Guanajuato se llena de Virus (3 y 4 de mayo)
- 10/04/2012
Por Sergio Gallardo - 02/12/2014
“El futuro de la arquitectura está en las ideas. En el pensamiento y en las manos de los arquitectos capaces de generar estas ideas y de levantarlas, de ponerlas en pié, de construirlas. Porque las ideas son indestructibles”
-Alberto Campo Baeza
¿Cuántos proyectos construidos, versus proyectos que se han quedado en papel, podrá desarrollar un arquitecto a lo largo de su práctica profesional?
Seguramente, un alto porcentaje de los no ejecutados es más alto que los construidos. Para empezar podríamos decir que el número de croquis, bocetos, sketches, diagramas, maquetas de trabajo, renders o cualquier otra forma que se utilice para desarrollar un proyecto, es decir, las ideas dibujadas son superiores a las construidas. En su libro La Idea Construida, Alberto Campo Baeza menciona que la arquitectura es como cocinar un buen arroz ya que ambos necesitan de “un tiempo preciso para hacerse bien. De un tiempo y de un tempo. De una duración y de un ritmo”. Dicha acción de cocinar un buen arroz o de hacer arquitectura, pudiera ser tan simple pero a la vez complicada, sobre todo en el manejo de los tiempos de cocción y las cantidades exactas y precisas de los ingredientes necesarios; no cualquiera puede hacerlo, se necesita experiencia, paciencia y sobre todo gusto y pasión. Así es la arquitectura, una libreta llena de croquis e ideas que poco a poco van tomando sentido hasta que, aparentemente, está lista para construirse o ejecutarse.
Sin embargo, entre la idea y la obra construida hay un largo periodo de tiempo y de trabajo, y también hay honorarios. Luis Barragán, por ejemplo, decía que “la arquitectura requiere de más tiempo del que cualquier cliente pudiera pagar“. Su afirmación me lleva a la siguiente pregunta: ¿todos los arquitectos cobran honorarios por sus proyectos? no, no todos. Si la arquitectura, de acuerdo a lo que dice Campo Baeza y Barragán, necesita tiempo y dedicación entre otras cosas, ¿por qué algunos arquitectos o diseñadores no cobran por sus ideas y por su trabajo?, ¿cómo se puede dedicar tiempo a un trabajo de diseño si no se cobra?, ¿cuáles son los resultados de estos trabajos en los que no hay honorarios?, ¿la calidad del proyecto depende de los alcances contratados?, ¿la calidad de la obra está reflejada en los alcances contratados en el proyecto y en el mismo presupuesto de obra?
Hay muchos factores involucrados que, desgraciadamente, se convierten en estrategias de trabajo de muchos despachos de diseño y arquitectura, y en cualquiera están involucrados los honorarios profesionales. Entre esos factores puede estar la falta de experiencia, sobre todo en los recién egresados, que con el ímpetu y ánimo de conseguir su primer encargo acceden a todo tipo de negociaciones e ideas gratis. Otro de los factores es la nececidad por la que un profesional del diseño puede llegar a pasar, llevándolo a entregar una idea desarrollada con el mínimo esfuerzo y tiempo con tal de “asegurar la chamba”. No tener trabajo y además regalarlo.
Existe otro factor y, desde mi punto de vista y de acuerdo a mi experiencia, es lo que muchos utilizan: “no te cobro el proyecto si me das la obra”. En cualquiera de las tres estrategias anteriores, el único beneficiado es el cliente, que sí tiene experiencia en saber negociar y sí tiene la necesidad de un proyecto, colocándose en una situación de ventaja con respecto al arquitecto o diseñador, y éstos a su vez ponen en desventaja a los que sí cobran por las ideas y por su trabajo. Seguramente para muchos clientes será más barato negociar o trabajar con los que no cobran, aunque los resultados sean desastrosos y durante el proceso de construcción-ejecución se estén resolviendo todos los trabajos y detalles que durante el proyecto se pudieron resolver.
Independientemente de que el proyecto haya o no sido pagado, el proceso de ejecución es mucho más complicado, intervienen más personas que hacen diferentes trabajos y con criterios diferentes a las que hay que coordinar de manera precisa, factores climatológicos y económicos entre otros. Se requiere sobre todo una capacidad de logística y una supervisión técnica que permita controlar tiempo, costo y calidad, pero sobre todo supervisar que la obra se ejecute conforme al proyecto.
El proceso de construcción se vuelve todavía más complicado cuando, por diferentes razones, el arquitecto que desarrolló el proyecto no interviene en la ejecución del mismo ya que los criterios de los que sí están participando pueden ser completamente distintos al proyecto y, sumados a los cambios repentinos del cliente, el resultado puede ser…cualquier cosa. Si hablamos de proyectos de obra pública, la arquitectura se convierte en una puta manoseada por todos, por todos lados y que pasará a manos del mejor postor, pero no porque haya pagado más sino, al contrario de la puta, la obra se la lleva porque cobra menos.
Los tiempos de la obra pública dependen de las ocurrencias del político en turno y, en cualquier proyecto de arquitectura o ingeniería que se le ocurra desarrollar, nunca serán compatibles con el tiempo que necesita un buen arroz y un buen proyecto porque, citando otra vez a Campo Baeza: “La arquitectura con razones más serias y profundas que las del arroz, necesita de su tiempo y de su tempo. Tiempo de estudio y de análisis, para conocer bien los datos del problema. Y tiempo de reflexión para llegar a una síntesis, a una solución rigurosa, Y un tiempo adecuado para su construcción”.
Existen muchas formas de adjudicación de obra pública en México pero puedo decir con certeza que no son claras, limpias o transparentes. Muchas o todas dependen de la relación directa con el poder y el que lo tiene es el que decide qué se hace y con quién. La adjudicación entonces puede ser directa o a través de una falsa licitación en la que al constructor “elegido” se le piden dos presupuestos más caros que el que él va a presentar, siendo con esto el ganador de la “licitación”. En este costo, el constructor debió considerar los porcentajes para aquel que le haya adjudicado el trabajo y sus mandos inferiores. La ley de obra púbica si no me equivoco, no contempla el pago por el desarrollo del proyecto ejecutivo, sin embargo, lo necesita para obtener los recursos para su ejecución. Si es así, el proyecto puede salir del despacho de un arquitecto que esté dispuesto a desarrollarlo sin pago alguno, con el riesgo que esto implica. Puede salir también de la misma constructora que, sin presentar un proyecto ejecutivo, tenga negociada la adjudicación de la obra. Por algo tenemos en México infinidad de problemas con las obras del gobierno, interminables, inacabadas pero inauguradas, muchas de ellas sin detalles constructivos, sin costos, sin una adecuada supervisión técnica y mucho menos arquitectónica. El arquitecto decidirá si entra o no en este siniestro y corrupto juego de la obra pública. En cualquiera de los casos anteriores la arquitectura queda desprotegida, vulnerable, sin calidad y sin los tiempos necesarios para su buen término y ejecución, pero como dijo José Castillo “el que esté libre de la adjudicación directa que tire la primera piedra”.