Nin Solís
Alejandro Cabrera - 27/02/2015
Por Jimena Hogrebe - 03/11/2015
Rusia ha dado a luz su propio arte.
Alexandr Ródchenko
El arte ruso me empezó a interesar hace muchos años. Conocí a algunos de los pintores abstractos, descubrí a un par de escritores, vi algo de cine y escuché un poco de música, y finalmente llegué a los arquitectos de principios del siglo XX. Cuando llegué a los arquitectos comencé a identificar puntos en común con el resto de lo que había conocido y a darme cuenta de que todos parecían compartir algo en su espíritu, algo que me atraía. Me daba la impresión de que cada obra mostraba una cultura y un territorio complejos a través de la construcción de ambientes específicos, y que cada una de ellas provenía de una clara postura ideológica rodeada por una melancolía profunda. Una especie de nostalgia futurista que al mismo tiempo era radical, crítica y pasional. La exposición Vanguardia rusa. El vértigo del futuro (1911-1934) actualmente montada en Bellas Artes contiene una gran cantidad de piezas que, me da la impresión, proyectan ese mismo espíritu.
El vértigo del futuro
La exposición está dividida por disciplinas, lo que permite observarlas de manera independiente, sin dejar de lado la manera en la que se entrelazan y el alcance que tienen en conjunto. Esta conjunción entre arquitectura, diseño, cartel, pintura, cine, música, literatura y ediciones, teatro, fotografía y dibujo erótico, evidencia la intención de representar una nueva realidad y un nuevo orden social. La exposición deja clara la visión del arte que tenían los artistas rusos de la vanguardia como detonador para transformar el mundo y la importancia que en sus obras adquirían la tecnología y la revolución. Cada una de estas secciones contiene piezas que proyectan al mismo tiempo una añoranza utópica y una solución material concreta.
La primera obra presentada en la exposición es una maqueta de El monumento a la Tercera Internacional (1919) de Vladímir Tatlin: dos helicoides de estructura abierta entrelazados que contienen al interior volúmenes platónicos para salas de asamblea que giran a velocidades distintas. Para muchos este proyecto es una “metáfora monumental de la armonía de un nuevo orden”[1] y da la impresión de estar al inicio como introducción a las búsquedas de la vanguardia. El proyecto icónico de la arquitectura constructivista resume lo que en la exposición se irá descubriendo: el interés material y tecnológico que responde a una nueva realidad. “Puede que se pretendiese dar a esto la significación adicional de una imagen del proceso dialéctico histórico, entre tesis y antítesis, con la posterior armonía de la síntesis. Si así fuese, la torre Tatlin debe interpretarse como un emblema de la ideología marxista, en la que los movimientos reales de las partes y el dinamismo escultórico de la armadura simbolizan la propia idea de una sociedad revolucionaria que aspiraba al ‘estado más elevado’ de una utopía igualitaria y proletaria.”[2]
La sección de arquitectura presenta una combinación de dibujos, maquetas y videos. Mucho de lo expuesto pertence a Konstantine Mélnikov tanto por la experimentación de su obra, como por la cantidad que produjo. Están incluidos proyectos como el pabellón para la Exposición de Artes Decorativas de París 1925 que era “una síntesis de los aspectos más progresistas de la arquitectura soviética hasta la fecha”[3], el club de obreros Rusakov (1927-1928) y el proyecto de su casa (1927-1929) con su experimentación espacial, geométrica y constructiva. Además del trabajo de Mélnikov están presentes los condensadores sociales (esa novedosa tipología para el nuevo orden), algunos trabajos para concursos (que fueron una plataforma importante ante la falta de posibilidades de construcción en el primer periodo), algunos proyectos de vivienda (problemática que fue necesario enfrentar a partir de 1926) y algunos acercamientos urbanos (aunque no propuestas como la ciudad lineal que buscaban unir la ciudad con el campo). La selección es interesante porque incluye ejemplos icónicos, pero también unos más desconocidos, y porque presenta ejemplos de las dos posturas enfrentadas: la funcional/constructiva y la formal. Podría pensarse que faltó incluir algo del trabajo de Iván Leonídov siendo éste quien logró unir ambas posturas y quien desarrolló propuestas interesantes como el Instituto Lenin (1927) y dibujos y maquetas con mucho detalle.
Una buena parte de la exposición está dedicada a Lázar Lissitzky (El Lissitzky). Aunque sus Wolkenbügel no están incluidos, en sus prouns (esta propuesta plástica que unía pintura y arquitectura) es posible identificar trazos, colores y texturas muy ricos que proyectan una experiencia espacial y ambiental única. También los cuadros abstractos de Kazimir Malévich ofrecen una posibilidad de exploración espacial a través de figuras y colores definidos pero llenos de texturas, tonos y profundidades. Alexandr Ródchenko aparece prácticamente en todas las secciones. Hay cuadros y propuestas arquitectónicas, pero sobre todo impactan sus fotomontajes y sus fotografías. Los primeros crean realidades complejas al sobreponer capas de tiempo y espacio, y sus cualidades materiales son esenciales (queda clara la razón por la que los arquitectos han utilizado este medio de representación). Sus fotografías, por otro lado, transportan a una realidad de ensueño bañada de nostalgia e ideología. Otro de los artistas incluidos en varias secciones es Serguéi Eisenstein, en la sección de cine hay fragmentos de sus películas, pero llama la atención su trabajo en teatro y su delicada serie de dibujos eróticos, ambos con una carga cinematográfica constante.
El vértigo del presente
Ver esta exposición invita a muchos cuestionamientos sobre el pasado y el presente, tanto por los contenidos como por las paradojas que la muestra parece insinuar. Desde la presentación de Vanguardia rusa, por ejemplo, se plantea la aparente contradicción de exponer en una institución como Bellas Artes una corriente artística que surgió como una propuesta radical de ruptura con lo establecido, que buscó un futuro utópico y que fue detenida por lo mismo. Y sí, podría pensarse como absurdo que un movimiento que inicialmente fue radical y rechazado, se haya convertido en una nueva tradición que influenció el arte y el diseño en todo el mundo, incluso en la ideología contraria.
La vanguardia rusa sucedió esencialmente en las ciudades y, a pesar de los intentos de propaganda con camiones y trenes, no llegó con la misma fuerza al campo. La búsqueda por un arte colectivo e incluyente terminó atrapada en una minoría citadina. Fue una producción de “imaginería completamente ajena a la mayoría del pueblo, formado por campesinos”[4], que llegó a ser acusada de formalismo burgués (mientras que en Alemania las nuevas propuestas eran acusadas de bolcheviques). Esta situación, evidente en la exposición, lleva a cuestionarse de qué manera podría o tendría que alcanzar a todos el arte pensado para la colectividad.
Desde la arquitectura es posible encontrar también algunas paradojas. La mayor parte de las piezas expuestas son dibujos y maquetas debido a que la mayor cantidad de los inventivos proyectos se pudo realizar sólo sobre papel, ya que el atraso industrial en el que Rusia se encontraba no permitía que se construyeran. Mientras que en Estados Unidos, en donde la industria estaba avanzando a pasos agigantados, nunca se propusieron proyectos de ese alcance. Parecería que el culto a la máquina era justamente un acto de fe, algo inalcanzable e incierto. Por otro lado, es posible identificar que la búsqueda inicial de los proyectos junto con la ausencia de los medios indicados, llevaron a un reduccionismo y a una búsqueda formal, una especie de copia descontextualizada y problemática. “Toda la intensa autoafirmación con la que los funcionalistas enunciaron su credo no pudo enmascarar ni la aridez de su doctrina ni la esterilidad de su práctica. Los pocos edificios que quedan en pie son testigos de ello.”[5] Y es por esto, tal vez, que lo que admiramos más es la propuesta utópica en papel llena de esperanzas para el futuro antes de que la realidad la golpeara.
Al observar el espíritu que la exposición proyecta y al reflexionar sobre algunas de las paradojas que pueden identificarse, se podría decir que es inspiradora porque invita a cuestionar lo establecido, a poner en duda los absolutos y los íconos, a entender que los fracasos pueden ser pequeños logros, pero sobre todo a pensar en otros futuros posibles y a ver en la creación posibilidades de cambio. Asombra que a un siglo de haber surgido la vanguardia rusa siga provocando movimiento en el pensamiento y siga emocionando con su estética.
Apéndice. De Rusia con amor
Hace unos días unos amigos me mostraron los videos titulados From Russia with Love. Haciendo una reflexión alrededor de los videos y de la exposición (con la cautela pertinente), me llama la atención lo que Rusia proyecta al mundo cien años después de la vanguardia. Son videos que muestran una realidad extrema, violenta y compleja en la que los límites entre entretenimiento y realidad se han borrado. Y no puedo más que pensar que esos videos muestran una realidad que nos compete a todos y que invita a volver a buscar futuros alternativos; posiblemente a través del arte, posiblemente de Rusia con amor.
Lista de imágenes
[1] Kenneth Frampton, Historia crítica dela arquitectura moderna, Trad. Jorge Sainz (Barcelona: Gustavo Gili, 2000), 172.
[2] William J.R. Curtis, La arquitectura moderna desde 1900, Trad. Jorge Sainz (Londres y Nueva York: Phaidon Press, 2006), 205.
[3] Frampton, Historia crítica dela arquitectura moderna, 173.
[4] Curtis, La arquitectura moderna desde 1900, 203.
[5] Berthold Lubetkin, “Soviet Architecture: Notes on Development from 1917 to 1932”, en Frampton, Historia crítica dela arquitectura moderna, 169.
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