Cuando los números matan la creatividad
José de la O - 11/04/2017
Por Marlen Mendoza - 12/11/2018
Vivir en una megalópolis tiene sus ventajas: hiperconectividad, cientos de amenidades, plazas comerciales ideales para despilfarrar el dinero que no se tiene, estadios de fútbol, eventos culturales multitudinarios, salarios más competitivos (según), conciertos, gimnasios 24 horas, entre muchas otras bagatelas que caracterizan a las ciudades. Bien sabidos son también sus males: escasez de agua, alta densidad de población, smog, altos índices de violencia, la lucha incansable por la apropiación del espacio (público o privado) y severos problemas de movilidad.
El arquitecto danés Jan Gehl reflexiona incansablemente sobre el comportamiento humano en las ciudades en relación con la escala a la que se están construyendo ya que al estar cada vez más alejadas de los parámetros naturales del cuerpo humano, se desconectan completamente y rompen los elementos de compatibilidad espacial entre sus habitantes y el objeto construido. Mientras tanto Andreas Dalsgaard en su documental The Human Scale (2012),donde el mismo Jan Gehl aparece a cuadro, reflexiona sobre las implicaciones de vivir en las ciudades y las prospectivas urbanas para los años venideros, manteniendo en todo momento una postura global y generalizada, entendible por lo complejo y diverso del campo de acción y de la cantidad de elementos involucrados que conforman el tejido urbano.
Rush Hour (2017), dirigida por Luciana Kaplan (La revolución de los alcatraces, 2013) retrata con la precisión de un bisturí, tres historias paralelas, víctimas de la deficiente movilidad que aqueja a la vertiginosa megalópolis. Usando como recurso la intimidad del closeup, seremos testigos de una jornada laboral de tres personas de diferente nacionalidad, género y nivel socioeconómico.
Fue hasta 1453 que Estambul, bautizada tras su fundación en el 660 a.C. como Bizancio para después convertirse en la famosa Constantinopla, cayó bajo el dominio turco, pasando a ser actualmente la ciudad más poblada de Turquía, centro cultural, histórico y económico del país. Con aproximadamente 15 millones de habitantes y una densidad de 2 684 hab./Km² Estambul tiene la peculiaridad de ser una ciudad transcontinental al estar dividida por El Bósforo, un estrecho que une el mar de Mármara con el mar Negro, separando a la ciudad entre un lado europeo y otro asiático. Todos los días Meltem Gündogdu prepara un almuerzo para su hija, se alista y sale rumbo a su trabajo, se une a la aglomeración que aguarda al autobús que cruza el Bósforo. Mientras escuchamos la voz de Meltem, quien inmersa en sus pensamientos reflexiona a lo largo de su trayecto, podemos apreciar la inmensidad de la urbe, aún noctámbula, mientras el abarrotado autobús cruza hacia el lado europeo.
Los Ángeles, la ciudad más poblada del estado de California y la segunda más poblada de los Estados Unidos, para el año 2010 registró 3 792 621 habitantes. En 1781 era conocida como El Pueblo de Nuestra Señora la Reina de los Ángeles del Río de Porciúncula, en 1821 formó parte de México y en 1948 tras la intervención estadounidense en tierras mexicanas, Los Ángeles y el resto de California pasaron a formar parte nuevamente de los Estados Unidos tras el tratado de Guadalupe-Hidalgo. Cuenta con una densidad de 800 hab./Km² y con un total de 18 millones de habitantes en el área metropolitana que comprende Los Ángeles, Long Beach, Santa Ana y Gran Los Ángeles. A deferencia del romanticismo que vimos en La La Land (Damien Chazelle, 2016) mientras cantan y bailan en medio de un embotellamiento, Luciana Kaplan nos aterriza en el letargo e impotencia de quien debe ver consumir minuto a minuto horas enteras entre el trayecto de su casa al trabajo. “Uno vive donde le alcanza el dinero” reflexiona Michael Monosky mientras conduce a 5 mph con un audífono anclado al oído, mismo que le permite realizar una serie de llamadas laborales y hacia su esposa, que aguarda apabullada su regreso a casa.
Ciudad de México, con más de 8.9 millones de habitantes y una densidad de 5 966 hab./Km², es parte de la zona metropolitana que alberga aproximadamente 21 millones de habitantes, es de las ciudades latinoamericanas más pobladas. Tras su fundación en 1325 por los mexicas, la Ciudad de México ha pasado por grandes transformaciones en su morfología, además de un crecimiento exponencial y excéntrico en el último siglo. Cuenta con severos problemas de estrés hídrico, las paradójicas inundaciones en tiempos de lluvia e importantes contrastes socio económicos, legibles en un radio no mayor a 2 kilómetros. Colindante al norte, Ecatepec de Morelos es uno de los más de 100 municipios que conforman al Estado de México, que al igual que la Ciudad de México forman parte de la zona metropolitana del Valle de México, Ecatepec (a.k.a. Ecatepunk) es la segunda entidad más poblada del país, con alrededor de 1.6 millones de personas, superada por la alcaldía de Iztapalapa. Considerado como el municipio más violento del Estado de México y uno de los más peligrosos del país, tiene además el más alto índice de feminicidios en los últimos años. Aquí en Ecatepec vive Estela Martínez, a quien vemos levantarse aún en penumbras, asearse a jicarazos (claro indicio de la falta de la infraestructura de suministro de agua potable) y salir de su casa rumbo a su trabajo en Bosques de las Lomas, mientras un zoom out abre la panorámica de un centenar de viviendas, en su mayoría autoconstruidas, erigidas en la ríspida topografía del lugar, mientras Estela describe el miedo que le provoca vivir ahí, anestesiada por el deber hacerlo pues el precio de la vivienda es más económico y al alcance de aquellos que no pueden aspirar a un lugar más seguro y céntrico.
A lo largo del documental vemos las complicaciones que merman la calidad de vida de estas tres personas, quienes se ven obligadas a abandonar a su familia en pos de la supervivencia. Vemos a cuadro los raudales de flujos de personas tratando de tomar el transporte público, las expresiones ensimismadas, robóticas y con evidentes signos de fatiga de los usuarios del transporte, la misma Meltem se aísla e interioriza sus emociones, Mike por su parte es prisionero de su automóvil mientras calcula el número de días perdidos en él, a sabiendas de que nada ni nadie se los podrá regresar. Mientras para Mike y Meltem su teléfono celular es el único medio y puente de comunicación entre sus familiares y ellos, Estela conversa con las clientes que asisten a la estética donde trabaja, evidenciando la brecha social, desconocimiento y apatía de otros ciudadanos con una realidad diferente, reafirmando la imagen de una ciudad llena de contrastes y desigualdad.
Para los urbanistas ha sido más que difícil tratar de predecir el crecimiento de las ciudades, sin embargo, la inherente necesidad humana, casi instintiva, de la apropiación del espacio ha impedido no solo vaticinar sino también controlar el crecimiento de las urbes. Hay factores como el empleo, que determinan la ubicación donde queremos estar, pues las redes laborales terminan siendo un eje conductor de nuestras relaciones afectivas y espaciales. Ciertamente creamos un vínculo con los lugares donde nos desarrollamos cotidianamente, razón por la que desarrollamos una especie de patología respecto a aceptar, por ejemplo, grandes distancias de recorrido para ir a nuestro centro de trabajo.
En el caso de Meltem y Estela, es cierto que trabajan en donde hay, sacrificando su salud, una vida plena en familia y bienestar; ambas son madres, lo cual agrava la travesía diaria, el tener que dejar atrás a sus hijos y además estar ausentes de sus necesidades y desarrollo diario, con nula participación en el proceso de crianza; rol principalmente asociado a los padres de familia y tradicionalmente comprendido y aceptado por la sociedad, pero para las madres acarrea una severa estigmatización. Meltem reflexiona incansablemente sobre las dificultades que deben sortear sus connacionales para abrirse espacio en el mundo laboral, aún dominado por los hombres, de lo mucho que le gustaría tener un negocio propio y sus deseos de que su hija estudie una carrera profesional, seguramente pensando que así tendrá un provenir mucho más prolífico.
A Mike, en su rol de proveedor, lo vemos madrugar para conducir por horas hacia el sitio donde trabaja, una obra a las afueras de la ciudad, quizás él represente un esquema que nos es mucho más familiar: la evidente incomodidad de su cónyuge por los largos periodos de ausencia, promesas incumplidas, altos niveles de estrés y el agotamiento reflejado en su rostro. A diferencia de Estela y Meltem, Mike tiene una mejor posición económica, no obstante, padece al igual que todos, los mismos males y patologías urbanas.
Rush Hour (2017) funge como ventana hacia una de las principales afecciones urbanas: la forma en que nos movemos día con día en urbes cada vez más densas, violentas y asfixiantes, el desgaste de sobrevivir a las hordas de gente que intentan usar el transporte público (claramente deficiente) y el severo parque vehicular, alarmante indicio de la resistencia para cambiar a sistemas pasivos. Es una cruda imagen que nos obliga a reflexionar sobre las repercusiones del crecimiento voraz y sin medida porque aunque las ciudades sean sistemas que se mantienen vivos y funcionando, nosotros no.