El color de Fernanda Canales
- 15/05/2012
Por Adolfo Lara - 01/04/2014
La ciudad es, o debería de ser, el punto de partida de cualquier tipo de análisis arquitectónico que se jacte de serlo. Dicho en otras palabras, la ciudad es el corazón desde el cual emerge el sentido más enraizado de la profesión. Desconozco si para bien o para mal pero dicho análisis tiene dos tipos de interpretaciones muy marcadas y en ocasiones diametralmente opuestas: una es la que hacen todas aquellas personas que viven, sufren y disfrutan su estancia en la ciudad, con todos sus pros y contras durante todos los días de sus vidas, y la otra cara de la moneda la protagonizan los encargados de muchas de las decisiones que se toman en las ciudades: los arquitectos.
La ciudad de la vida real, la de quienes la habitan, es una historia llena de preguntas sin resolver. Una historia llena de rezago y desigualdad social donde la gente se manifiesta en las calles para intentar exigir a las autoridades que desarrollen lo mejor posible su trabajo, un espacio carente de la infraestructura básica para satisfacer las necesidades primarias de las personas; calles llenas de baches y banquetas destrozadas por las raíces de los árboles, con una traza urbana cada vez menos evidente. Tiene también algo de injusta con las minorías, como discapacitados o personas que se mueven en un medio distinto al automóvil, dado que al ser “diseñadas” para priorizar el vehículo, transitar en estas ciudades se vuelve una tarea sumamente complicada de llevar a cabo.
La ciudad de la vida real tiene cada vez más concreto que áreas verdes y jacarandas, más ambulantaje e impunidad que formas de resolverlo, y más casas encima de cerros y montañas que propuestas habitacionales dignas al alcance de todos. Podríamos seguir enlistando hasta hacer evidente que se trata de un tema que ha terminado por convertirse en una enfermedad grave, y que ciertamente la solución va más allá de tomar un par de aspirinas o colocar paños de agua fría; me parece que, como pasa en Medicina, llegó el momento de extirpar algunas áreas en particular para lograr así salvar el resto de las zonas afectadas. Pero aunque la referencia médica viene como anillo al dedo para entender la complejidad de la situación, al tratarse de una problemática que involucra a la ciudad, sus edificios y quienes los habitan, deberá ser labor de los arquitectos afrontar dicho conflicto en el porcentaje que les corresponda con el afán de provocar mejoras sustanciales en beneficio de todos.
Son justo ellos, los colegas arquitectos, quienes enfocan su visión y ejercicio profesional a problemáticas que, aunque tienen su grado de importancia también, parecería (en algunos casos) que no terminan por estar en los primeros escalones de reales urgencias a afrontar. La ciudad de los arquitectos es un tanto más caótica que la del resto de las personas; inconformidades por designaciones de proyectos que no pudieron realizar pero que cuando ellos son los elegidos hacen oídos sordos y guardan los enojos anteriormente provocados, quedando todo en el olvido; el maldito y estúpido ego profesional que lo único que logra es convertir a la ciudad en una exposición de maquetas habitables a escala real, sin importar nada más, ni la historia del lugar, ni el contexto, ni el uso de suelo, ni las áreas verdes ni mucho menos aquellos que usarán esos espacios. Incluso hay una falta de compromiso para compartir experiencias y educar en las aulas o fuera de ellas a todo aquel que inicia su andar profesional. Me da la impresión de que a los arquitectos pareciera que la ciudad sólo les interesa cuando obtienen beneficio directo de ella.
Entonces, si los que se supone que saben no se ponen de acuerdo ni muestran un notorio interés sobre el tema, y los ciudadanos que carecen del conocimiento necesario toman cartas en el asunto provocando mayores problemas que soluciones, entenderemos que el panorama pinta desalentador y un tanto apocalíptico, dejando como esperanza única quizás el hecho de que no se puede estar peor y que es hora, de una vez por todas, de jalar juntos en la misma dirección.
Menos palabrería y más acciones, formulando preguntas acompañadas de gestiones en busca de soluciones. Por ejemplo, ¿Qué pasaría si alguien decidiera detener los trabajos de remodelación de la Avenida Masaryk en Polanco, ciudad de México, para invertir esa gran cantidad de dinero en la mejora y equipación de zonas marginadas?¿Qué pasaría si se exigiera a todos esos inversionistas inmobiliarios la creación de parques y jardines como condición para autorizar la ejecución de sus proyectos?¿Qué pasaría si en los programas universitarios se exhortara a la realización de proyectos enfocados en el desarrollo de la vivienda de interés social? ¿Qué pasaría si todos esos arquitectos multi-laureados donaran una propuesta arquitectónica para aquellos municipios en pobreza extrema? ¿Qué pasaría si alborotáramos las redes sociales hasta que alguna autoridad competente nos hiciera caso cada que se presentara la demolición de algún edificio emblemático para transformarlo en un centro comercial?…
¿Qué pasaría si dejáramos de imaginarnos las respuestas y empezáramos a actuar cada uno desde su trinchera?
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