Iván González de León
- 11/05/2012
Por Omar Olivares Sandoval - 19/10/2017
Entrevistado por Heather Davis y Etienne Turpin en 2013, Eyal Weizman discute las lecturas de Voltaire y Rousseau sobre el significado del terremoto de Lisboa de 1755.[1] Mientras que Rousseau culpaba la dimensión del daño a la densidad de la ciudad y sus edificios, para Voltaire el terremoto tenía un carácter físico que ponía en cuestión la lógica de Leibnitz de que el mundo es el “mejor de todo los mundos posibles”, un mundo divinamente calculado.
En lugar de defender o interpelar alguna de estas posturas, que podríamos poner como vivir en: a) un mundo donde el daño proviene en última instancia del carácter de la organización humana; b) un mundo y un universo frío que actúa por sus propias leyes donde los seres son tangenciales y c) un mundo siempre controlado y calculado, sea por una fuerza divina o por la ciencia y la tecnología, Weizman decide darle algo de razón a las tres y opta por explorar sus interconexiones.
Perseguir las líneas de las grietas
Eyal Weizman (profesor de culturas visuales y espaciales y director del Centre for Research Architecture en Goldsmiths, Universidad de Londres) encuentra que las grietas sísmicas son un elemento analítico relevante para el conocimiento de esas relaciones: “conectan lo geológico, lo urbano y lo arquitectónico”.[2] El fatídico ángulo actual lo expone de forma dramática. La exhibición de la agencia Forensic Architecture además de sumamente importante para entender el momento político contemporáneo que, entre otras cosas, hace posible la desaparición masiva de ciudadanos, llega en un momento crítico a la Ciudad de México, cuando, a partir de una catástrofe sísmica, surgen preguntas y exigencias de claridad hacia la relación de lo geológico, lo arquitectónico, el dinero y la política.
Los daños de nuestro sismo reciente relacionan materialmente tanto la ruptura de la Placa de Cocos, que ha venido acomodándose durante cientos de miles de años, con la planeación y crecimiento urbanos, que impusieron sus reglas a la dinámica hidrológica de la cuenca lacustre (una histeria ecológica que es consecuencia de alzar una ciudad sobre lagos, tener que expulsar el agua todos los días y transportarse en avenidas construidas sobre ríos) así como con los procesos de densificación urbana en las últimas décadas, los beneficios económicos del activo mercado inmobiliario, sus regulaciones e irregularidades, la “verticalización” de la vivienda, y las decisiones, conocimientos y omisiones de los arquitectos respecto a la estructura y diseño de un edificio.
Un párrafo que extraigo completo de una hoja de ruta permite ver el potencial epistemológico de la grieta:
El deterioro y la erosión continúan el proceso de dar forma del constructor. Las grietas abren su paso desde las formaciones geológicas, pasan por las superficies de las ciudades hasta las de los edificios y los detalles arquitectónicos. Moviéndose por dentro y a través de la materia inerte de las estructuras construidas, conectan las formaciones minerales y las construcciones artificiales. Aparecen y desaparecen, trasladan de forma continua los encuentros de fuerzas a las líneas de menor resistencia. La patología estructural de un edificio es un diagrama que registra los efectos de un ambiente político-natural intrincado y potencialmente infinito, graba, año con año, los cambios de temperatura, las más imperceptibles fluctuaciones de la humedad y la contaminación, que son en sí mismas indicios de transformaciones políticas, patrones y tendencias.[3]
Como otro tipo de quiebre de un edificio, los fragmentos que quedan después de una explosión son el resultado de condesar en milisegundos el deterioro que constantemente sufre un edificio a través de los años. De ese modo representan una continuidad y no una ruptura con las fuerzas que dan forma a los objetos arquitectónicos. Con el bombardeo de un edificio las fuerzas de la política continúan el trabajo de la física, así como, con el deterioro, la física continúa el trabajo de la política, que sigue la tarea de dar forma del arquitecto, del urbanista y de los gobernantes. El seguimiento de este tipo de continuidades, las líneas de fuerza que atraviesan la materia y la política, es la investigación que se propone el arquitecto forense.
Cabe notar que el análisis del objeto arquitectónico como un medio elástico que siente y responde[4] va en contravía de la comprensión genealógica de la arquitectura moderna, en su lugar se encuentra con la práctica del constructor: el saber sobre los materiales y el espacio, las dinámicas de la estructura, el diseño, la visualización. No solo el arquitecto forense retoma la práctica de la inspección del edificio sino que hace arquitectura en el sentido de producir un espacio donde la evidencia, como material que reúne trayectorias de fuerza, toma forma. La realización no es tanto una representación como la apertura de un espacio en el que la arquitectura, el territorio, la política, la guerra y el conflicto son nivelados y cartografiados como parte de un sensorium material, es decir: “la capacidad de todos los objetos materiales de sentir, de registrar su proximidad con otras cosas y con su entorno”.[5]
La era forense
La lectura historiográfica que efectúa la arquitectura forense localiza el estudio del cráneo de Josef Mengele, después de que sus restos fueran exhumados en 1985, como el evento que comienza una “era forense” al desplazar la cultura jurídica primada por el sujeto y la consistencia lingüística del testimonio en pos de una sensibilidad judicial centrada en el objeto y orientada hacia la investigación material.[6] Forensis caracteriza una situación histórica en la que la evidencia potencial del sujeto, el testimonio, es descentrada a favor de la que puede hallarse en el objeto. Lo forense no borra al sujeto pero limita o confronta su relato con un medio material.
La etimología de la palabra, evidentia, visibilidad, se encuentra aquí como un elemento clave de la colisión conceptual entre lo forense y lo arquitectónico, puesto que dar arreglo a una visibilidad, aunque no en términos análogos, tiene un papel tanto para el arquitecto como para el investigador forense. En la medida en que la construcción de un espacio o un edificio establece una operación óptica por la que es posible ver y ser visto de una forma específica, la ciencia forense articula esta doble operación visual de escrutar la materia y presentarla ante un foro: forensis, como el “arte del foro”,[7] es un espacio arreglado donde la evidencia tiene la posibilidad de tomarse como prueba para llevar a cabo una decisión.
La sensibilidad más conservadora lamentará el hecho de que en esta actividad la estética no significa el establecimiento de un juego contemplativo, entre la obra y el espectador, pero no deja de haberla de modo que se ordena una sensibilidad y se actúa en ella. La representación o presentación confeccionada por la tarea arquitectónico-forense se rehúsa a que la función del arte respecto de la(s) víctima(s), sean individuos, el ambiente o los ámbitos de comunidad, sea la generación de una empatía y, en su lugar, provoca que lo estético se presente en dos facetas, a saber: en el trabajo de campo, es decir, en la investigación organizada como un “saber sensible”,[8] y en el trabajo del foro, donde se ensamblan las cosas de acuerdo con modos de inteligibilidad y persuasión.
Las líneas de quiebre con las teorías del espacio
“El espacio no es una representación de una política que de otro modo existiría en abstracto. La política opera y fluye a través y en la práctica espacial.”[9] La articulación teórica de la arquitectura forense está diseñada con el propósito de captar ese “cierto espesor”[10] de la superficie terrestre. “No es un objeto aislado, distinto, o autosuficiente, y tampoco reemplazó nunca al sujeto, más bien es una densa fábrica de relaciones complejas, asociaciones, cadenas de acciones, entre la gente, los ambientes y los artificios.”[11] La teoría espacial apuntada por los breves comentarios de Weizman pasa la página postestructuralista: “Pensé que había que deshacerse de París para liberar Palestina.”[12]
La crítica de Eyal Weizman a las teorías espaciales del siglo veinte consiste en mostrar que derivan la conceptualización del espacio prioritariamente de la experiencia urbana y, más aún, de París, sin sorpresa el medio de los teóricos del espacio. Desde Henri Lefebvre, Guy Debord, Michel de Certeau, hasta David Harvey (quien le dedicó un libro a París). Ese bagaje teórico “percibe el espacio simultáneamente como muy blando y muy duro”.[13] Muy duro en el sentido que el espacio construido, los edificios, la forma urbana, son pensados como una materia sólida, casi inmodificable. Muy blando en el sentido que “usualmente ve la posibilidad de actuar por la mera subversión de lo existente, como Michel de Certeau con su caminar-es-leer-es-escribir.”[14] La “psicogeografía parece sugerir que con reconceptualizar el espacio de nuestro entorno […] podemos hacer una especie de transformación y, en ese sentido, es esencialmente una forma de pensamiento mágico.”[15]
El giro de timón parece indispensable para la investigación arquitectónico-forense, que precisa contar con un lenguaje para entender “de qué maneras la materialidad y la territorialidad participan en dar forma al conflicto, en lugar de simplemente estar modeladas por él.”[16] Esto requiere, sin duda, imaginar una consistencia diferente del espacio como material de relaciones. “¡No puedes resolver los problemas de París en las colinas de Palestina!”[17] Abro la pregunta sobre si podemos entender esto como un llamado a producir reflexiones teóricas que sean sensibles a lo local, no en el sentido de dirigirlas a un espacio abstracto como “México”, sino en el sentido arquitectónico-forense, como preguntas que se dirijan al entorno sensible.
Me pregunto dónde alojar teóricamente la pregunta de Weizman que, ciertamente, posee fragmentos de las teorías del espacio, de la sociología y la antropología de la ciencia, de la geografía y la teoría de la arquitectura, pero su “espacio elástico”, que implica el uso de una noción estética que capte no únicamente los elementos representativos de la imagen sino sus propiedades sensibles, su materialidad, tiene para mi mayor resonancia en el trabajo de Walter Benjamin sobre el espacio de imágenes (Bildraum). No porque piense que sintetiza el aparato teórico arquitectónico-forense sino porque, el conocido texto de 1929: El surrealismo. La última instántanea de la inteligencia europea, configura, de otro modo, la pregunta sobre la movilización de la imagen en la producción de la esfera política. Un análisis que está lejos de mis posibilidades momentáneas, pero que me parece que estira el potencial conceptual de la estrategia investigativa material respecto a la producción de un dispositivo estético que nivela la inteligibilidad de la acción:
…y luego tienes el campo de la subversión y la resistencia, en el que lo que se deja a la ciudadanos es volver a imaginar, existir alegremente, caminar diferentes caminos, y otras cosas. Para mí eso es demasiado suave, y la percepción de los planeadores es muy dura. Lo que haces cuando los fundes el uno con el otro, al ver una especie de continuidad, un espacio elástico, es que pones básicamente la acción al mismo nivel.[18]
Esto último ha sido muy difícil de generar desde una investigación disciplinaria, desde la geografía -por ejemplo-, de igual manera que lo ha sido desde el espectro teórico posmoderno. Es comúnmente aceptado que el sismo de 1755 no solo colapsó los cimientos de la urbe lisboeta y modificó abruptamente las pautas coloniales del Imperio portugués, sino que sacudió también las conciencias de los europeos. Los efectos de las ondas sísmicas hubieron de alojarse incluso en las filosofías del ochocientos y llegan a la larga como parte de una memoria intelectual a la época contemporánea. Con esto pretendo decir que sacar los efectos conceptuales del reciente terremoto es igual de importante que la atención a las consecuencias materiales. Ambas cosas comparten el mismo espacio.
Imagen:
[1] “Matters of Calculation. Eyal Weizman in Conversation with Heather Davis and Etienne Turpin”, en Etienne Turpin (ed.) Architecture in the Anthropocene. Encounters Among Design, Deep Time, Science and Philosophy, Open Humanities Press, 2013, p. 63-81.
[2] Matters of Calculation, p. 67.
[3] Eyal Weizman Forensic Architecture: Notes from Fields and Forums (100 Notes, 100 Thoughts: Documenta Series 062), Ostfildern, Alemania, Hatje Cantz, 2012, p. 8.
[4] Eyal Weizman Forensic Architecture: Notes from Fields and Forums , p. 7.
[5] Yves-Alan Bois, Hal Foster, Michel Feher, Eyal Weizman, “Sobre Forensic Architecture. Conversación con Eyal Weizman”, en Forensic Architecture: hacia una estética investigativa, México, MUAC, 2017, p. 32.
[6] Eyal Weizman Forensic Architecture: Notes from Fields and Forums, p. 6.
[7] Eyal Weizman Forensic Architecture: Notes from Fields and Forums p. 8.
[8] “Sobre Forensic Architecture. Conversación con Eyal Weizman”, p. 18.
[9] “Political Plastic. Interview with Eyal Weizman”, en Robin Mackay (ed.) Collapse: Philosophical Research and Development. Falmouth, U.K, Urbanomic, 2010, p. 260.
[10] Eyal Weizman Forensic Architecture: Notes from Fields and Forums, p. 6
[11] Eyal Weizman Forensic Architecture: Notes from Fields and Forums, p. 6.
[12] Matters of Calculation, 66
[13] “Political Plastic. Interview with Eyal Weizman”, 274.
[14] “Political Plastic. Interview with Eyal Weizman”, 274.
[15] “Political Plastic. Interview with Eyal Weizman”, 274.
[16] Matters of Calculation, 65.
[17] “Political Plastic. Interview with Eyal Weizman”, 275.
[18] “Political Plastic. Interview with Eyal Weizman”, 275.
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