Ron Mueck, recorrido
- 14/10/2011
Por Marcos Betanzos - 03/07/2013
“Los urbanistas mexicanos a sueldo de los poderes públicos han elegido por su parte una opción más clásica, la de la horizontalidad. Los pequeños cubos coronados con sus indispensables tinacos de plástico negro”.
Michel Blancsubé
La vivienda está en todos lados, se le observa en la periferia de las ciudades: aislada o en pequeños grupos que van retando toda lógica de supervivencia, incomoda a la vista cuando nos recuerda que algo se sigue haciendo mal sistemáticamente o denuncia que nunca se ha hecho nada en ciertos territorios. Son objetos y artefactos habitados (no siempre habitables) que poseen en su esencia la finalidad o la aspiración de satisfacer todas las necesidades humanas posibles, hablar de logros siempre será otra cosa.
Muchas viviendas están vacías, otras colmadas de usuarios. Algunas de ellas son observatorios de lo cotidiano: la insistencia por convencernos de alcanzar el éxito como producto del triunfo individual al precio que sea, y la competencia como el único camino a la felicidad universal, bajo sometimiento. La vivienda (oficial) existe gracias al apoyo y compromiso de arquitectos y empresarios decididos a satisfacer “al mercado voraz”. También, gracias a empresas que determinan que sus campañas publicitarias pueden sentar un precedente de dignidad en el tema sin que se note en la televisión el maquillaje social.
La vivienda está en el discurso oficial de todo político con una pequeña cuota de poder o nulificada inteligencia que concibe la idea de poner un piso de cemento para incrementar “la calidad de vida”. La vivienda se presenta como estrategia de marketing y su tamaño se sigue reduciendo mientras su precio de compra se sigue incrementando. La vivienda “exige” –dicen los que saben- que cada vez más terrenos se sigan comprometiendo para pasar de lo rural a lo urbano, esa operación bien intencionada que representa incrementar casi de inmediato por lo menos, más de diez veces el valor del suelo. La vivienda está en la mente de los arquitectos, porque institutos, autoridades, dependencias y empresas (algunas orgullosas de tener presencia en la Bolsa de Valores) otorgan premios y distinciones a sus promotores.
La vivienda está ahí, colmada de especulación, créditos y mecanismos financieros. Incapacitada de impulsar mecanismos que promuevan el ingreso familiar o un empleo. Hermética en el tejido urbano e imposibilitada de generar la menor interacción al interior de sus unidades. Debatiéndose en el discurso de la forma y la validación creativa. Generando o empleando tecnología sólo para construir más unidades en menos tiempo y obtener mejores rendimientos económicos. Es que la vivienda también puede comprenderse en números, porque la gran mayoría de los tópicos ásperos en el país parecen reducirse a cifras. Y cómo todo número es una abstracción…
La vivienda se agrava –desde hace tiempo- no por el abordaje superficial de mentes creativas analizando las relaciones entre función y expresión arquitectónica; la jerarquía del automóvil y las distancias de recorrido a servicios o fuentes de trabajo; la segregación social o la consolidación de barrios con ambientes mortecinos; el crédito o la hipoteca del ingreso económico familiar; se agrava porque al parecer como toda especulación, el sistema de planificación urbana parece haberse convertido en una herramienta publicitaria al servicio de sectores particulares, una propaganda para la sociedad a la que se le promete participación en algo en lo que le es imposible participar.
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