2015: Pólvora quemada

Por - 28/12/2015

Las calles que huelen a pólvora me recuerdan mi infancia; quizá es el hecho de crecer en un barrio de México o la inevitable alegría que me invadía siempre que mis primos me invitaban a tronar cohetes para festejar casi cualquier cosa. Parece que aprendimos a festejar destruyendo cosas, piñatas, cohetes, judas, la capa de ozono y el cuerpo mediante la embriaguez o la superabundancia de comida.

 

México, Guadalupe, Cristo, San Judas o quien sea amerita cuando menos un cielo repleto de coloridas partículas minerales; al paso de los años aprendí que debía sentirme un poco culpable por cada cosa que me provocaba cierto placer. Los fuegos artificiales no son la excepción, con esos perritos de oídos sensibles y la capa de ozono a reventar no me quedaba más que sentir una mezcla emocional extraña mientras miraba las explosiones sobre el cielo de Tláhuac y esperaba un convoy de la recién inaugurada Línea 12 del Metro.

 

Dios, cuánto habrá cambiado la vida en el cuarto de siglo que llevo habitando estas calles, hablo de todas las cosas, personas y palabras que se han ido y regresado; de la forma en que la vida y su entorno ha ido mutando hasta conservar su estado actual. Mientras miles de cosas intentan acomodarse en la memoria para desentrañar el misterio de cómo llegamos a estas instancias —yo, por ejemplo, me declaro incapaz de recordar cómo fueron las obras que dieron paso a los segundos pisos de Periférico, pero recuerdo claramente cómo se anunció la muerte de Luis Donaldo Colosio— a veces pensar el pasado a este ritmo de vida es como manotear febrilmente para capturar un rastro de humo y pólvora en el cielo.

 

Pero no estamos solos, el olor a pólvora y las explosiones se posarán sobre las personas en otros puntos del planeta, con residuos mucho más traumáticos y complejos que los de un recuerdo melancólico: Oriente Medio, África, Europa del este; también en lugares a lo largo y ancho de nuestro país (en algunos casos en la intimidad de nuestras colonias). Las grandes hermosas ciudades verán caer sobre ellas la sombra de los atentados pasados, que como los fantasmas de Dickens volverán para llevarnos de la mano y recordarnos cuán equivocadas pueden estar nuestras percepciones sobre el mundo que nos rodea.

 

Un año se termina y cuesta trabajo pensar en los sucesos que han tenido un espacio significativo entre la avalancha de cosas que pasan; como un carnaval excesivamente repleto de sueños inimaginables, el tiempo ha significado a través de nosotros y parecería querer seducirnos hacia el olvido, apuntar simultáneamente a lo inasible en la cantidad de información que estamos manejando diariamente.

 

La Bienal de la Habana, la censura a Hermann Nitsch, la apuesta gubernamental por las exposiciones masivas de enormes presupuestos ante el olvido de la propia cultura y el estudio de lo local, a la vez que se anuncia e inaugura una nueva Secretaría de Cultura que levanta tantos elogios como críticas.

 

Nuestra cultura visual avanza cada vez con mayor fuerza hacia la sobresaturación, una oferta inacabable de rostros, fotografías, dibujos, cuerpos, libros, películas. Durante los últimos meses la cultura del trailer, el súper héroe y la saga abarrotaron toda clase de plataformas digitales para convertirse en tema de conversación para aquellos que tenemos acceso a la Internet. ¿Afuera? Descontento social, pobreza, enriquecimientos inexplicables, fosas interminables y montones de fotografías de nota roja que nos regresan a una realidad donde no hay héroes y villanos clásicos.

 

También ha sido un año en que las grandes fiestas del arte se han aceptado como tales, ya no se leen tantas críticas apuntando hacia la banalidad de Zona Maco (por ejemplo) como en años anteriores, al fin se ha aceptado que estos eventos están diseñados por una industria que necesita mantenerse de comprar/vender; ya no es agresivo encontrar a una galería emergente en estas grandes ferias; no hay pudor (dicho en el mejor sentido) alguno en querer cambiar las caguamas de banqueta y la marihuana por los mejores outfits de la noche o la cartera más hinchada.

 

No hay motivos para pensar que el año se reduce a estos sucesos, ya que al final sólo son cosas de las que un servidor ha tomado notas (escritas y mentales) a lo largo de este; y aunque podemos decir simplemente que los pasados doce meses estuvieron llenos de contrastes, pido que no nos abandonemos a algo tan sencillo e intentemos poner en orden el tiempo y cómo nos ha afectado.

 

De cualquier modo, no faltarán minutos relevantes en un entramado que constantemente une millones de vidas con miles de segundos; donde a cada instante nace una tecnología innovadora, sale a la luz un trailer, un póster o una película nueva (basada en algo salido hace 30 años).

 

Habrá que preocuparse menos por acertar a los libros de Historia (¿aún existen los libros de Historia?) y más por revisar por un momento el impacto real de las cosas sobre nosotros, ya no manotear febrilmente, sino aspirar profundo y disfrutar el olor a pólvora quemada.

 

 

 

 

 

 

 

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