Obra en Obra: Fernando Palomar
Jimena Hogrebe - 26/07/2016
Por Aline Hernández - 18/03/2014
El imaginario urbano ha sido objeto de estudio para numerosos artistas. Algunos de ellos, como Francis Alys, han mantenido una estrecha relación con la ciudad y sus fenómenos a través de experimentar eventos que ocurren en nuestra cotidianidad. En el 2012, la artista australiana Lauren Brincat vino a México con el propósito de realizar una suerte de ‘residencia’ en nuestra gran metrópolis. Guiada por un encuentro que sostuvo con Cuauhtémoc Medina en la Bienal de Arte de Adelaida, Australia, quien le sugirió caminar en el tráfico, la artista se propuso cruzar el mundo para tomar la palabra del curador.
Su llegada fue marcada por una serie de nuevas experiencias conducidas principalmente por el asombro de la magnitud y caos que rigen diariamente nuestras calles. Uno de los eventos que llamaron su atención desde que llegó fue el tráfico, fenómeno a partir del cual trabajó la obra You Should Walk in Traffic (México D.F., 2012). Para Brincat, el fenómeno del tráfico, aunado a la peculiar –por no decir indómita- forma de conducir de los habitantes, y la increíble saturación que sucede en horas específicas del día, resultó ciertamente increíble. Fue así que se estableció la necesidad de realizar una acción en particular que lidiara con esto, encontrando finalmente una resolución: Brincat llevaría a cabo un recorrido en uno de estos espacios de tránsito, recorrido que no sólo implicaría una momentánea pérdida de control, sino asimismo una clara intervención en el paisaje urbano y en las dinámicas que ahí se establecen diariamente.
Inicialmente, se tuvo que pensar cuál sería el sitio adecuado para llevarla a cabo. El tráfico en la ciudad es algo común pero se requería de un lugar donde fuese posible realizar una caminata y que paralelamente existiera la posibilidad de registrar dicha acción. Finalmente se tomó la decisión, la artista atravesaría el viaducto, uno de los corredores que dividen la ciudad de norte a sur y que resulta uno de los más complejos. Éste presentaba no sólo la topografía adecuada, sino también una amplia concurrencia, fruto de los graves déficits en su capacidad de tráfico y en el acceso controlado [1].
La práctica, si bien recuerda a aquella frase de Richard Long cuando especifica que “su arte se resuelve en el propio acto de andar y no en el acto en sí mismo”, encuentra una variación debido a que se concibe bajo una lógica experimental que funciona mediante la incertidumbre y el azar dado en el acto mismo de intromisión. Este carácter se acentuó mediante la extensa cantidad de globos que la artista llevaba consigo al momento del recorrido. Fue finalmente gracias a este acto intromisivo que devino la apertura tendiente hacia una re-configuración perceptual, tanto de los transeúntes como de la artista misma. Su entrada estableció una temporalidad que, a modo de pausa, funcionó como condición de agenciamiento de una mutua pertenencia. Así pasó a convertirse en una especie de instrumento que hizo posible que nos cuestionarnos respecto a dichos espacios de tránsito.
La relevancia de la acción de Brincat radica en que acontece en una delimitación que oscila a efectos de inclusión y exclusión. Es decir, si por un lado, tal como lo menciona Heidegger “el emplazar admite algo (…) deja que se despliegue lo abierto, que, entre otras cosas, permite la aparición de las cosas presentes a las cuales se ve remitido el habitar humano (y) por otro lado, el emplazar proporciona a las cosas la posibilidad de pertenecerse mutuamente, estando cada una en su respectivo sitio y desde donde se abre a las otras cosas”[2]. La acción de Brincat, bajo este modo de oscilación, hace posible la apertura de un evento que potencializa la concepción de planteamientos que abren brechas para nuevas elucubraciones. A su vez permite la confrontación que se muestra potencialmente como un espacio fértil y fecundo para entablar un trayecto reflexivo que, a modo de subversión, procure encuentros donde aquello que sucede me concierne.
Su recorrido logró no sólo intervenir en el paisaje urbano, sino que posibilitó una suerte de desestabilización de aquellos que se encontraban en el tramo recorrido. El ver de pronto a una transeúnte caminando en medio del viaducto no es, sin duda, un evento enmarcado en nuestra vida diaria. A mi modo de ver, esta situación hizo posible, para el público no voluntario, una nueva forma tanto de encontrarse en medio de ese embotellamiento, como de ser conscientes de aquello que estamos experimentando.
De acuerdo con el Fidecomiso para el Mejoramiento de las Vías de Comunicación del Distrito Federal, el viaducto y el Periférico, al haber sido concebidos en las décadas de los cincuenta y sesenta, hoy se encuentran entre las vías que más déficits presentan, situación que las ha llevado a asentarse como vías lentas. La acción entonces se inscribe como una suerte de evento que visibiliza el modo en que dichas vías de acceso terminan cambiando en relación con las condiciones de saturación que hoy vivimos. Francesco Carreri explica que “el andar puede convertirse en un instrumento que, precisamente por su característica intrínseca de lectura y escritura simultáneas del espacio, resulte idóneo para prestar atención y generar unas interacciones en la mutabilidad de dichos espacios”. Precisamente, el caso de Brincat logró generar esta mutabilidad del espacio de la que habla Carrera, al revertir el uso bajo el cual es concebido y por tanto determinado.[3]
[2] Hgg, Pág. 23, 24
[3] Algunas de las lecturas que doy a la acción de Brincat en este artículo, fueron anteriormente publicadas por la revista Das SuperPaper del Museo de Arte Contemporáneo de Sydney.