Can You Feel Me
- 27/04/2015
Por Adolfo Lara - 08/09/2013
Si es real aquello que dice que la Arquitectura no es una profesión ni un oficio, sino todo un estilo de vida, debería ser entonces la obra, nuestro hábitat natural.
Los procesos constructivos de cualquier proyecto, por más pequeño que este pudiera ser, se convierten en el respaldo principal que sustenta nuestra legitimidad profesional. Por más horas que pases en un restirador o atrás del monitor de una computadora diseñando, proponiendo y experimentando con algún objeto arquitectónico, “vivir” la obra te da la oportunidad de cuidar y resolver todos aquellos detalles que surgen continuamente en el campo y no solo eso, me parece que termina por ser la esencia sobre la cual descansa el resultado final del proyecto. Es por esto, que no entiendo el burdo concepto de “visita de obra” empleada comúnmente por tantos colegas, dado que debería ser un valor entendido de la profesión y no una opción con un valor determinado.
Varillas, cimbra de madera, cemento y tabique son generalmente una estampa repetida de cualquier proceso constructivo, pero no solo eso, va más allá, y es que desafortunadamente, como ya lo hemos platicado antes, la enseñanza universitaria termina por ser un porcentaje menor del aprendizaje total que se debería tener y es una de las razones por las que la estancia in situ será donde termines de reforzar tu formación profesional, intentando ser lo suficientemente receptivo para aprender de esos maestros que aunque carezcan de una carrera profesional, la experiencia y el conocimiento empírico les sobra y pueden llegar a convertirse en grandes guías, que disfrazados de plomeros, carpinteros o albañiles son capaces de resolver con una facilidad pasmosa problemáticas y situaciones que emergen cotidianamente.
He llegado a creer que dichos procesos tienen una cierta mística, porque es efímero, tiene caducidad y termina por convertirse en una serie de dinámicas ligadas a la evolución del proyecto arquitectónico y la influencia del tiempo y el contexto en el desarrollo de una obra, pero que cuando se corta el listón inaugural quedan en el baúl de los recuerdos y en la memoria de quienes tuvieron participación en ella, porque en muchas ocasiones, al ponerle vestido y maquillaje a los edificios, lo más interesante quedará oculto y con el paso del tiempo, olvidado.
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