El tradicional espacio de trabajo de una oficina: su respectiva área de recibidor en donde la secretaria da la bienvenida al visitante para que espere al director, marcando ya una clara distancia entre este y el que espera; la o las salas de juntas, los cubículos de trabajo que se repiten a veces de manera despiadada y los privados de los directivos que no pueden faltar para definir esa perfecta imagen de la oficina ‘moderna’, con la clara materialidad de cristal templado o de un material que se distinga del resto del espacio para marcar esa distinción de rangos.
Vamos, Jacques Tati ya lo había ridiculizado en su espectacular trabajo Playtime, en 1967. Y aunque este esquema en el s. XXI sigue existiendo y sigue siendo, para muchos, un deseo y no una necesidad, existen cada vez más personas que aceptan la re-definición del espacio de trabajo como uno distinto al que nos enseñaron a muchos, no solamente a nivel universitario sino a nivel social. Esto es, la absurda creencia de que el éxito radica en el tamaño de la oficina y la cantidad de empleados. Mantener hoy en día una oficina, ya sea de dos o más empleados resulta, en muchos casos, incoherente y poco eficaz en relación con lo que se genera.
El sociólogo norteamericano Ray Oldenburg habla desde hace tiempo de la importancia de los espacios de reunión como parte fundamental de una sociedad funcional. A estos lugares les llama el tercer espacio, mismo que precede al segundo (la oficina) y al primero (la casa). El tercer espacio se refiere a aquél neutral que marca un ambiente distinto del tradicional espacio de trabajo y que, por su estado de imparcialidad, genera un estado de distención emocional en las personas. Estos espacios promueven evitar al trabajador sedentario.
La idea se siente ya casi vieja porque sabemos que quizá el éxito de todos estos cafés, nos gusten o no, radica en que anticiparon la evolución de los espacios de trabajo.
El tercer lugar de trabajo se ha convertido en un laboratorio de experimentación no sólo a nivel laboral sino a nivel emocional. Ya que en primera instancia, estar en un ambiente en donde el espacio construido no determina jerarquías ni rangos laborales rompe con los paradigmas establecidos y por ende establece la posibilidad de generar una sinergia más creativa y productiva.
Algunos arquitectos hemos decidido dejar atrás el concepto de oficina como tal. Sí, es inevitable apartarnos por completo del espacio bien establecido y destinado a computadoras, impresoras, papeles, plumas y (des)ordenes visuales por la naturaleza del proceso de diseño, pero de igual manera es venturosamente inevitable estar presente en el sitio de construcción por el natural proceso de solución de la arquitectura. Así, el tercer espacio de algunos arquitectos está en el sitio mismo en donde se construye de manera temporal una sala de juntas con sus respectivos servicios (WI-FI, teléfono, sanitarios, cocineta, etc.).
Este tercer espacio, sobre las ventajas que puede tener, no dicta distancias ya que trata de acortar las jerarquías y rangos de trabajo procurando generar la correlación en equipo dentro de un espacio de neutralidad. Pero también esta espacialidad neutral que paralelamente marca una distancia geográfica de la propia ubicación cotidiana y de no sentirse asociado con las actividades habituales es la que me atrevo a decir que genera la posibilidad de una mayor creatividad.