The street is a room for agreement.
Louis Kahn
Desde mi última colaboración con este espacio, la oposición al proyecto del “Corredor Cultural (doble sic que se retuerce) Chapultepec” creció en cantidad, se hizo robusta en la calidad de sus argumentos. La retórica de su defensa, en cambio, raya a estas alturas de la discusión en la esquizofrenia. Su promotor, Simón Levy, ha llegado a decir en un auditorio universitario que “lo más lógico, lo que se debería de hacer, lo que por puro sentido común” sería el mejor proyecto, eso es justo lo que no se proponen hacer. Proporcional al tamaño de las críticas al proyecto es la acrobacia de las medias verdades, los desatinos y los eufemismos con los que sus promotores esquivan la razón. Sigo sosteniendo que el debate en realidad no existe. Que la ciudadanía informada (poca quizás) está frente a un boxeador mañoso, bien entrenado para presentarse a dar la cara –aunque sea saturada de vaselina- para después mover las piernas y dedicarse a saltar por todo el ring. Hasta agotarnos. Mientas su porra aplaude y admira “sus ojos muy brillantes”, en palabras de la señora Guadalupe Loaeza, la más insustancial de todos los “expertos” convocados a repetir el discurso de Levy
Mientras tanto no hay que olvidar que la consulta ciudadana será en la esquina de profesionales de la politiquería que desprecian a los ciudadanos, y saben comprar favores y cooptar a sus clientelas. Espero sinceramente estar equivocado. Un claro NO que sea respetado en la consulta sería una victoria transcendente para esta ciudad que bien merece reconocerse de una vez por todas mayor que sus supuestos gobernantes.
En espera de ese día, opino que por lo menos debemos salvar las palabras, las ideas y la coherencia. “Llamar las cosas por su nombre”, ha pedido Alberto Kalach en medio de la polémica. Yo no voy a agregar nada nuevo por ahora. El exceso de citas con el que acompaño –con torpeza- estos textos tiene esta vez la declarada intención de lavar esas palabras, después de ver cómo discursos impresentables las maltratan. Simplemente, voy a dejar esto por aquí:
“Al contrario que los inmuebles que pertenecen desde casi siempre a alguien, las calles no pertenecen a nadie en principio.” Recuerda el disciplinado observador, George Perec en Especies de espacios “Están repartidas, bastante equitativamente, entre una zona reservada a los vehículos automóviles, y que se llama calzada, y dos zonas, evidentemente más estrechas, reservadas a los peatones, que se llaman aceras. Cierta cantidad de calles están reservadas a los peatones, sea de manera permanente, sea para ciertas ocasiones particulares.”
“Obligarse a ver con más sencillez” Propone Perec a quien esté dispuesto a seguirlo con la misma disciplina en sus ejercicios de observación. “Anotar lo que se ve. Aquello que sea importante. ¿Sabemos ver lo que es importante? ¿Hay algo que nos llame la atención? Nada nos llama la atención. No sabemos ver”
Avenida Chapultepec es por principio una calle. El desprecio por ésta, por muy maltratada que esté ¿qué clase de miopía representa?
“(…) me he dado a la tarea de pasar varias veces en coche por la zona” dice Guadalupe Loaeza en su apología del proyecto “para darme cuenta que no es suficiente con ampliar las banquetas y arbolarlas” ¿Puede, desde la ventanilla de su auto y desde su cursilería, saber por qué brillan los ojos de Simón, señora Loaeza? Yo tendría un par de especulaciones…
Sería muy didáctico detenerse a ver con la misma paciencia del escritor francés, no con la prisa y vacuidad de la señora “bien”, la anti-calle que se propone sobre Chapultepec: ¿Cuántas personas suben a disfrutar las jardineras? ¿Por dónde suben? ¿Cuántas se desaniman? ¿Quién sube una bicicleta a un tercer piso? ¿Quién prefiere soltar a su perro a correr sobre la azotea de un centro comercial y no en un verdadero parque arbolado? ¿Cuántos perros, bicicletas y vagos son rechazados por el guardia de seguridad? “Anota lo que puedas ver”, recomienda Perec . Pero, desde la banqueta ¿Ves algo? ¿O sólo puedes distinguir cuánto hollín está acumulado en el lomo del pasaje comercial? ¿Cuánto descuido se ha añadido a una calle que alguien no supo ver?
He llamado en otras oportunidades “anacrónico” al proyecto. Por Marshall Berman recordé lo profundamente modernista que es la propuesta del parque elevado -y a la vez lo alejado que está del espíritu moderno-.“Acabar con la calle” es de hecho una premisa muy vieja y un libro fechado en 1982, Todo lo sólido se desvanece en el aire, lo señala con nitidez:
“(…) Tesis, sostenida por la población urbana a partir de 1789, a lo largo de todo el siglo XIX y en las grandes insurrecciones revolucionarias al término de la primera guerra mundial: las calles pertenecen al pueblo. Antítesis, y aquí se inserta la gran contribución de Le Corbusier: no hay calles, no hay pueblo. En la calle urbana posterior a Haussmann , las contradicciones fundamentales , sociales y psíquicas, de la vida moderna convergían y amenazaban perpetuamente con hacer erupción. Pero si se pudiera borrar del mapa esta calle –Le Corbusier lo dijo muy claramente en 1929: «Debemos acabar con la calle»- quizá estas contradicciones nunca estallarían. Así la planificación y la arquitectura modernistas crearon una visión modernizadora de la pastoral: un mundo espacial y socialmente segmentado: aquí la gente, allí el tráfico; aquí el trabajo, allí las viviendas; aquí los ricos, allá los pobres; entre medias, barreras de césped y hormigón, donde cada vez más aureolas pudieran comenzar a envolver las cabezas”.
Abruma, más de dos décadas después, la pertinencia de las reflexiones de Berman:
“Irónicamente, entonces, en el transcurso de una generación, la calle, que siempre había servido para expresar una modernidad dinámica y progresiva , vino a simbolizar algo sucio, desordenado, indolente, estancado, agotado, obsoleto: todo lo que supuestamente el dinamismo y el progreso de la modernidad dejaron atrás (…) Así pues, debemos esforzarnos por mantener con vida este «viejo» ambiente, ya que sólo él es capaz de nutrir las experiencias y los valores modernos: la libertad de la ciudad, el orden que existe en estado de cambio y movimiento perpetuo, la evanescente pero intensa y compleja comunicación cara a cara de lo que Baudelaire llamó la familia de los ojos.”
No es por presumir, pero en unos días estaré por primera vez frente a la Biblioteca Exeter. Seguramente conteniendo la emoción de presenciar una obra de la mejor arquitectura, un legado de la inteligencia humana. Releyendo el pensamiento de su autor, me encuentro otra vez con observaciones sabias por su sencillez: “Un hombre con un libro va hacia la luz. Una biblioteca comienza de esa manera”, escribe Kahn ¿Y quién puede debatir una observación serena y brillante como esa? -Intentemos repetir con la misma convicción que un hombre trepa tres pisos para buscar la luz del sol y cruzar una simple calle-. La biblioteca de la Philips Exeter Academy es por ello, por estar construida en el acuerdo inteligente, una genuina y elocuente Institución moderna. Tal como su autor lo imaginó.
“Una ciudad se mide por el carácter de sus instituciones” escribe Kahn en 1971, “La calle es una de las primeras instituciones. Hoy en día, estas instituciones están a prueba. Creo que es porque han perdido las inspiraciones de su comienzo.”
¿Qué dice sobre nosotros, sobre nuestra ciudad y sus administradores, que la institución de la calle sea rentada por cuarenta años para un centro comercial? Observemos con claridad las connotaciones. Y mientras, hay que decirlo de nuevo: lo que pretenden construir no es una calle. No es una propuesta atrevida, es una idea vieja. Y peor aún, está cimentada en el desacuerdo.
Pd: Aunque el código postal me impida votar, nos vemos en la consulta.