José de la O
- 20/01/2012
Por Jose Eduardo Guerra Dehesa - 22/09/2016
El libro de relatos titulado “Las Ciudades Invisibles” es en palabras de su propio autor, el escritor italiano Italo Calvino, “un último poema de amor a las ciudades cuando es cada vez más difícil vivirlas como tales”. El texto es efectivamente la recopilación de visiones de un viajero; basándose en el arquetipo literario de Marco Polo como descubridor, viajero y cronista, nos presenta una serie de ciudades imaginarias en las que no es difícil reconocer a las ciudades reales: ciudades caóticas, ilógicas, ensimismadas, maravillosamente construidas o maravillosamente devastadas y desoladoras. Con una serie de metáforas audaces Calvino construyó a finales del siglo XX una de las más brillantes críticas a la humanidad contemporánea porque comprendió que la ciudad era sólo la evidencia de algo más profundo: el paraíso perdido del positivismo y el industrialismo, el reflejo de los intereses colectivos más platónicos pero también de los más aberrantes; la muestra tangible de uno de los deseos más profundos del ser humano: la perpetuidad por medio de la civilización.
La ciudad antes de nuestro tiempo
Hasta antes de la Revolución Industrial y su consecuente explosión demográfica, la ciudad era un micro-mundo, casi siempre se bastaba a sí misma con su entorno rural para sobrevivir y hacer subsistir a su población; las contadas excepciones fueron las grandes ciudades de las civilizaciones del “mundo antiguo”. Sobre todo en la América precolombina ciudades como Machu-Pichu, Tikal, Teotihuacán o Tenochtitlán (antecedente directo de la Ciudad de México) lograron superar en extensión y población a sus contemporáneas de Europa pero desconocemos a qué precio; lo más seguro es que, como ocurre en las megalópolis modernas, ese alto grado de desarrollo urbano y progreso económico no estuvo exento de un grado de barbarie, guerra, opresión y dominio de grupos marginados o sometidos por otros que ostentaban un mayor grado de poder. Al hacer una comparación paralela entre Tenochtitlán y la Ciudad de México, encontramos que la primera ha sido aniquilada formalmente, contados son los vestigios desperdigados o por descubrir bajo tierra pero en la dinámica urbana de la megalópolis siguen subsistiendo a una escala mayor los fenómenos que dotaron a Tenochtitlán de su grandeza exacerbada descrita por quienes la han estudiado desde el presente: desarrollo voraz acordonado por periferias sometidas, intereses de poder que se superponen al “sentido común”. Si la ciudad contemporánea tiene hoy un alto grado de barbarie es porque ignora o evade los límites del crecimiento y el tiempo: las ciudades tienen un ciclo de vida y algunas cuando desaparecen pueden dar origen a otra.
Capas y etapas de la ciudad
En urbanismo se suelen estudiar los “fenómenos urbanos” separando cada uno de sus componentes en “capas” para “mapear” y tratar de comprender todos los acontecimientos que ocurren o han ocurrido en la ciudad; hay mapas de todo: población, vialidades, crecimiento, grados de marginación, infraestructura, etc. Por otra parte, en arqueología se habla de “etapas de desarrollo” para describir la relación espacio-tiempo que hay entre cada elemento que conforma la ciudad abandonada o sus vestigios. Las grandes metrópolis como México son un espacio cada vez más incomprensible tanto para quienes las estudian como para quienes las habitan porque cada segundo que pasa se cubre con el velo del tiempo, todo se transforma vertiginosamente; la ciudad contemporánea padece un horror vacui que hay que llenar con centros comerciales, desarrollos inmobiliarios, ciudades dormitorio; todo enmarcado por un contorno de periferias desoladoras en mayor o menor grado: he ahí la complejidad de la ciudad contemporánea.
Numerosos son los textos y estudios que abordan el caótico fenómeno urbano actual; pocos son los que proponen nuevas visiones y horizontes para hacer de nuestra Ciudad un lugar más habitable. Se habla de una ciudad hecha de muchas capas como una pasta de hojaldre (“La ciudad hojaldre” de Carlos García Vázquez), una ciudad hecha de muchas ciudades (“Ciudad collage” de Collin Rowe), una ciudad que ha perdido su identidad para terminar pareciéndose a todas las ciudades (“Ciudad genérica” de Rem Koolhaas), una ciudad donde es más importante transitar que permanecer y estar (“Los no-lugares” de Marc Augé). En los casos anteriores se nos presenta una visión apocalíptica de la ciudad que no podemos mirar para después dejarla pasar; así lo han entendido autores, urbanistas y arquitectos como Alberto Kallach que en su obra “México. Ciudad futura” propone ver al manejo de los recursos acuíferos como piedra angular de un nuevo desarrollo urbano; Elías Cattan que propone re-convertir grandes avenidas en ríos y paseos urbanos o Héctor Quiroz que en su texto “Ciudades mexicanas del siglo XX” propone ver a la ciudad no como un problema sino como consecuencia de deseos colectivos que deben ir mutando a lo largo del tiempo para seguir dotando a las urbes de un sentido de existencia.
Las ciudades y la memoria (fragmento de un relato de Italo Calvino)
“La ciudad no está hecha sino de relaciones entre la medida de su espacio y los acontecimientos de su pasado… En esta ola de recuerdos que refluye la ciudad se embebe como una esponja y se dilata… Pero la ciudad no cuenta su pasado, lo contiene como las líneas de una mano, escrito en las esquinas de las calles…”
Imágenes: Ciudad de México a finales de 2015 desde la Torre SEMOVI. Foto: José Eduardo Guerra
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