Después de caminar varias calles en la Doctores, logré llegar al número 15 de calle Dr. Olvera. Debo reconocer que aún no sé moverme por ésta colonia y ubicar los nombres me ha costado algo más de lo normal.
Sin embargo, el trazo de dichas calles es mucho más simple de lo que parece pero algo –los márgenes de la clase media con la baja- en el inconsciente citadino nos dice que no es así.
Y en ese centro colonial, sobre un eje vial llamado 2 SUR, está el nuevo, pero no, Museo del Juguete, abreviado como MUJAM.
La historia de este museo es de poco más de cuatro años, lo cual no lo hace tan nuevo, sólo que es poco promocionado en el ambiente cultural de la ciudad. Sin embargo, una gran sorpresa en mi visita fue ver la cantidad de visitantes que sí tiene. Visitantes del barrio, de sectores cercanos y que en su mayoría son familias.
Es, por su nombre, un lugar de gran interés para los niños, que, literalmente, jalan a sus padres por entrar y descubrir éste espacio. Y los padres, tímidos o sorprendidos, redescubren su historia, su pasado y evidencia el cambio con el presente siglo XXI.
Este museo es una gran colección hecha a lo largo de más de 60 años por una familia japonesa emigrada a México a fin de la segunda guerra mundial. Una colección explicita por todo lo referente a la diversión, entretenimiento y goce de la infancia postguerra en México y en Japón.
Sentí claramente como esos juguetes representan al ganador de esa guerra, con su modelo político, económico y cultural. Y en los juguetes se observa esta diferencia con los materiales creados en México previo a dicha guerra, con juegos, figuras y colores completamente autóctonos, identificados con la sociedad local y regional que buscaban justamente eso; identificación del yo con el otro, juguetes sin nombre personal ni figura única pública. No son individuales.
Veo un juguete grande que era una suerte de salón tarima en la que muchas figuritas pequeñas ocupan el espacio, que parece ser una sala de cine-teatro. Muchas figuritas, sin nombre pero que se parecen a nosotros, que podemos ser nosotros.
En la ruptura de la postguerra, aparecen nuevos modelos de juguete, de entretenimiento y diversión. Allí encuentro, tres figuras públicas que alcanzan el nivel iconoclasta suficiente para crear una identidad nacional de lo mexicano: El Santo, Cantinflas y El Chavo.
Me resulta interesante encontrar dos modelos de juguete creados durante ese periodo de reconstrucción de lo nacional, por un lado, la extracción de las culturas populares y sus ídolos identitarios y por otro lado, el juguete extranjero, de Estados Unidos, blanco, bello, pulcro y libre, divertido y sinónimo de progreso: las caricaturas de Walt Disney, los coches, motos, robots, aviones de lujo, muñecas Barbie, muñecas elegantes, francesas, el plástico para la reproducción masiva de todos estos juguetes para el mundo y para quien tenga el dinero de comprarlas. El plástico para abaratar costos y multiplicar hasta el cansancio estos nuevos códigos de belleza y postura.
Es un choque de lo periférico con el centro; la periferia somos nosotros y nuestros ídolos, el centro es el norte y su verdad impuesta.
La colección de este museo es muy basta, muy grande y, hasta cierto punto, desordenada. Aún así, el ejercicio sólo de visitarlo representa un viaje en el tiempo de nuestro pasado más cercano para encontrarnos con nuestra niñez, nuestros juegos y esos espejos que para algunos, no queremos volver a ver.
Me dio miedo encontrar que –sin saber si es la intención del museo- el viaje al pasado es tan fuerte que sentí entrar en una oficina del priismo, esas oficinas que aún por ahí están vivas sobre cimientos que parecen desmoronarse muy lentamente, con burócratas oficinistas sin tecnología, sin pasión y con mucho repudio por el otro, por nosotros. Éste museo parece un marco en madera y vidrio viejo diciéndonos como funcionó, y seguro funciona, la colección de recuerdo del priismo.
A lo mejor estoy muy equivocado, a lo mejor este es un museo pobre con una gran colección y su pobreza no queda más que mostrarme esa cara del pasado y presente del que México no puede salir.
Y a pesar de mis percepciones, es un lugar bello en donde se encuentra el sentido de la colección, de guardar, de recoger, de reciclar, de comprar, y me emociona porque encuentro una analogía, quizá remota, con el Museo de la Inocencia de Pamuk, donde un hombre recopila a lo largo de muchos años los objetos más preciados –para él- de su amor platónico.
Encuentra mucho sentido y órden ese desorden que representa tener, según palabras del museo, “la colección de juguetes más grande del mundo”.
Texto y fotografías: Juan Diego Bautista
Más información:
Dr. Olvera 15 Col. Doctores. A dos cuadras del metro Obrera.