La química de la arquitectura
portavoz - 23/02/2012
Por Marlen Mendoza - 11/08/2016
“La presencia del vacío como miedo tiende a la pérdida del sujeto… Siempre me ha atraído el concepto de miedo, la sensación de vértigo, de caída, de ser arrastrado hacia el interior. Es ésta una concepción de lo sublime que invierte la idea de unión con la luz. Es una inversión, una especie de volverse del revés.”
-Anish Kapoor
En un intento desesperado por darle un vuelco a mis últimas colaboraciones, les traigo en esta ocasión una reflexión producto de la visita a la exposición “Arqueología: Biología” del artista Anish Kapoor. Trataré de no caer en descripciones al modo de art for dummies sobre todo porque no me considero en lo más remoto experta o conocedora del tema; lo que sí puedo hacer es hablar desde el cómodo asiento del espectador y en este caso, del arquitecto.
Ya entrados en honestidad, debo confesarles que lo único que conocía sobre el artista era su obra Cloud Gate instalada en el Millenium Park de Chicago. Evidentemente fui presa de su estrategia publicitaria y me dio curiosidad desde que me encontré con numerosos textos sobre la expectativa de tenerlo exponiendo por primera vez en México, aunque erróneamente algunos medios manejaban información equivocada al asegurar que también sería la primera vez en Latinoamérica, y recientemente me enteré de que estuvo antes en Brasil.
La exposición ocupa cuatro salas del Museo Universitario de Arte Contemporáneo (MUAC) y estará hasta el 27 de noviembre de este año. La exposición, carente de textos, salvo por las fichas técnicas y con la posibilidad de apoyarse en una app, habla por sí misma y permite que los asistentes experimenten con la obra sin mayor preámbulo ni previas digestiones; algo debo advertirles, nada de lo que puedan leer va a compararse con las sensaciones que despertará en ustedes.
Opté por no documentarme e ir a lo bestia, sobre todo porque desde hace mucho tiempo pareciera que el arte contemporáneo está encadenado a una fosa de clavados de información, referencias, sátiras e introspecciones existencialistas en torno a la obra de tal o cual artista; es decir, o no les entiendes un carajo o entiendes algo que va ligado a algún agujero freudiano propio y digno del psicoanalista. Por cierto, como dato curioso, Kapoor se sometió voluntariamente a 15 años de psicoanálisis así que, mis estimados, aún estamos a tiempo.
La exposición se divide temáticamente, o algo así; formas autogeneradas, formas de belleza, tiempo y fuerzas impredecibles. Francamente no desmenuzaré cada una, ni tratare de hacerles tibio un tour textual, mejor salgan a verla. Lo que sí llamo mi atención en más de una de sus piezas, pobremente curadas, fueron conceptos presentes en la arquitectura, lo cual no sólo demuestra un estudio exhaustivo por parte de Anish Kapoor, sino que también deja ver que la arquitectura tiene mucho más que ver con lo intangible que con la materia, es decir (y antes de que comiencen a encender las antorchas) que en una gran parte de sus esculturas, al menos en las que vi y experimenté, Kapoor utiliza el vacío como forma, distorsiona el espacio a través del uso magistral del reflejo y la distorsión de los planos de un objeto. Conoce a la perfección el entorno y obliga al espectador a interactuar con la obra, a recorrer la pieza, a notar que no sólo el reflejo personal cambia dependiendo de la posición del observador, sino que todo su entorno muta con él, dando más de una experiencia y conectando a un nivel sensorial que no siempre se logra en el objeto arquitectónico construido.
Para un artista cuyo interés se enfoca en las relaciones endógenas y exógenas, la materia y la no-materia, el espacio vivo y el concepto de forma es vacío y el vacío forma, no es de extrañar que tenga ejercicios lúdicos espaciales. Las esculturas ubicadas en la primera sección de la exposición tienen lo anterior como común denominador: son seductoras al ojo humano, poseen siluetas curvilíneas (atractivas por naturaleza) y cóncavas (que construyen la sensación de vacío) y se apoyan en cada caso en reflejos y pigmentos para exponenciar las sensaciones y generar una fuerza gravitacional alrededor de cada una.
Domina la luz a través de los materiales y la geometría del objeto; la pieza The edge of the world, un objeto cóncavo suspendido a 2.30 metros de altura, genera mediante el cambio de escalas la yuxtaposición entre la intimidad que provoca el pigmento rojo de la pieza, cálida, confortable y el vacío potenciado por la escasez de luz.
Después de un desconcertante pero memorable paseo por su conjunto de esculturas de cemento tituladas Ga,Gu,Ma, luego de su C-Curve, algo desconectada y a mi gusto amenazada por otras piezas, me encontré con My red homeland, una instalación mecánica a base de cera y pigmento que apela al término conocido como self-generated; consiste en una base en la cual un montículo de cera color rojo es moldeado cinéticamente por un cubo de metal. No es la primera obra en este tenor, existe también Svayambh, un bloque de cera gigante que pasa a través de la Royal Academy de Londres y que debido a que es de mayor tamaño que las puertas y los arcos, deja tras de sí una estela del material y residuos del mismo en los bordes de cada cruce, lo cual cambia su forma y lo moldea conforme al espacio. Lamentablemente, esta útlima no se instaló, quizás se antojaba para el palacio de Bellas Artes.
Irónicamente, Anish Kapoor ha declarado en más de una ocasión odiar el arte público, pues lo considera mucho más cercano al decorado frente a un edificio cuando debería existir una verdadera conciencia del espacio. En la obra de Kapoor el objeto artístico no se concibe como una identidad independiente del espacio público, es una sinergia entre la arquitectura y el ambiente aunado al objeto artístico comulgante, además de plantearnos una arquitectura biológica, construida desde el objeto no-material que nace en la intimidad y se exterioriza hasta el vacío.
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