Inicialmente este texto iba a enfocarse en un documental excelso, lo cual, si todo sale bien, les detallaré en la próxima entrega. Se preguntarán qué fue aquello que me arrebató toda la inspiración y creó una incontenible necesidad de gritar o quizás escupir un sentimiento que me sacude hasta el tuétano y la respuesta es la siguiente: vivimos inmersos en una arquitectura hipócrita.
No pretendo sonar moralista, ni mucho menos mojigata, sin embargo en un corto viaje que hice a Huasca, Hidalgo, conducir entre los caminos terregosos me orilló a reflexionar sobre lo falsa y tendenciosa que es la arquitectura. Basta con salir de la Ciudad de México, o de cualquier capital de estado en nuestro país, para ser golpeado y sacudido ante el contraste contextual.
Vivimos en una urbe por demás caótica, nos quejamos a diario de la hiper conectividad pero ¿qué pasa en aquellos lugares remotos donde cambia la escala, disminuye la densidad y se desconectan las redes?
Se escucha y lee por doquier un debate inagotable sobre la planeación urbana y las maneras en que podríamos tratar de remendar nuestra harapienta ciudad, sin embargo, montados sin riendas sobre un caballo desbocado, mientras no tenemos ni pista de hacia dónde vamos, hay un mundo paralelo donde tener una tienda a menos de 30 minutos a pie significa un verdadero avance. Y digo una tienda puesto que pensar en un centro de salud o una escuela pasa a segundo término cuando conseguir las viandas del día día implica un suplicio y desgaste.
Sabemos de sobra que hay grados de desconexión así como esquemas rurales en peores circunstancias, pero este texto no va en función de enlistar o comparar sino de externar la duda: ¿Y dónde están los arquitectos?
Sino peleando aguerridamente por un lugar en algún despacho de medio pelo que se jacta de ser experimental y osado, quizás filosofando conceptos formales de arquitectura indígena desde la comodidad de un chalet en el extranjero, tal vez en labor descriptiva de algún armatoste mediático pseudo conceptual, pseudo artístico pero sobre todo pseudo intelectual, eso sí, con un morral artesanal al hombro.
Debo aclarar que no estoy en contra de lo urbano, ni trato de crear una falsa consciencia grupal, tampoco estoy en contra de las tertulias sobre arquitectura social con sede en algún fino departamento, o de las discusiones acaloradas en torno a la marginalidad desde un bar en la condesa (o donde sea que esté de moda estar), pero si algo debe terminar es la hipocresía.
Estamos escasos de arquitectura honesta y por ende tenemos las ciudades que nos merecemos, edificios disfrazados de sostenibilidad que emplean materiales altamente contaminantes, desarrollos que promueven una comercialísima calidad de vida mientras amasan cuantiosas fortunas y disminuyen la calidad de los materiales o pretenden aspirar al primer mundo con corporativos como Carzoland, mientras que en otras partes las casas no tienen cimientos.
¿Dónde están los arquitectos?
Viviendo para el postureo. Como gremio tenemos otras oportunidades, las cuales se han desperdiciado. No quiero decir que no existan ejercicios ejemplares como el trabajo de Óscar Hagerman, del que ya hablé en un texto pasado, tampoco quiero decir que todos los arquitectos seamos iguales, pero la arquitectura no se trata de lo que diga la gente sino que habla por sí misma y lo que se refleja en otros lados, más allá de Polanco, es que hemos quedado a deber.
Estamos en el entendido de que debemos sustentarnos, comer pues, y aventurarse a los caminos ríspidos de la arquitectura rural no es precisamente el camino hacia las comodidades y la estabilidad financiera, pues señores, para hacer las cosas solo hay de dos: con dinero o con mucho trabajo. Es decir, puedes comprar tabiques para construir diez casas o puedes hacerlos, pero definitivamente no te van a pagar por hacerlos y al mismo tiempo se utilizarán en tu casa. Es así como no es un campo solicitado de trabajo puesto que no hay quien invierta en estas zonas y mucho menos quien le pague a profesionistas para generar un plan maestro, ordenar el terreno y conectar a la gente.
Al recorrer muchas de nuestras carreteras descubrimos pequeños lunares de autoconstrucción perdidos en el tiempo, ajenos al exterior; su arquitectura habla de lo ecléctico, del collage y lo aspiracional: mosaicos en los baños, columnas jónicas, aluminio dorado, molduras de yeso, sin reparar en el drenaje o en agua potable. Y nuevamente me pregunto… ¿Dónde están los arquitectos?