El espacio del despido en México

Por - 10/09/2015

Hace poco tuve que ir a un velorio en la Ciudad de México. Son de esos eventos de los que difícilmente uno se puede escapar y que, por naturaleza, son incovenientes no solamente a nivel emocional sino también, y para el pesar de muchos, a nivel espacial. Sí, porque la experiencia emocional puede ser abrumadora pero yo aseguro que este engorro emocional también se alimenta, en una medida considerable, por la vivencia espacial tan pobre que la arquitectura funeraria ofrece hoy en día en México. Ese espacio del despido al que nuestra cultura está tan arraigada aún no tiene arquitectura.

Así, por recomendación de un amigo, tuve la curiosidad de visitar lo que fueron los primeros velatorios del ISSTE en la ciudad de México, en Tlalpan. Consciente, de antemano, del estimulante legado arquitectónico del sector de la salud y la seguridad social en México en el siglo XX, llegué muy alentada por poder conocer una de esas joyas arquitectónicas que a veces se llegan a encontrar en México con un poquito de curiosidad.

Contiguo a la avenida vi el edificio, que hace evidente su descuidado semblante y la intervención de la fachada frontal a la calle. Ya en sí este descubrimiento fue una desilusión. Una fachada que quisieron renovar para salvar del olvido y que, sin saberlo, la dejaron más allá de este – ahora sí nadie la va a recordar. Un aspecto lúgubre, no porque hiciera referencia al tema del luto, sino por el paupérrimo gusto de haber puesto ‘alucobond’ como tratamiento principal de una fachada que debería de haber sido considerada como parte del lenguaje original del edificio. Así, tampoco se salvaron unas columnas de este atroz gusto. Uno especula que quienes osaron a tomar esta malograda solución pensaron, por así decirlo, que el edificio adquiriría mayor valor al eliminar el lenguaje arquitectónico racional por el que, justamente, el sector de la salud y de la seguridad social se caracterizó con su fundación desde la década de los 40’s. No obstante las decepciones, pensé que el interior del edificio me tenía que dar varias sorpresas: un vestíbulo digno, quizá una doble o triple altura que transmitiera un sentido de elocuencia por segundos, una fuga de luz inmensa que contuviera al espacio en silencio, un recorrido longevo y cálido hacia una de las salas por encima de una piedra natural, muros anchos, arraigados a la tierra, arraigados al cielo, bañados de luz cenital y una incontrolable altura, espacio con sonido, con compatibilidad material, texturas protagónicas en una arquitectura que se debería de presentar fenomenológicamente como parte intrínseca del poco entendimiento que tenemos de la muerte. El espacio del despido como uno de contemplación y de contención.

Pero la realidad no fue así, el interior con el que me topé tuvo un acceso sin condición alguna de recibimiento, un espacio frío que poco aludía a una bienvenida solemne, un espacio amarillento por el blanco gastado de los muros, unas escaleras con estructura de acero fría y sin sentido de recorrido, una celosía formalmente bien lograda a base de módulos de aluminio, pero un aluminio gélido para un espacio del despido, un mármol sin fuerza, un espacio retenido entre tirol viejo, una viciada simetría y una falta de carácter desoladora. Un espacio pálido, desvaído de poesía cuando la arquitectura funeraria tiene precisamente eso, todo el potencial para el desahogo poético. Y no distante de esto, deriva la experiencia de los velatorios comerciales que todos conocemos y que, sin entrar a detalle, más se asemejan a un ‘showroom’ de materiales cerámicos que a espacios de ceremonias luctuosas. Espacios caóticos desde el punto de vista estricto de diseño.

Alain de Botton menciona: ‘Es en el diálogo con el dolor cuando muchas cosas adquieren valor…quizá tendremos que sentirnos un poco tristes para que los edificios nos puedan tocar emocionalmente.’[1] Aunque para algunos este escenario pueda resultar confrontante y casi aterrador, muchos nos identificamos con él y entonces, proyectar arquitectura para el espacio del despido podría asomarse del beneficio de esta circunstancia, de la condición de asolación, para lograr una atmósfera de conciliación personal. Ya que el espacio del despido tiende a ser apropiado en el sentido más íntimo para, de manera consciente o no, buscar la reparación de uno mismo. Una reparación que generalmente se encuentra en atmósferas de sosiego y no de caos.

Y aunque el significado de la arquitectura a poca gente le importa y ‘a veces la más noble de ellas puede hacer menos por nosotros que una siesta o una aspirina’[2] valdría la pena explorar el verdadero sentido del diseño de la arquitectura del espacio del despido. Arquitectura seria, por ende pensada, arquitectura de calidad, como bien le llama Zumthor, [3] generadora no solamente de bondades construidas físicas, sino bondades emocionales que ayuden a la reconstrucción de uno mismo.

 

 

Fotografías:  ISSSTE 1, Arcelia Mac Gregor

 

[1] De Botton, Alain, The architecture of happiness, Australia: Hamish, Hamilton, 2006, p. 25.

[2] Ibid, p.17.

[3] Zumthor, Peter, Atmospheres, Basel, Birkhäuser, 2006, p. 11.

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