Antropofagia / Rafael Bores
portavoz - 25/07/2019
Por Emmanuel Ruffo - 05/03/2014
Las jerarquías sociales siguen y seguirán existiendo mientras no entendamos que la comunicación es una de las claves fundamentales para la evolución. Y es que resulta interesante observar las conductas de las “diferentes clases sociales” dependiendo las circunstancias en las que uno se encuentra. Por ejemplo, la forma tan “jerárquica” en como se dirige un mesero al cliente en la Ciudad de México y de cómo esta idiosincrasia se manifiesta de manera exponencial hacia el interior de la República. En Europa, por el contrario, la comunicación es bastante directa, muchas veces “informal” y sobre todo “sin un nivel jerárquico preestablecido”, a veces un poco exagerado, que de pronto uno mismo -como cliente- no entiende si debe decir “por favor” o “disculpa”…
La parte más interesante radica en que en este último ejemplo se permite generar una dinámica de comunicación que, además de ser sencilla, clara y relajada, abre caminos hacia una colaboración más allá de la mesa y el café. Mágicamente, existe implícita una confianza, una familiaridad, sinceridad. Hay muchos casos en donde “este tipo de comunicación” ha permitido generar colaboraciones “artísticas y creativas” entre un amateur y un profesional. O simplemente entre dos profesionales en busca de nuevos horizontes. Las pautas de estas colaboraciones de éxito radican en las personas mismas pero también tienen que ver con un auge de cultura “popular” de ciudad que permite entender de manera “informal” lo formal. Cientos de colaboraciones entre profesores, profesionales, artistas y apasionados, se han generado en los bares, en el pequeño café de la esquina, o en la sencilla tienda de doña Juanita. La comunicación en una ciudad -sobre todo en los lugares socioculturales- a veces es simplemente “too much” (demasiado) como dicen nuestros queridos vecinos. A veces no es necesario tener tanta diplomacia, sobre todo cuando al final el asunto termina en una comunicación mucho más informal y poco sincera, a diferencia de aquellas que no nacen de esta manera.
Esta reflexión me resulta relevante cuando se realiza una interpretación de la ciudad, de sus calles, sus muros, sus construcciones, sus elementos de transición y sobre todo sus “procesos-transiciones”, que en sí son el auge de la ciudad. Qué sería de Barcelona sin el barrio del Raval, el Gótico, las plazas del barrio de Gràcia. Qué sería de Londres sin sus mercados populares, sus parques (Kensington Gardens, e.g.), Tiananmen en Beijing, el Central Park en New York, la plaza y el Panteón en Roma; son sin lugar a dudas “espacios” únicos contenidos en una Ciudad que han permitido generar “comunicaciones” que abren oportunidades de crecimiento, de evolución de las personas mismas y por consecuencia de la misma ciudad. No es suficiente generar actividades locales de acupuntura que sirven para “unos cuantos”. El poder de desarrollo radica en las ideas mismas a partir de aplicarlas a diferentes escalas de interacción, de lo local a lo regional, de lo regional a lo global y en cómo esto afecta-infecta la idiosincrasia de una cultura, una sociedad, una ciudad. Las neuronas que conectan el estado “implícito” de nuestros peores temores pueden y deben ser necesidades “explícitas” de lo que vivimos cotidianamente, el cambio radica entonces en las oportunidades de exploración para un beneficio común, dentro de una comunicación “informal”, directa y evolutiva.
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