El color de Gabriel de la Mora
Alejandro Cabrera - 19/03/2013
Por Marcos Betanzos - 12/02/2014
“La crisis actual de la ciudad y el entorno construido se debe, sólo en parte, a las posiciones culturales y morales de quienes profesionalmente están implicados en la transformación del entorno, cuyo desconcierto actual se deriva del conflicto entre las ideologías y las crisis efectivas de las instituciones”.
Giorgio Muratore
Se exhibe en el Palacio de Iturbide (Ciudad de México) la que es quizá la muestra más exitosa y más extensa de arquitectura en los últimos años: “Arquitectura en México 1900-2010 la construcción de la modernidad. Obras, diseño, arte y pensamiento”. Un viaje exhaustivo a través del trabajo realizado por arquitectos, diseñadores y artistas a lo largo del siglo XX y la primera década del XXI.
La exposición curada por Fernanda Canales ha resultado ser una invitación inevitablemente seductora para especialistas y, lo mejor de todo, público en general que ha decidido acercarse a conocer los aristas de la producción arquitectónica o, quizá también, ejercitar el reconocimiento de la (su) ciudad en otra escala. Al menos parece que así es posible comprender y explicar la inmensa cantidad de personas que se han dado cita en el recinto para recorrer la muestra, misma que sin duda exige más de una visita.
Maquetas, fotografías, planos, dibujos, croquis, videos y más medios, ilustran la evolución de las herramientas de dibujo, las influencias de maestros, el lenguaje vinculado al discurso histórico, los estilos, los autores (reconocidos y otros no tanto, siempre igual de valiosos), así como el paso de los años en los procesos de urbanización o de la información disponible para proyectar. A la par, es posible ver hacia dónde se ha desplazado la temática de la arquitectura desarrollada, vinculada siempre –claro está– a la economía, la historia y la política; en lo social, no tanto.
La vivienda, por ejemplo, que a mitad del siglo pasado era un referente a seguir en cuanto a la base de la sociedad que tenía como objetivo y que era la esencia del modelo auspiciado por el Estado, a finales del mismo periodo se vio sucumbir y los ejemplos mostrados se reducen de la mano de la conducción del mercado inmobiliario. El desarrollo de centros educativos se muestra también concentrado en gran medida en las instituciones privadas y otras tipologías como los mercados públicos ya comienzan a verse con cierto velo nostálgico que anuncia su estado terminal, ni qué decir de los edificios para la salud. Tipologías que antes dominaron la escena de las ciudades, hoy son pequeños destellos en el firmamento de la profesión.
La muestra posee todo lo que meritoriamente debe de aplaudirse a un trabajo que demuestra haber sido minucioso y demandante para todos los involucrados en él: el tener que reunir archivos y llevarlos a la luz como se ha hecho tiene un gran valor que no puede ningunearse. Por ello, no resta mérito alguno esa incomodidad de sentir que faltaron unos y sobraron otros, siempre se pensará lo mismo. Y ahí, no hay más que decir que es el curador y sus circunstancias quienes tienen la última palabra para definir cómo y por qué aparecen tal o cual autor y sus obras.
Sin embargo, queda espacio para preguntarse si es el Estado quien ha dejado de ver la arquitectura como eje de desarrollo, como estandarte de las grandes empresas del país, o si es la sociedad en general la que se ha desligado de esta profesión que parece estar destinada a producir exclusivamente piezas dignas de contemplación. También hay espacio para preguntar por qué si se exaltó ese vínculo entre arquitectura, arte y diseño, no se esbozó la relevancia del paisaje hacia la ciudad.
Triste parece ser que con la muestra quede claro que, además de un talento desbordado y a toda prueba, en México la arquitectura posee esa cualidad inquebrantable de poder mirarla pero no tocarla. Así, detrás de vitrinas que parecen poner un límite incorruptible, la gran mayoría que asiste al Palacio de Iturbide se sorprende por el despliegue de formas y el universo particular de nosotros los arquitectos que, con la misma gracia de la creación, ostentamos el poder del canibalismo: ahí están los maravillosos edificios que se hicieron y ya desaparecieron, ahí aparecen los que no llegaron a materializarse y sí, también están los que ya han comenzado a destruirse de manera prematura. Muchos de ellos de la mano del propio gremio.
110 años de trabajo que Fernanda Canales ha reunido con esmero; desde su óptica, la provocación para reflexionar, asimismo la invitación para respetar nuestro trabajo y restablecer los vínculos quebrantados con la sociedad que, hoy por hoy, ve a la arquitectura como objeto suntuoso cuando un día fue –al menos en determinados sectores y en algunas tipologías arquitectónicas-, objeto de primera necesidad.
Así, están llenas las salas de fervientes espectadores que esperan protagonizar en algún momento algunas de las historias siempre gloriosas de la arquitectura nacional. Sirva esta gran exposición para invitarnos a ver, conocer y exigir el cumplimiento de las promesas pendientes.
Más información:
http://fomentoculturalbanamex.org/arquitectura-en-mexico-1900-2010