En 1992, aún en la universidad, cayó a mis manos una revista de arquitectura, era, si no mal recuerdo el primer anuario que publicaba. En ella aparecía lo que consideraba lo mejor de la arquitectura mexicana de aquellos años. Honestamente, me sorprendió ver publicada una obra en Puebla debido a que precisamente, y entre otras razones, había huido de la apatía y el tradicionalismo monótono de su arquitectura; sin embargo, la sorpresa, aparte de grata, fue un momento que definió mi formación no sólo profesional sino también personal.
En la primera oportunidad que tuve me lancé a conocer al susodicho creador de la mencionada obra; por supuesto que previamente ya había investigado su dirección en lo que muchos conocimos como “Sección Amarilla”. Después de que Norma (su secretaria), me hiciera un sin fin de preguntas, todas ellas con su evasiva y falsa respuesta, y viendo que no le quedaba otra mas que levantar el teléfono y preguntar -“Arquitecto lo busca un joven (lo era hace 22 años) que dice que es estudiante de arquitectura y viene de México a conocerlo”-, me dejó pasar. En el recorrido hacia su privado fui observando que en su oficina había una arquitectura diferente, viva, como la obra que había visto. Ya frente a frente lo primero que me llamó la atención fue su juventud e inmediatamente después su amabilidad e informalidad de su trato, sin poses de superioridad tan comunes en estos tiempos. La primera parte de la conversación se centró en la obra publicada en el anuario, de ahí se extendió a sus estudios y terminamos con sus proyectos en curso, fueron cerca de dos horas las que dedicó ese día a un estudiante de arquitectura que había ido a conocerle y que se fue con una enorme emoción e intuición de haber logrado algo.
A partir de esa fecha y en cada oportunidad que regresaba a Puebla lo visitaba, a veces en su oficina y otras, las más interesantes, en sus obras. Me ofreció trabajar con el una vez que terminara mis estudios y así lo hice; después de obtener mi título en 1994 y haber trabajado un año en el D.F. me incorporé a su oficina en la que estuve hasta 1999, casi cinco años después de haber persuadido a Norma. En esos cinco años me tocó ver el mundo profesional de frente y cara a cara, me tocó ver también su felicidad cuando obtuvo la Beca en Arquitectura del FONCA en la categoría de Jóvenes Creadores, me tocó también hacer muchos de los planos que le sirvieron para solicitar su ingreso a la maestría en arquitectura en varias universidades fuera del país. De las cinco universidades a las que aplicó solicitud, las cinco lo aceptaron y al final se decidió por la Harvard Graduate School of Design en la que cursó y terminó su maestría en Arquitectura. Al lado del Arq. Gustavo Espitia, al que conocí en mi último trabajo en el D.F., me tocó estar al frente del despacho, mientras él regresaba yo seguía aprendiendo.
Después de cinco años de aprendizaje era momento de tomar mi rumbo y también dejar espacio para los nuevos colaboradores que buscaban un lugar en la oficina. Ahora desde afuera me tocó ver su primer lugar en el concurso para el proyecto del Jardín del Arte, y posterior a este, el de la remodelación del Zócalo del D.F. en donde llegó a estar entre los quince finalistas. La revista Obras seleccionaba cada año a los que consideraba “Promesas de la Arquitectura” y por octubre del 2003, al lado de otros arquitectos como Mauricio Rocha, Fernanda Canales, Gilberto L. Rodríguez, Yuri Zagorin, Julio Amezcua y Francisco Pardo entre otros, también fue seleccionado. Las cosas no podían estar mejor desde el punto de vista profesional y laboral; en Puebla su arquitectura ya era un referente y dentro de la academia cada vez contaba con más seguidores, se había convertido en el parteaguas de la arquitectura contemporánea de Puebla y encabezaba un movimiento de renovación, alejado de cualquier dogma y tradicionalismo histórico, demostrando siempre la evolución como su postura y haciéndola una constante en su obra.
Pero el destino tenía escrita otra historia, Gerardo Balcázar falleció en marzo del 2004.
A 10 años de su muerte no sería posible entender la arquitectura contemporánea de Puebla sin conocer el papel fundamental que tuvo en ese breve lapso de tiempo, haciéndolo protagonista indiscutible.
A 10 años de su muerte la arquitectura de Gerardo Balcázar abrió las puertas para una nueva generación de arquitectos, una generación igualmente propositiva, que a su vez abrió las puertas a la siguiente generación, ésta a la siguiente y así sucesivamente.
A 10 años de su muerte y sin ninguna difusión o reconocimiento, la obra de Gerardo Balcázar es desconocida por las nuevas generaciones de arquitectos y olvidada por sus contemporáneos.
En abril del 2003, ya habiendo ganado el concurso para el Centro de Aprendizaje de Lenguas de la Universidad de las Américas y una vez asignado el proyecto ejecutivo, su salud empieza poco a poco a deteriorarse y cada vez en mayor grado. Tras un largo y doloroso tratamiento de aproximadamente un año, Gerardo Balcázar fallece en su ciudad, Puebla, curiosamente en el mismo mes que había nacido. Tenía 38 años, su trayectoria era ampliamente reconocida y su futuro más que prometedor. Ya no pudo ver El Centro de Aprendizaje de Lenguas, su obra más importante.
A 10 años de su muerte mi agradecimiento con estos párrafos.