Históricamente, el sistema artístico ha conllevado numerosas modificaciones. Los cambios sociales, políticos y culturales han tenido, de antaño, incidencia sobre él, llevando a fomentar cambios en su organización. Hoy podríamos decir que, en relación al campo de las artes, operamos en gran medida bajo un sistema heredado que vio la luz entre finales del siglo XVII -nacimiento que la historia ha situado principalmente en Francia- y a lo largo del siglo XVIII. Es precisamente en ese periodo donde podemos situar la emergencia de una nueva conciencia artística que conformó, de alguna forma y de acuerdo con Thomas E. Crow, “un anticipo directo de la relación vigente hoy entre arte y su público moderno”[1]. Dicha conciencia artística implicó y fue también resultado de una serie de ajustes, modificaciones y cambios que serían trascendentales y harían posible el nacimiento una nueva subjetividad, misma que obedecía a su vez a una nueva visualidad.
Hay que recordar que, previo a estos siglos, era característico de las producciones artísticas estar a la mano únicamente para un público especializado, para una minoría cultivada que podía acceder a las obras. Las obras pictóricas sólo eran puestas al alcance de todos en el marco de festividades como “las exposiciones que se celebraban casi todos los años por la fête-Dieu o día de Corpus Christi, al final de la primavera”[2], momento en el cual las obras formaban parte de la indumentaria que llevaban consigo las diversas procesiones en sus altares provisionales (reposoirs). Las obras artísticas eran entonces concebidas bajo una noción de artificio donde los paseantes no tenían tanto que preguntarse qué veían o por qué veían eso, sino más bien dejarse acoger por un momento de contemplación que procuraba las representaciones sacras.
El arte estaba entonces vinculado a una función específica. Sin embargo, a finales del siglo XVII y paralelamente a aquella tradición de despliegue de arte sacro, se empezaron a impulsar pequeñas muestras no regulares que formaron, en cierta forma, la antesala de lo que más adelante serían los Salones. Es en ese momento donde podemos situar la emergencia de textos críticos, los cuales implicaron a su vez la ampliación de este nuevo campo artístico que se estaba produciendo.
Ahora bien, resulta importante mencionar que la idea de una sociedad civil, concebida como una esfera de acción diferenciada del Estado, nació precisamente en este contexto. Si bien de antaño podemos rastrear la idea de ‘sociedad civil’ entre filósofos como Aristóteles quien la designó como koinonía politikè, fue específicamente en el siglo XVIII cuando dicha noción adquirió el carácter moderno que persiste en el actualidad. La idea de una sociedad civil se caracterizó entonces, entre otros puntos, por la formación de una comunidad social con derecho a la palabra, a opinar y ser informados de aquello que estaba ocurriendo en el campo de lo político, es decir, con derecho a participar en el debate público. Es así como la Revolución Francesa representa, de algún modo, el punto de culminación de esa lucha que dio inicio a finales del siglo XVIII.
¿Pero en qué medida esto resulta relevante para el campo artístico, para los cambios que acabamos de mencionar? La idea de una sociedad civil tuvo sin duda una importante repercusión en el campo de las artes. En el siglo XVIII podemos apreciar un auge de aquello que normalmente llamamos público y este público es, en cierto modo, resultado de la idea de sociedad civil. Si la sociedad civil se caracteriza por el derecho a la palabra y a la participación en el debate público, el público emerge precisamente cuando cabe la posibilidad de emitir un juicio con respecto a algo o alguien. Crow explica lo siguiente con relación a los salones: “ A partir de 1737, (…) su estatus nunca estuvo en duda, y sus efectos sobre la vida artística de París fueron inmediatos y espectaculares. Los pintores se veían exhortados en la prensa y en los folletos especializados a satisfacer las necesidades y los deseos del ‘público’ de la exposición; los periodistas y críticos que formulaban esta demanda decían hablar con el respaldo del público; y los coleccionistas empezaron a preguntar, un tanto amenazadoramente para los artistas, qué cuadros habían recibido el sello de la aprobación pública. Todos los que tenían interés personal en las exposiciones del Salón se vieron así enfrentados a la tarea de definir qué suerte de público éstas habían hecho nacer”[3]. Y fue precisamente en medio de este auge, donde la noción de sociedad civil cobró una denotada importancia en relación a lo que podría concebirse como uno de los pilares de este nuevo paradigma artístico que se estaba gestando: la crítica.
Si bien, previo a dicho siglo podemos encontrar una importante cantidad de autores que se dedicaron a escribir sobre muchas de las obras y a plantear ideas estéticas vinculadas con la producción artística del momento, el cambio que se da en el siglo XVIII, en relación a esta textualidad, es de suma relevancia ya que se vinculó asimismo con una transformación del objeto artístico. Es probable, y me atrevería a plantearlo, que la crítica de arte no hubiera podido conformarse como lo hizo si el campo artístico no hubiera experimentado todos los cambios que vivió, cambios que de algún modo, lo inscribieron bajo una nueva visualidad.
Entonces, si el siglo XVIII se abocó a la producción de un nuevo sistema artístico en el marco de estos cambios, podemos decir que la crítica logró dotar al arte de una función reflexiva a partir de su nueva visibilidad. De esta manera, las obras mostradas en los salones eran pensadas por muchos escritores amateurs, quienes llegaron incluso a reflexionar sobre la importancia de conferir posibilidades críticas al nuevo público que se estaba formando, llegando en muchos casos a asumirse como voz o representación de ellos.
Crow menciona que “con anterioridad al siglo XVII, la experiencia popular del gran arte, con independencia de la importancia y del impacto emocional que pudiera tener para las gentes que lo contemplaron, estaba abiertamente dirigida y administrada desde arriba. Los artistas que se movían en los más altos niveles de ambición estética no se dirigían directamente al público en general; tenían primero que satisfacer, o al menos solventar, las exigencias más inmediatas de ciertos individuos y grupos minoritarios. Cualquier factor, de los que podamos mencionar, que tenga un efecto sobre el carácter del objeto artístico, se encontraba siempre refractado en el prisma de la relación directa entre artista y protector, entre artista y una minoría bien definida y privilegiada”[4]. Si bien los cambios permitieron que las producciones artísticas estuvieran al alcance de un nuevo sector social, la crítica se encargó, sin duda, de polemizar y poner en entredicho la nueva realidad que estaba tomando lugar.
A modo de conclusión, y a expensas de recalcar que los temas planteados aquí requieren de una reflexión mucho más amplia, podemos mencionar que la idea de sociedad civil jugó para esta época un rol determinante. Puntualmente para las artes, esta noción tuvo especial incidencia en el campo crítico, el cual implicó una arena de ensayo y error para esta nueva corriente dotada de la palabra pública. Históricamente nos han planteado que la emergencia de la noción de arte tal y como la conocemos hoy tuvo lugar en dicha época; yo me pregunto en qué medida dicha noción fue realmente posible gracias a las pequeñas pero continuas crisis propiciadas por este nuevo campo textual que, al desestabilizar los esfuerzos de las instituciones por regular, permitió la emergencia orgánica de muchos otros elementos que contribuyeron a su formación. Crow explica que “De igual modo que los parlamentos se presentaban como protectores de la nación frente a un rey corrupto por mauvais conseillers los primeros críticos de arte no oficiales se alzaban como conservadores y defensores de un patrimonio artístico nacional corrompido por el gusto envilecido e ignorante de los financieros y la corte”[5].
Todo esto me lleva finalmente a preguntarme en qué medida la actividad crítica del arte hoy tendría que procurar una nueva crisis para tratar de recuperar aquel ímpetu subversivo que produjo muchos más cambios y reajustes necesarios de lo que en primera instancia da cuenta la historia, ya que hoy pareciera estar mal llevando su proceso de envilecimiento en el marco de un sistema que se muestra en gran medida autocomplaciente.