tenía algo que decir acerca de la condición humana. Ahora las bellas artes han desvanecido sus fronteras entre ellas para dar lugar a experiencias únicas, por lo que las formas de presentar las inquietudes del hombre y la mujer de la actualidad son diferentes, pero como hace más de trescientos, un animal muerto vuelve a susurrarnos algo sobre nuestras vidas.
La idea-germen se incrustó en Nitsch para llevar a cabo cien prácticas donde los asistentes se mareaban entre imágenes, olores y sonidos impactantes que mezclaban la realidad con la muerte y lo indescifrable.
Definitivamente, estas orgías y misterios fueron políticamente incorrectos desde cualquier punto de vista. En los treinta años que duró el proyecto, murieron por lo menos cien animales. ¿Valió la pena? A mi parecer, no. Pudo habernos dicho lo que quería decirnos de otra manera que no implicara sacrificar a un ser vivo.
Por otro lado, el arte es más que un discurso. Es algo vivo y no hay nada más vivo que la muerte. Hermann tocó los territorios del infierno para mostrarnos algo que nos afecta, nos incomoda y no terminamos de entender. No sé si esto lo hace un gran artista adelantado a su época o un pervertido que desbordó sadismo en las galerías de arte.
Lo que me queda claro es que la mayor cuestión es en qué lugar me pone a mí frente a su obra.
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