Arquitectura que envejece.
Adolfo Lara - 13/08/2013
Por Sandra Sánchez - 09/08/2016
Gabriel de la Mora decidió parar cuando se dio cuenta de que un vendedor había puesto polvo sobre una bocina para ofrecérsela. En ese momento cesó de recolectar radios viejas. De la primera compra a la última pasaron tres años.
Ya sean cascarones de huevo, suelas de zapatos o pinturas falsificadas, De la Mora se aproxima a los objetos a la manera de un investigador privado que sospecha que la superficie esconde algo más de lo que se ve a primera vista. Para ello cuenta con varios trabajadores que en su taller lo ayudan a separar, limpiar, ordenar y enmarcar los objetos. Muchas cosas esperan pacientemente en una bodega, otras se encuentran sobre las mesas donde el equipo manufactura narrativas a partir de lo que podría considerarse un deshecho.
Este método de trabajo parte de la repetición. Para encontrar el común denominador de los objetos, De la Mora va coleccionando aquello que se agrupa bajo un mismo nombre. En esta ocasión centraremos la mirada en los aparatos de sonido.
El artista emprendió el viaje en mercados de pulgas y demás lugares en donde sabía que podía encontrar las radios. Me enseña una foto y me dice que muchos estaban en muy malas condiciones, empolvados y arrinconados, mientras que otros aún sonaban cuando efectuó la compra.
En cuanto encuentra lo que necesita toma una fotografía para capturar el momento en que esa cosa deja de ser un objeto del mundo para abrirse a otra posibilidad de existencia. La imagen obturada presenta un momento de muerte empalmado con un momento de vida, aquella que brinda el arte al dar un lugar excepcional a la cosa en un circuito que va de la producción, a la exhibición y al archivo: un ritual propio.
Una vez que los aparatos de sonido llegan a su taller, Gabriel y su equipo desmantelan el objeto, separando sus partes; cada una tiene un destino diferente. Las telas que cubren las bocinas se convirtieron en dibujos. La huella fue formada por la emisión sonora del aparato. Las ondas hicieron circular el polvo en el espacio que quedaba aislado por la malla. La marca la da el tiempo y el sonido. De ahí la diferencia visible en cada par.
¿Qué hace que los 55 pares de bocinas sean dibujos? La pregunta trae al frente el marco teórico, práctico e institucional que sostiene a la tradición. Se tiene entendido que un dibujo es la ejecución corporal de una línea o una serie de líneas sobre un soporte que generalmente es papel. La mano del artista lleva consigo el gesto, que se presenta explícito o que se oculta a favor de un realismo u otro tipo de exploración formal.
En las bocinas la mano del artista está ausente, los dibujos están formados por las ondas sonoras, las emisiones y las mallas que permiten que ese movimiento quede fijo. Este tipo de producción no necesita más el trazo para aparecer, sin embargo, sólo es posible que exista de esa manera cuando el artista lo pone aparte para que lo percibamos de tal manera.
El dibujante en este caso no es uno que se postra frente a su modelo real o imaginario para hacer una copia fiel, para deformarlo o hacer un collage con algunas de sus partes. El dibujante en este caso es aquel que camina para encontrar en su ciudad los aparatos y hacerlos transitar de meros obstantes o útiles a obras de arte.
En una primera impresión, se podría pensar que las mallas son un ready made, dibujos ready made. Sin embargo, el objeto no transita de la cotidianidad al marco de la galería. El proceso de selección, fijado, enmarcado y disposición en la sala transforma al objeto, el cual cobra una doble vida: la de su fantasma unida a su función y la de su nueva apariencia que se liga a una tradición con un campo semántico dado. Bajo la sombra del dibujo es que podemos valorar el tipo de línea, la carga del polvo sobre la tela, la figura y el fondo, así como los accidentes que deforman la figura.
Esta transición del objeto bocina a la malla dibujo ensancha el campo del dibujo mismo, al tiempo que permite observar el trabajo de un artista, es decir, su mirada particular sobre el mundo. Gabriel de la Mora, el que mira y escoge, también decide conservar. De la mano de su restaurador de cabecera, busca que la baratija no se pierda en su ordinariez, prolonga su tiempo de vida.
Hasta ahora las mallas han tenido dos salidas al mundo del arte. La primera es la exposición Sound Inscription on Fabric en el Drawing Center de Nueva York, que actualmente presenta los 55 pares, colocados uno a lado del otro o frente a frente. El resultado es una retícula que reitera cómo el arte genera sus propios lenguajes de disposición de los objetos. En vez de intentar proponer un orden nuevo, De la Mora dispuso las mallas bajo la lógica reticular, enfatizando el orden de distribución moderno.
La segunda es el libro homónimo que salió el mismo día de la muestra. La publicación se acompaña de dos textos, uno de Brett Litmann, curador, y otro de Jace Clayton, escritora y artista.
Del texto escrito por Brett es interesante cómo liga el trabajo de Gabriel de la Mora con la exposición Demonstration Drawings de Rirkrit Tiravanija, curada por Joao Ribas en 2008 para la misma institución. La muestra consistió en la presentación de los dibujos realizados por artistas jóvenes tailandeses, a quienes Tiravanija solicitó que copiaran fotografías de protestas políticas que habían aparecido en el International Herald Tribune entre 2006 y 2007.
Brett explica que Demonstration Drawings fue recibida por la audiencia como un acto herético, ya que atribuía a los dibujos una autoría falsa, pues no habían sido hechos directamente por el artista. En el caso de Sound Inscription on Fabric el curador considera que empuja el problema del dibujo y su autoría un paso adelante.
“Estos puramente son dibujos ready made que no son manipulados por la mano de De la Mora. La forma y la densidad de las imágenes formadas que se han impregnado en la tela dependen del tiempo y la estructura física de cada bocina en particular. Cada una de las “inscripciones” documenta un momento en la historia, ya que los patrones fueron hechos durante años por el sonido de millones de voces, instrumentos e incluso el silencio pasando por la tela”.
Coincido con Brett en que sucede algo distinto de la comisión de un dibujo a la selección de un objeto con un trazo ya existente. También empato en que las huellas en las mallas enfatizan el tiempo, la historia y el uso del objeto; sin embargo, como mencioné con anterioridad, el hecho de que De la Mora escoja el material y lo trabaje con su equipo en el estudio hace que las telas no sean un ready made. Más bien lo que abren las piezas es una forma distinta de trabajar el medio a partir de la colección y selección de las cosas.