Llegué a Londres en los primero días de la ola de calor de finales de junio, un evento que transforma la ciudad. Ésta no sólo recibe una luz distinta, sino que se modifica el movimiento y las conversaciones se tornan hacia ese tema (pareciera que los londinenses están obsesionados con el clima). Y no es de sorprenderse ya que son pocos los días con temperaturas mayores a los treinta grados y la gente no quiere dejar pasar la oportunidad, que podría ser la única en todo el año, para broncearse las piernas ya casi transparentes. Llegué en uno de esos días por la mañana. En un intento por manejar lo mejor posible el desfase horario, dejé mi maleta en el trabajo de una amiga en Mayfair y decidí aprovechar el día visitando los grandes parques. Empecé por Green Park, me acerqué al palacio y a St. Jame’s Park, y poco a poco fui moviéndome hacia Hyde Park. Sabía que, además de caminar a la orilla del lago, podría ir a la Serpentine Gallery a refugiarme un poco del calor, ver las exposiciones y, de paso, el pabellón de este año diseñado por el despacho de arquitectos españoles SelgasCano. El recorrido fue emocionante, realmente es fantástico el hábito londinense de ‘hacer parque’.
Cuando le comenté a mi amiga mis planes para el día, me dijo que a ella el pabellón le había parecido muy ‘chafa’ y durante el camino me preguntaba si era tal vez la ejecución el problema, ya que en imágenes y videos parecía un proyecto con elementos interesantes. Llegué a la Serpentine alrededor de las tres de la tarde. Al ver el pabellón desde la avenida no me impactó, por su proporción se me hizo chaparro, no me pareció que su forma acentuara elementos circundantes y los colores desde ese punto se percibían muy pálidos. Después de esta primera impresión decidí darle la vuelta por fuera para después entrar y, mientras caminaba, identifiqué a mucha gente ‘parqueando’ en las zonas sombreadas alrededor, unos comiendo y otros simplemente observando la intervención.
Lentamente fui descubriendo lo que desde la calle no se alcanzaba a ver, una peculiar combinación de formas, texturas y colores. El pabellón está formado por una estructura metálica irregular blanca, forrada con una película plástica (ETFE) en distintos formatos y colores: en algunos puntos tiras opacas cortadas como listones, también capas transparentes y otras con efectos tornasol, incluso pieles dobles con espacio para paso entre ellas. La intervención se compone por cuatro volúmenes alargados como gusanos que al estar situados radialmente forman un espacio central al interior, los cuatro volúmenes tienen aberturas en sus extremos provocando así una conexión con el parque, enfocando vistas específicas. Al ir rodeando el pabellón, el juego de colores se percibe muy interesante, por una parte los tonos claros lo hacen desaparecer, pero cuando estos se vuelven menos tenues empieza a contrastar con el entorno, y el efecto tornasol lo vuelve potente. Esta combinación formal y cromática proyecta una imagen lúdica, como de juego de verano en el parque.
Desde el recorrido exterior es posible asomarse hacia adentro y apreciar la articulación de sombras, tonalidades reflejadas y ambientes coloridos que se crean. A cada paso me fueron emocionando más todos estos efectos, me dio la impresión de que la solución formal ofrecía recorridos y perspectivas particulares, que la combinación entre la luz y el material provocaban colores y sombras divertidas, que era innovador en cuanto a la solución tectónica y que la experimentación era especial. Lo único que me incomodaba era que la intensidad de la luz solar era tal, que el reflejo en el material plástico deslumbrada y proyectaba calor (y con la heatwave a toda potencia esto cansaba la vista).
Por dentro el pabellón estaba prácticamente vacío, las mesas y sillas dispuestas estaban libres. Al llegar al centro, me quedó clara la razón (algo que ya me había imaginado y por lo que había dudado del proyecto desde que vi la primera imagen). Ese espacio forrado de plástico era imposible de habitar, hacía demasiado calor y el aire se percibía estancado. Tanto el encargado del carrito de helados, como los que atendían el café temporal, se veían en la necesidad de cargar con ventiladores portátiles para poder mantenerse en sus puestos de pie. El resto de la gente sólo entraba y salía inmediatamente después de haberse tomado unas cuantas selfies. Me quedé unos minutos para observar el movimiento, la estructura y el juego de colores, pero el ambiente sofocante terminó por sacarme.
Al salir y volver a ver el pabellón, el reflejo de los rayos de sol en el plástico brillante intensificó la sensación de calor y decidí entrar a la galería para refrescarme. Ahí escuché a unos visitantes preguntando si había eventos más tarde para poder visitar el pabellón en circunstancias climáticas más amigables. Con esto en mente, me instalé en la sombra de un árbol y sin la intensidad calórica, las imágenes de la forma irregular sintética y los contrastes cromáticos se percibían poéticos. En ese momento entendí el porqué de tanta gente sentada afuera a la sombra de los árboles. Estando ahí incluso pensaba en la posibilidad de relacionar el pabellón con algunos de los proyectos pop y de exploración tecnológica de Archigram, como Living City o Cuishicle, una conexión interesante con el pasado arquitectónico de la ciudad.
Da la impresión que SelgasCano aprovecharon la oportunidad para hacer un pabellón que les permitiera explorar temas como la conexión con el jardín, la disimulación de la intervención para hacer aparecer la naturaleza, el juego con transparencias, la indagación en tecnologías y materiales actuales, y la exploración de ensamblajes. Pero me es imposible ignorar la terrible experiencia en relación al calor, que toda esta experimentación se volvió inhabitable por una desconsideración climática, que se volvió un objeto observable desde la sombra de un árbol en un día de verano. La situación me sorprende, además, después de haber escuchado que una de las preocupaciones fundamentales de los arquitectos era la relación de la gente con el pabellón. Imagino que muchos dirán que dentro del periodo que la intervención va a existir, son pocos días los que serán así de calurosos, que en días grises de lluvia podrá incluso usarse como refugio. Sin embargo, la posibilidad de que el pabellón funcionara como refugio en diversos climas londinenses podría haber sido pertinente.
Me preguntaron qué me había parecido el pabellón. “Tengo sentimientos encontrados”, dije. Es seductora la propuesta formal, material y cromática; es terrible la experiencia en temperaturas calurosas (incluso ‘chafa’ como diría mi amiga). Esta disyuntiva me parece interesante ya que vuelve a sugerir cuestionamientos sobre el valor que se le da a la forma (a lo fotografiable) y el que se le da a la vida cotidiana; vuelve a abrir preguntas sobre la posibilidad de adaptar las soluciones con la meta de ofrecer cómodos momentos en circunstancias diversas. Tal vez habría que tomar más en cuenta la aparente obsesión de los londinenses con el clima, afecta demasiado la experiencia.
Fotografías: Jimena Hogrebe