MUJAM (Museo del Juguete Antiguo México)
portavoz - 10/04/2012
Por Sandra Sánchez - 26/04/2018
A primera vista estamos ante una exposición de pintura que toca lo fantástico y lo fantasmal. Las dieciocho piezas que integran la muestra El tiempo que nos pudrirá de la artista Lucía Vidales tienen como eje temático el cuerpo humano y el cuerpo imaginario. Los cuerpos se exhiben en fragmentos que se diluyen mediante contrastes de colores vivos, en ejercicios de forma sobre fondo y de fondo sobre nada. En algunos casos es muy clara la frontera entre una extremidad, un miembro o un órgano, en otros estamos ante una materia que ya no se presta a la distinción.
El curador de la muestra, Christian Camacho, retoma conversaciones con la artista para escribir que la pintura no es “sobre el espacio, ni sobre la imagen, ni sobre la materia, ni sobre la arquitectura, ni sobre los muros o las manos, ni sobre el autor o el observador”. La pintura es sobre el tiempo, sobre los “relatos y sedimentaciones que acompañan el ojo de la pintura”. Aquí tenemos una pista y un engaño. ¿En qué radica ese “ojo”?
Si seguimos en el ejercicio de lo que se ve a primera vista, el de la pista, podríamos adentrarnos en la materialidad de las obras, donde no hay una mano que intente ocultar el acrílico, el óleo, el encauso o la tinta. Al contrario, las pinturas están llenas de acumulaciones que rebasan la tela o la madera, es decir, la superficie: hay acumulaciones. Pero también está su reverso de pintura diluida, que aunque también rechaza la superficie, se adentra para dejar ver la materia del propio soporte, aunque nunca en blanco, siempre presente a través del color.
Una lectura inmediata del tiempo sería la del tiempo de los materiales, lo que sucede entre una capa y otra, entre la sedimentación y el pigmento que permite el siguiente paso. Tenemos el tiempo del color, no sólo en su secado, sino en su combinación y en su convivencia con sus aledaños. La pintura se desenvuelve como totalidad en un instante de la mirada y como recorrido (sucesión) en cada una de sus partes. El fragmento no sólo está en el tema narrativo, sino en el modo en que la propia constitución de la pintura se niega, en la mayoría de los casos, ha mantenerse fija. Las pinturas rechazan la figura monolítica que añora la siempre escurridiza unidad.
¿En qué consiste el engaño? Quizá sea una profanación decir que las pinturas no están hechas para verse. Entonces estamos ante una pregunta: ¿el “ojo de la pintura” se puede aprehender con otra facultad que no sea la vista?
Empezamos este artículo con lo fantástico y lo fantasmal. Esas categorías sirven para separar la idealización de lo humano de lo que no entra en la categoría antropocéntrica. Sin embargo, poco importa distinguir con los ojos si las figuras son entidades inventadas por el pincel de la artista o mascaradas humanoides. Lo que es interesante -lo que no se puede ver a primera vista y sólo con los ojos- son las relaciones.
Cada una de las pinturas establece distintas formas de relacionar al cuerpo (físico y de la naturaleza). Por ejemplo, en una de ellas vemos un pie que rebasa por el doble el tamaño de la cara. Hagamos uso de la imaginación y pensemos en un dolor de uña enterrada (por decir algo). En esos casos, y en otros más, el pie no crece, no vemos con los ojos que duplique su tamaño, pero si sentimos y sabemos que es más grande, que el dolor o placer que produce ese pedazo específico de carne se impone ante los demás.
En las pinturas de El tiempo que nos pudrirá encontramos un tiempo, pero eso no quiere decir que sea lineal, es más bien un tiempo en relación: conexiones, comunidades, confederaciones y rechazos que se implementan a cada instante. Es conflictivo pensar en el tiempo porque solemos seguir trabajando con una triada de presente, pasado y futuro, donde el ángel de la historia o el búho de minerva, es el único que puede ver el detritus al final. Pero no. La exposición de Vidales nos invita a destruir esa perspectiva. A centrar la atención en la forma en que van sucediéndose las conexiones no como un desplazamiento metonímico, sino como una situación en un momento específico donde lo que se hace es sentir, ver, pensar y actuar en ese instante y nada más.
Yo comparto el vértigo de dejar de hacer planes. De encadenar el tiempo en causas y consecuencias. Pero es cierto que algunas veces, sin importar que tan bien juguemos a las Moiras con nuestro propio destino, uno es mandíbula nada más, u ojo, o fuego de fogata o amigo.
La exposición puede verse hasta finales de mayo en Edison 137, Colonia San Rafael.
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