Eterna seducción entre arquitectura y cine "High Rise"

Por - 10/05/2016

 

“High Rise”

Dirección: Ben Whitley

Guión: J.G. Ballard

(2015)

 

Más tarde, mientras estaba sentado en el balcón, comiéndose el perro, el doctor Robert Laing recordó otra vez los hechos insólitos que habían ocurrido en este enorme edificio de apartamentos en los tres últimos meses.”

-J.G. Ballard, High Rise

 

Basada en una novela de 1975 del mismo nombre y escrita por el británico James Graham Ballard, High Rise forma parte de una trilogía de novelas de ciencia ficción que exploran el comportamiento humano ante la modernidad y el boom tecnológico.

La película se centra en la cotidianidad de un grupo de personas que viven en un lujoso edificio de cuarenta niveles de altura, parte de un desarrollo ambicioso de cinco torres y un lago artificial, todos aún en construcción, ubicado en las afueras de Londres. Laing (Tom Hiddleston) es un médico que desea alejarse de un fallido matrimonio y se muda al edificio para comenzar de cero y tratar de mantener un perfil bajo, sin embargo no podrá escapar de interactuar con sus vecinos y mucho menos del precio de la modernidad, aun cuando en el edificio hay mil departamentos. A estrenarse este próximo 13 de Mayo, es sin duda de las imperdibles de este año.

La estética en la cinta es abrumadora, podemos leer un concepto de modernidad asociado a la ideología de la segunda mitad del siglo XX, en sí misma tiene notas y aires setenteros, así como el edifico en sí mismo denota una fuerte influencia brutalista. Es un volumen denso de concreto, con terrazas y un estriado que me recuerda inevitablemente al CCU, provisto de imponentes columnas que incluso atraviesan espacios como la estancia, abundan detalles sutiles como la síntesis espacial, y los edificios de usos mixtos.

Aquí no sólo hay vivienda, también hay gimnasio, supermercado, un par de albercas, escuelas, además de un impresionante roof garden en el penthouse, tal como nuestros edificios en el 2016.

Lo interesante, más allá de una tímida propuesta formal, hablando en el estricto sentido de que, aunque se trata de un thriller sci-fi, no cuenta con una intención clara de proponer arquitecturas vanguardistas (para nuestra época) aunque considerando el contexto en el que la novela fue escrita y teniendo como antecedente la arquitectura moderna, el constructivismo ruso y el estilo internacional, no me extraña pensar que  Ben Wheatley echara mano del modernismo de la primera mitad del siglo XX. Sin embargo, su prospectiva del comportamiento social al habitar un bodoque de estas magnitudes, es sin lugar a dudas la sustancia en la historia.

Ballard pone en la mesa puntos a reflexionar: nuevamente la jerarquización de clases sociales, dejando siempre las alturas para los adinerados y al fondo, relegados en minúsculos espacios, el resto. Expone las inquietudes humanas de aceptación social y la vivienda como un reflejo del estatus económico e intelectual, aun cuando todos los inquilinos eventualmente mostrarán su naturaleza salvaje y bestial. Sugiere (esto como mera percepción mía) que el exceso de interacción y el aislamiento de un grupo social con respecto al entorno pueden propiciar conatos de ira y violencia.

Por ejemplo, imaginen en una habitación a cinco personas viviendo con todas sus necesidades cubiertas: alimento, recreación, sexo, bebida, etc., pero sin la posibilidad de salir. Al principio, como en la película, todo es alegría y euforia pero ante la monotonía los límites comienzan a desdibujarse y la realidad se distorsiona. Ahora multiplíquenlo por mil.

Estamos empeñados en construir micro ciudades, sobredensificar el espacio y tener todo inmediato, sin embargo es posible que estemos forzando la creación de reglas de convivencia social que somos incapaces de seguir. La perspectiva de Ballard y a su vez la mirada de Wheatley dejan a la vista inquietudes legítimas, con todo y que hay cuarenta años de diferencia entre la novela y la película, de pronto pensar en una torre no de cuarenta niveles si no de más de sesenta pisos y 240 metros de altura, es un foco rojo ante la posibilidad de que el criterio que seguimos al concebir la vivienda y el hábitat esté equivocado o de menos, mal planteado.

El arquitecto en la película es interpretado por un interesante Jeremy Irons, quien cegado por la ambición y el ego, pierde de vista la problemática dentro del edificio y contrario a tratar de solucionar el conflicto, opta por negarlo e ignorarlo, sin dejar de lado las otras cuatro torres aún en planeación y construcción. Esto me recordó a la voracidad profesional, con fuerte ímpetu de colgarse medallitas de obras terminadas, sea como sea, pero terminadas. Desoladora la vista hacia la enorme plancha de estacionamiento y grúas al horizonte, junto con un ambiente lumínico nebuloso y evidentemente contaminado.

High Rise no es la primera cinta que cuestiona el papel que desempeña la arquitectura en la construcción de las ciudades y la influencia de ésta en la sociedad. Recordemos Metrópolis de Fritz Lang en 1927, Blade Runner de Riddley Scott en el 82, con sus arquitecturas high-tech; la etérea Her dirigida y escrita por Spike Jonze en 2013 o Mad Max Fury Road de George Miller del año pasado en la que el bien más preciado es el agua.

Tendríamos que considerar que la arquitectura no es un ente autónomo, es decir, no se crea a sí misma; es inexorablemente la intersección de un momento histórico, tecnológico, social y geográfico. Entonces, qué tanto la arquitectura influye en la sociedad o hasta qué punto es la misma sociedad que elige, arquitectura mediante, de qué manera se condiciona, restringe o flagela.

En resumen, el pez por su propia boca muere. En definitiva es un título que vale la pena revisar y queda por asegurado abandonar la sala con una sensación de pesadez y agobio, tanto por el carácter alegórico de las imágenes como por lo desconcertante de la trama. Seguramente no volverán a ver Santa Fe y plaza Carso de la misma manera.

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