Más, más, más

Por - 15/07/2013

Uno de mis vicios favoritos es ir al cine, se puede decir que soy cliente frecuente de una sala que se encuentra a dos cuadras de mi casa. En algunas ocasiones llego temprano para comprar los boletos y luego me voy a ver las revistas a la tienda que todos conocemos… tal vez esta dinámica es un poco romántica o al menos bastante ineficiente, pues se que ahora puedes hacerlo con una aplicación desde tu celular, pero qué puedo hacer, así lo he hecho durante años y el cine está a una cuadra.

En mi última visita a este centro comercial en donde se encuentra dicho cine, no fui a ver las revistas, me moría de hambre así que tomé la decisión de ir a la espantosa, pero a veces útil, zona de comida rápida de la plaza. ¡Que sorpresa me llevé al ver todas las mesas tapizadas de un anuncio de papas! ¿Queeeé?, ¿acaso no les es suficiente con rentar los locales comerciales? ¿Por qué esa voracidad por la utilidad?  ¿Por qué anteponemos el excedente de utilidades por la calidad de vida y dignidad?

¡En realidad no lo entendía!

Mientras masticaba mi comida no dejaba de pensar en quién era el responsable de todo esto, la respuesta más fácil es: todos, pero bocado tras bocado intentaba desmenuzar el asunto que me tenía tan indignado. Me quedé pensando en ¿cómo habrá surgido la idea de poner semejante anuncio en la mesa?, seguro en una junta o conferencia telefónica entre la agencia de publicidad y el cliente. Masticando el asunto profundicé en quiénes podrían haber estado en semejante junta, seguro alguien de marketing y de ventas, posiblemente un diseñador. Quiero entender que aquel personaje ficticio de marketing que me estaba creando era una persona creativa, con imaginación, capaz de visualizar las ideas y propuestas que le vendía con tanto ánimo a sus clientes. El diseñador presa del encargado de mercadotecnia se convertía en el verdugo ejecutor a través del “diseño” y el cliente, bueno, simplemente era el cliente que quería vender más y más.

Está en nosotros poder visualizar la consecuencia de nuestro trabajo, tal vez esa mesita inofensiva no es una gran amenaza, pero cuando multiplicamos el ejercicio y salimos a la calle, observamos que ya se dio esta multiplicación. Las calles están infestadas de anuncios, los edificios tapizados, las bardas forradas por capas de espectaculares. El apropiamiento del espacio público y privado a través de la publicidad es un fenómeno que si no se regula puede ser muy dañino en términos sociales.

En el caso de la plaza comercial, el inversionista debería invertir en buen mobiliario, un espacio decente, digno y disfrutable para la gente que, además de visitar el lugar buscando pasar un buen rato, es quien dejará los recursos para que los arrendatarios paguen la renta. Ahora la dinámica es, “que lo pague la marca”, aunque sea barato…

¿Se darán cuenta las marcas que están abaratando nuestros espacios y por ende nuestras vidas? ¿Se están dando cuenta que llegaremos a un punto en donde esta publicidad provoque rechazo? ¿Se dará cuanta el arrendador que cada día su plaza se afea y la gente dejará de ir? ¿Se dará cuenta este agente de marketing que en la escuela de su hijo los niños tienen diabetes por su trabajo?

La imaginación y creatividad por sí solas no son buenas ni malas, es el uso que le demos a estas grandes características del ser humano. Como especie somos capaces de diseñar naves espaciales, medicinas, objetos utilitarios, arte, pero también, armas, estrategias económicas para hacer ganar a los que más tienen y quitarle dinero a los que apenas tienen, fraudes electorales, asesinatos, robos, estafas. ¡Vaya que se necesita imaginación para cometer un buen fraude!

Seguía masticando, cada vez más indignado, pensando en cuánto talento e imaginación estamos desperdiciando como especie bajo el pretexto de vender más. Vender más papitas, más refrescos, más ropa, más desodorantes, más jabones, más químicos, más, más, más…

Antes de comenzar la función pasaron los imprescindibles comerciales, como si no tuviera suficiente con la imagen publicitaria de aquella mesa que quedó grabada en mi mente.
Toda publicidad ocupa y paga un espacio, las compañías están dispuestas y pagan fortunas por rentar centímetros cuadrados de espacio libre, ¿Cuánto costará el espacio en nuestras mentes? ¿Por cuánto podríamos demandar a las compañías como sociedad por ocupar este espacio? ¡Ja!, tal vez es una propuesta utópica, tal vez no, pero éste no es el caso, el caso al menos por el momento es procurar espacios pensados para la sociedad, acotar sanamente los espacios publicitarios y delimitarlos con mano dura.

Más información: www.arielrojo.com

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