Héctor Falcón, Invasión
Alejandro Cabrera - 07/02/2015
Por Alberto Waxsemodion - 26/08/2016
“(…) se pretende que, cuando un desnudo produce excitación sexual en quien lo contempla deja de ser arte y se inclina del lado de la pornografía. Pero, como sabemos, este es un criterio muy incierto, porque el desnudo que puede excitar a unos puede dejar insensibles a otros y pude ser percibido como procaz en una época y natural en otra. La tan discutida y viscosa frontera entre erotismo y pornografía la dicta en cada época su normativa social (implícita o explícita) y sobre todo la regulación administrativa: los juicios de los críticos, los códigos penales, los reglamentos de la policía, la sentencia de los jueces, etc. Por lo tanto una delimitación de lo pornográfico depende de contextos objetivos (época, país) y subjetivos. La pornografía es, por consiguiente una categoría histórico-social.”
¿Cuál es la importancia de la pornografía? Para una cultura visual que constantemente nos bombardea con imágenes sexualizadas de cuerpos, que nos invita al placer erótico, que cínicamente nos vende cualquier producto mediante la banalización del deseo y la mercantilización del sujeto, la pornografía parece ser la conjugación de gran parte de aquello que es deseable en nuestra cultura, una piedra angular escondida entre espejos y laberintos que nos guían a una y otra pregunta ¿por qué deseamos lo que deseamos? No hay respuesta única ante tal pregunta, y solo miramos fascinados aquello que nos embeleza, con los ojos grandes observamos el origen de la fantasía (o hacemos nacer la misma) mientras la historia de las cosas se conecta con “la vieja sexualidad”.
En su origen etimológico, la palabra pornografía designaba aquellas historias que narraban la vida de las prostitutas o que sucedían dentro de los burdeles (Porné: Prostituta; Grafos: Escritura). Sin embargo, para el mundo saturado de internet esta definición parece demasiado vieja ya. Y tampoco estamos en posibilidad de definir la palabra como un escrito “indecente”, como en su momento fueron catalogados los escritos de Charles Baudelaire o Gustave Flaubert; han pasado muchos años, y nombres como Bataille, Apollinaire, Miller, Joyce o Lawrence derribaron cada uno con su estilo literario particular aquella definición decimonónica.
Dentro de la cultura visual occidental, el año 1969 marcó un hito con la despenalización de la venta y realización de filmes pornográficos en Suecia y Dinamarca, y a la vez inició una revolución que acercó la palabra al significado que actualmente podría tener para muchos de nosotros. A este cambio le siguieron los rápidos movimientos en la industria de la imagen, por ejemplo, el célebre formato Súper 8 que Kodak introdujo a finales de los años setenta masivamente significó no solo la primera forma de hacer cine casero sino que con él llegó el cine porno amateur en masa. La cámara en la habitación. Este no es un caso aislado, ya que todo adelanto tecnológico en el campo de la imagen viene acompañado de un avance en la industria de la pornografía (por ejemplo, porno en tercera dimensión, o más recientemente los filmes específicamente grabados para gafas de realidad virtual). En resumen, este año significó mucho más que la entrada del llamado entretenimiento para adultos a un campo de legalidad, sino que presentó la posibilidad de entrar al campo de las tecnologías de la imagen de manera legal e incluso de desarrollar sus propias tecnologías y métodos de propagación visual (caso célebre sería el de la película Deeptroath que representa un momento cumbre en el que la industria porno marcaría sus propias formas de mercado, paralelas al Star System Hollywoodense).
Podemos decir que la palabra en cuestión tiene dos sentidos que actualmente se le ligan fuertemente en occidente. El primero de ellos es el de un cuerpo desnudo que muestra los genitales de forma incitante/excitante al espectador, y el segundo es el de las imágenes que muestran o aluden al coito. En este sentido hay que ser claros al decir que cuando estamos hablando de imágenes estamos refiriéndonos no únicamente a representaciones visuales, y que, al hablar de coito o genitales podemos incluir aquello pensado como soft porn, es decir, las metáforas y guiños hacia lo sexual. Por ejemplo, en la cultura pop, bailes como el twerking o videos de música juvenil son también parte de la cultura visual del porno. De cierta forma estas imágenes están en constante interacción con nosotros aunque pensemos no ser consumidores activos de pornografía como tal.
Otro caso interesante es el de las llamadas publicaciones o revistas para caballeros, pues parecen no poder ser encasilladas en la categoría de porno pero en ellas se centra el debate sobre el tipo de cuerpos que socialmente crean mediante el cómo y cuándo han mostrado al cuerpo femenino. Publicaciones tan social e históricamente relevantes como Playboy (aunque recientemente ha dejado de mostrar desnudos totales en su edición norteamericana) y Penthouse, han dejado de ser catalogadas como pornográficas, aunque en su origen lo fueron, lo cual nos demuestra que los límites de lo que es considerado como tal corresponden a un tiempo y una sociedad específica. Hoy en día estas revistas escandalizarían a pocos de nosotros, ya que apenas muestran pechos al descubierto e insinúan el monte de Venus desnudo y en algunos casos algún pliegue de los genitales, todo lo contrario a las modernas revistas sexuales o eróticas, donde las actrices se abren de piernas o los actores muestran los miembros erectos en las manos o los anos al público. El punto principal de muchas de estas publicaciones es demostrar que lo genital es la cúspide de lo pornográfico en la actualidad, el desnudo se ha naturalizado y queda una última barrera que poco a poco comienza a diluirse.
De la mano del punto anterior, es interesante notar que no existen revistas femeninas que contrasten con las llamadas revistas masculinas, es decir, la mirada femenina en la pornografía pop (la de la gran industria) ha sido ignorada o invisibilizada por una razón histórica, y ésta es que en la historia de su supuesto origen, el cine porno nació en los burdeles franceses, donde la mujer era el “objeto” de admiración y no el “sujeto” que decidía los modos de representación, aunque no debemos confundir esto con que las mujeres no consuman este tipo de productos. Siempre abordar este punto será un tema controversial, puesto que se ha dicho que en la cultura visual del porno la mujer es representada como un sujeto agredido y una víctima del deseo masculino, aunque en todo caso ambos sujetos están inmiscuidos en modos de representación que han sido construidos a lo largo de casi cien años, además de ser producto y materia prima de un modo de enseñanza de la sexualidad. Y este es uno de los temas polémicos y urgentes en la agenda de la cultura pornográfica, el hecho de que para las generaciones posteriores a 1970 (especialmente luego de la revolución de internet) estas imágenes constituyen un primer acercamiento a las relaciones sexuales e íntimas humanas, por lo que al dejar de lado algunas miradas, etnias, géneros y modos de sentir, se corre el riesgo de reducir la complejísima sexualidad humana a abstracciones demasiado breves y estereotípicas, que terminarán por resultar en una sexualidad limitada y poco imaginativa. Este es uno de los riesgos que enfrentamos quienes nos dedicamos a estudiar las imágenes o quienes se dedican a generarlas, fomentar la complejidad y la riqueza más allá del cliché.
Y el que parece uno de los puntos débiles de la imagen porno, es uno de los puntos más complejos de la misma, porque si bien es cierto que nos muestra una abstracción de algo, también es cierto que su catálogo de abstracciones es impresionante, M.I.L.F., Teen. Gay, Lesbian, Blonde, Redhead, etc., existen una cantidad de etiquetas que difícilmente podríamos abarcar sino en un par de días si nos propusiéramos explicarlas con algo de rigor; y es que cuando lo sexual se entrama con lo visual las complejidades inevitablemente aparecerán porque otras cosas entrarán en juego, las fantasías nacerán y perecerán de manera constante mientras, como vimos anteriormente, las esferas de lo tecnológico y lo social amalgarán de esta forma una parte de lo que hemos de denominar la cultura del porno.
Y aunque aparente ser la utopía del deseo, es uno que no se realiza, generamos más imágenes de las que podemos ver, estamos cayendo presas de las virtualidad que hemos creado: irónicamente podemos ver más sexo que nunca. Sin embargo, la generación nacida después de 1985 es la que tiene menos relaciones sexuales; es la que menos contacto humano mantiene al día. Es una generación que se comunica, trabaja y aprende por medio de ellas y lógicamente iba a desear a través de ellas. Es la época de los nudes, del sexkype, del sexting y demás, pero también es la época del revenge porn del cyber acoso y del sex hacking. Una cultura pornografizada implica retos para todos, y especialmente para aquellos a quienes nos interesan las imágenes. ¿Cuál es la importancia de la cultura del porno? Para mí esto no es una pregunta aislada, puesto que en ella podemos encontrar eslabones de una gran parte de la historia de las cosas. El placer y el sexo están relacionados con el arte, la política, la ciencia, la muerte, la economía y la imagen. Es por eso que debemos ser lo suficientemente insistentes sobre esta pregunta, o de lo contrario un gran fragmento de nuestro tiempo nos estará pasando desapercibido.