Ritual de autoconstrucción

Por - 10/06/2014

La figura del diseñador de moda surge prácticamente en el siglo XIX con la figura del creador inglés Charles Worth, quien es conocido entre otras cosas por ser el primero en ponerle firma a sus vestidos, hecho que lo distinguió de otros creadores de la época pues lo elevaba al nivel de artista, permitiéndole acceder a clientas que aumentaban su prestigio como diseñador.

Después le siguieron figuras como Paul Poiret, considerado uno de los grandes visionarios de la moda del siglo XX, al igual que contemporáneos suyos como Madeleine Vionnet, Madame Grès y varios couturiers más. Ellos no tuvieron una educación formal como diseñadores sino como asistentes en tiendas de telas, sastrerías, teatro y otros oficios que los formaron como grandes modistos de la época y que hoy a la distancia podemos ubicar en el rango de diseñadores por su perfecta comprensión de las necesidades de la mujer de principios del siglo XX, una mujer en transición constante y que tuvo que adaptarse a muchos cambios que transformaron su manera de relacionarse con el entorno y con su mismo cuerpo.

La moda en sí misma es un acto de autoconstrucción. No es irracional y arbitrario el acto de vestirnos, es prácticamente un ritual planeado, analizado y que trasciende lo superficial, el mismo acto de vestirnos supone una autoconstrucción de mi identidad. Yo soy quien decido ser y la ropa es un gran aliado. Esto lo entendió a la perfección una diseñadora autodidacta que definitivamente supo no solamente cómo autoconstruir su realidad sino la de muchas otras mujeres que atravesaban al igual que ella una década llena de cambios que revolucionarían la realidad.

Coco Chanel logró ver que las mujeres vivían una transición acelerada y que un acontecimiento tan impactante como la Primera Guerra Mundial replantearía la forma en la que entenderían su papel dentro de la sociedad. Telas lujosas, cortes incómodos y ornamentos innecesarios estaban desfasados de la realidad urbana y acelerada de una nueva mujer en el ya bien entrado siglo XX.  A pesar de que esta transformación no haya dependido únicamente de ella, ni siquiera de la moda en general, sino de una serie de factores complejos y mucho más amplios, la ropa es el reflejo más claro e inmediato de este proceso de reconstrucción y autoconstrucción.

Algo similar sucedería durante la Segunda Guerra Mundial cuando, debido a la escasez de materia prima, las mujeres padecieron de una carestía de telas, cosméticos, perfumes, productos para el cabello, medias y muchas cosas más; es aquí donde nos damos cuenta de la importancia de la moda en el sentido de identidad individual y colectiva. Cuenta una anécdota que en Francia algunas mujeres al no tener ya medias que usar optaron por dibujarse una línea vertical en la parte posterior de las pantorrillas para simular esta prenda, incluso los turbantes definen los años 40 ya que era una opción para verse arregladas aún con la carencia de productos de belleza. Este acto de rebeldía pone de manifiesto la influencia de la apariencia y de la identidad.

Poco después nos encontramos ante otro fenómeno similar con la aparición de lo que se bautizó como el New Look, esta silueta ampona  que retrata a la perfección el estilo de mediados del siglo XX y que creó y popularizó Christian Dior, de nueva cuenta una reconstrucción en busca de alejarnos de una época de escasez y sufrimiento al construir un mundo ideal en nuestro universo inmediato. Y la lista es interminable, con la minifalda y la ropa para jóvenes en los años 60, el movimiento hippie, el Do It Yourself en los años 70… En fin, la moda no es algo exclusivo de los diseñadores, es algo que se construye, reconstruye y autoconstruye cíclicamente; podemos ser conscientes de que la moda no es tan lejana a nosotros y que somos actores activos en ella. Pues ante todo, ¿quién puede estar ajeno a la construcción de quien es?

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