Vivamos un Pritzker
Gerardo Recoder - 03/02/2016
Por Sergio Gallardo - 22/11/2017
No, no son los de Víctor Hugo pero sí son los olvidados, como los de Buñuel. Bajo estos dos estigmas de miseria y olvido viven los habitantes de las comunidades de nuestro país, que si ya de por sí vivían amolados, el sismo del 19s acabó por amolarlos más.
La concentración de actividades y desarrollo económico en las ciudades, aunado a los altos índices de migración, ha hecho que estas comunidades permanezcan alejadas de los beneficios que una ciudad ofrece. Lo anterior no quiere decir que los gobiernos estatales no tengan la obligación de otorgarles los servicios mínimos básicos que una población, por mínima que sea o alejada que esté, necesita para subsistir de manera digna.
San Antonio Alpanocan es una comunidad ubicada en las faldas del vocán Popocatépetl, pertenece al municipio de Tochimilco en el Estado de Puebla, muy cerca de los límites con Morelos. Su población es aproximadamente de 3 mil habitantes y la mayoría se dedica a fabricar canastas a mano. Otra parte, sobre todo la más joven, se va en busca del sueño americano, otros, tal vez con menos posibilidades, buscan mejores condiciones y oportunidades de educación en la ciudad más cercana ya sea en Puebla o Morelos. La CDMX es inalcanzable, temida.
Su arquitectura se caracteriza por dos sistemas de autoconstrucción. El primero a base de muros de adobe, cubiertas de madera y teja. El segundo responde más a una idea de progreso, resultado de las remesas que envían familiares radicados en el extranjero, y está basado en muros de block hueco o macizo de cemento, losas armadas o de vigueta y bovedilla. La mayoría de las cubiertas son inclinadas por las frecuentes lluvias, sin importar el sistema utilizado.
La suma de los acontecimientos naturales del 7 y 19 de septiembre dejaron a la comunidad enterrada en escombros, el 90% de las viviendas resultaron con daños irreparables o colapsadas, la majestuosidad del convento del S. XVI de San Antonio de Padua se perdió, o está a punto de perderse, dependerá de la capacidad y rapidez de acción del INAH que después de un mes ha entrado a apuntalar el templo. Lo que resulta increíble –o tal vez no- es que la única escuela primaria de la comunidad construida supuestamente con las nuevas normas y materiales modernos, entre 1995 y el año 2000 por el CAPFCE, se haya reducido a escombros, sin que hasta la fecha haya algún responsable.
La euforia de solidaridad se desató en ciudadanos de distintas partes del país que gracias al trabajo de las redes sociales y de aplicaciones como google maps y waze supieron de la existencia de San Antonio Alpanocan y pudieron llegar.
Diversos grupos se trasladaron a brindar el apoyo que fuera necesario, víveres a más no poder (fue tal la cantidad que algunos aún se conservan), otros aprovecharon para hacer limpeza y sacar del armario ropa y zapatos para donarlos, aunque fueran usados. Jóvenes de todas partes suspendieron sus vidas para ayudar a sacar escombro, a mover tierra, a separar la ropa o encontrar pares de zapatos que fueran útiles, a servir de comer, en fin, a ayudar en lo que fuera pero a fin de cuentas ayudar.
Por su parte los habitantes respondieron al apoyo brindando comida y agua que iban repartiendo en camionetas, el arroz rojo con huevo cocido no faltó ningún día, tampoco faltaron las papas fritas con cebolla, la carne deshebrada con frijoles refritos y por supuesto las tortillas hechas a mano, muchas tortillas. Para tomar, agua de jamaica. Para el desayuno, tamales y atole de arroz. Todo se repartía en platos y vasos desechables. Era tanto y tan contagiante el sentido de ayuda que resultaba imposible no hacer lo mismo.
A casi dos meses del 19S la euforia terminó, poco a poco los grupos de ayuda regresaron a su lugar de origen y a su rutina, de igual manera los habitantes de la comunidad. Pero esto no fue así para los que voluntariamente siguen apoyando coordinando trabajos, organizando gente y asignando tareas, sobre todo dando la cara con respuestas a una comunidad que implora ayuda.
El proceso de reconstrucción será lento y no sólo me refiero a la reconstrucción urbana o arquitectónica. La reconstrucción social, cultural, psicológica y económica será aún más lenta. Algunas familias han podido iniciar la reconstrucción de sus viviendas, otras esperan los $120 mil pesos que asignó el FONDEN como contribución federal a la reconstrucción, siempre y cuando se cumpla con las condiciones y requisitos para recibir el apoyo, porque muchos aplican pero no todos lo reciben.
Sorprende que el gremio de la arquitectura tanto académica como profesional siga inventando modelos de vivienda temporal, de emergencia y refugios que para lo único que han servido es para publicaciones en redes sociales y no como una solución real a lo sucedido. Dos o tres semanas después del sismo aparecieron dichas propuestas cuando los afectados ya tenían resuelto –con sus propios medios, recursos y en el corto plazo- el problema. Esto no significa que los diseños no sirvan. Simplemente llegaron tarde y la prueba está en que pocos, muy pocos o ninguno se ha construido o utilizado en alguna de las comunidades del país.
Si en verdad queremos tener una vivienda de emergencia que sea utilizable en un país dentro de una de las zonas sísmicas más altas del mundo, dichas propuestas deberían seguir en desarrollo y evaluación en sitio por medio de la prueba y el error. Asimismo, deberían ser diseñadas para cada región con materiales locales, para diferente número de usuarios, modificables y con posibilidades de crecimiento, de tal manera que el diseño sea repetible y adaptado en el futuro según las necesidades del usuario. Cada propuesta debería incluir costos y un manual de autoconstrucción desglosado por material, herramienta, mano de obra y equipo, probado y autorizado por la institución o dependencia federal competente y, lo más importante, que esté lista para su fabricación y operación al día siguiente del desastre. Entonces sí sería una respuesta a la emergencia.
La vivienda en serie tampoco es la estrategia más adecuada para la reconstrucción de una comunidad, ya que sus modelos están basados en prototipos descontextualizados social, cultural y arquitectónicamente, sin pensar en los resultados que un paisaje urbano homogeneizado en un contexto rural pueda tener. La necedad de construir este tipo de vivienda para familias con características diferentes es una estrategia económica que siempre será benéfica para el constructor o para el desarrollador, mas no para el usuario.
A casi dos meses del 19s la atención y apoyo siguen enfocándose en las grandes ciudades, fomentando y aumentando la desigualdad y reforzando las centralidades. ¿Cómo conectar las comunidades con las ciudades más cercanas en una era donde la comunicación, redes, conectividades, flujos y relaciones suponen más cercanía, trabajo colaborativo y desarrollo económico y social?
La obligación de reconstruir y atender a las comunidades no debería llevarse a cabo únicamente después de una tragedia o en tiempos electorales como los que ya se acercan. La lucha contra las desigualdades debe ser una estrategia permanente, una forma de pensar y vivir día a día, y debe nacer desde la sociedad civil, las organizaciones sociales, universidades y personas desinteresadas que sean motores y engranes de una máquina manejada por un sistema político corrupto, una máquina obsoleta, vieja y polvosa que se llama México. En caso contrario, las comunidades, las zonas marginales, los grupos más desfavorecidos y los 60 millones de pobres que hay un nuestro país, permanecerán en la miseria y en el olvido como hasta ahora, esperando otra tragedia o aprovechándola para prometer, ganar votos y voltear a verlos, aunque sea por un momento.