Derek Dellekamp
- 18/09/2011
Por Eduardo Cadaval - 13/08/2014
Visitar la Ópera de Sidney puede llegar a ser tan significativo para un arquitecto como realizar el peregrinaje del camino de Santiago para un católico. Algún día hay que intentar hacerlo. El más icónico de los edificios del mundo no decepciona y demuestra que -pese a lo que el arrepentido establishment editorial europeo pretende dictar ahora- los edificios emblemáticos pueden tener un papel de enorme relevancia. El magnífico edificio de Jørn Utzon prueba que en algunas ocasiones -pocas, eso si- un proyecto icónico es capaz de cualificar una área urbana, convertirse en el orgullo de una ciudad y símbolo de un país entero.
Ese es el caso de la Ópera de Sidney, un proyecto con un historial complicado donde los haya: un edificio que comenzó a edificarse sin que se hubiese terminado el proyecto constructivo; que cambió su configuración, su capacidad y el uso originalmente planteando para sus salas; cuyas cubiertas no estuvieron definidas, ni técnicamente resueltas, durante una tercera parte de la obra; y que tardó 15 años en ser terminado y multiplicó muchas veces su presupuesto inicial de obra. Un edificio que durante mucho tiempo fue un verdadero escándalo público, cuyo autor fue despedido fulminantemente del proceso de obra y que juró no volver a pisar Australia en respuesta a las modificaciones que se realizaron al proyecto original.
Estos son tan solos algunos datos esquemáticos de un proyecto que prácticamente terminó con la cerrera de su autor (el escándalo del problemático proceso de construcción de la ópera lo aisló del acceso a muchos otros encargos), quien tras haberse mudado a Sidney desde Dinamarca para supervisar la construcción de la Ópera se refugió finalmente en Mallorca, construyendo para si una casa, que es también, toda una lección de arquitectura.
La idea base de la Ópera de Sidney es tan potente que pese a ser un proyecto truncado -las mayores modificaciones con respecto al proyecto original se realizaron en el interior- sigue siendo un magnífico edificio. Además de las cubiertas escultóricas es indispensable entender la operación urbana. El proyecto en su totalidad no son solo unas cubiertas de enorme riqueza plástica, es también una plataforma y un planteamiento de conjunto que convierte a dichas cubiertas en el elemento escultórico que corona una atinada estrategia urbana que revitalizó uno de los lugares más significativos de la ciudad.
La Ópera se localiza en la península de Bennelong Pointen en uno de los extremos del Circular Quay en el Puerto de Sidney. El proyecto consigue alargar el paseo marítimo y sirve de enlace con el jardín botánico y con uno de los mayores parques de la ciudad que rodea la bahía de Farm Cove. La Ópera hace contrapeso al espectacular puente de la bahía de Sidney, construido a principios del siglo XX y que junto con la Ópera es el mayor baluarte de la ciudad.
Lo especialmente interesante de la historia de la Ópera de Sidney es que contradice todos los principios de lo que en la actualidad es políticamente correcto. En ocasiones -también contadas- es justificable que las grandes obras se hayan llevado a cabo a través de procesos convulsos y no puedan ser juzgadas solamente por sus resultados inmediatos. Transgredir los limites de la creación humana no es fácil y los procesos para conseguirlo no pueden ser siempre armónicos. La torre Eifell o la Pedrera de Gaudí -sólo por citar un par de ejemplos-, sufrieron en su momento la más feroz de las criticas, pidiéndose inclusive su demolición por diversos sectores de la sociedad y sin embargo nadie pudiera ahora imaginar a París o Barcelona sin ellas.
Los Premios Década, creados por la fundación Oscar Tusquets, Premiaron durante 10 convocatorias, 10 edificios -uno por cada una- que contaran con 10 años de antigüedad. El premio fallado por un solo individuo (un arquitecto de gran prestigio invitado para cada ocasión, visitaba personalmente todos los proyectos) tenían como requisito principal que los edificios que optaban al galardón tuvieran 10 años de vida al momento de ser juzgados. Toda una postura. Un premio que no juzgaba la imagen más novedosa o la última tendencia sino cómo el edificio era utilizado y de qué manera había sobrevivido el paso del los años. Como el caso de la Ópera de Sidney, los edificios necesitan tiempo para ser asimilados; las ciudades que los reciben también.
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