El color de usoarquitectura
portavoz - 20/02/2012
Por - 13/05/2016
“La falta de atención y solución al mal humor social puede terminar por colapsar a la economía, el capítulo donde se refugia la administración. Y entonces, pasar del malhumor a la rabia social.”
René Delgado
En la ciudad de la furia nadie sabe de ti, y al mismo tiempo somos parte de todos. Perdidos en un mundo de gente desconocida, caminamos o circulamos dentro de nuestro auto a un ritmo en el que no nos importa saber lo que pasa a nuestro alrededor. Ensimismados en nuestras propias prisas vamos de un lugar a otro viendo las caras de temor o furia de los demás. Asaltos, secuestros, violaciones, manifestaciones, extorsiones, contingencias ambientales (hoy no circula) y hasta golpes por un lugar de estacionamiento entre guaruras y valet parkings son el pan de cada día.
Así es la vida en la ciudad de la furia. En eso se ha convertido la CDMX desde hace ya algunos años y no es para menos, esos y otros males tienen a sus habitantes ahogados, enojados, molestos y furiosos. Como lo dijera el presidente Enrique Peña Nieto “no hay buen humor, el ánimo está caído, hay un mal ambiente, un mal humor social”. Este mal humor social, o malestar ciudadano, se ha convertido en un estado de ánimo permanente y cada vez mayor que se manifiesta en cualquier clase social. Lo que es peor, no sólo es un mal de la CDMX, es un patrón de todas las ciudades del país.
¿Cómo llegamos a este estado de furia colectiva? Me parece que nunca se alcanzó a visualizar la responsabilidad de cómo gestionar la ciudad y entenderla como un sistema complejo compuesto por una infinidad de subsistemas, en el que cada uno actúa y responde de manera diferente y aislada, pero al mismo tiempo sus acciones y respuestas influyen en todo el sistema. Por lo tanto, la solución de cada subsistema debe ser horizontal, analizando su impacto en los demás subsistemas y a su vez en el sistema completo. Contrario a esto, la ciudad fue vista como un enorme producto para generar incalculables ganancias; la ciudad se puso a la venta. El suelo se convirtió en mercancía pura y, en algunos casos, tierra de nadie. Los contrastes y la desigualdad social y urbana aparecieron, pero la ciudad desapareció.
Los planes de desarrollo urbano quedaron como eso, planes o documentos de investigación académica y no como estrategias o acciones de planificación y ordenamiento a largo plazo. El valor del suelo y la especulación se impusieron. La influencia de la ciudad americana con sus grandes vialidades y autopistas que privilegian al automóvil bajo el discurso del progreso y la modernidad, ha sido el fracaso de la movilidad. El automóvil perdió su carácter utilitario y se convirtió en objeto de estatus socio económico, el ciudadano de hoy prefiere comprar auto que casa, tal vez porque es más fácil. ¿Cuál es el regalo que muchos padres dan a sus hijos al terminar la universidad o incluso la preparatoria? un auto, ¿cuál es el regalo que los medianos o altos ejecutivos dan a sus esposas para llevar a los peques a la escuela, a sus demás actividades extra escolares y para hacer las compras de la semana? un auto, perdón, una camioneta.
Supongamos que, en un mundo paralelo y utópico, de la noche a la mañana los autos fueran eléctricos, o el Dr. Chung Ga inventara un dispositivo posicionador automotriz para evitar que la gasolina contaminara, ¿terminarían las contingencias ambientales? Seguramente sí, ¿continuaría el hoy no circula? Para qué si los autos ya no contaminan, ¿terminaría el tráfico? No.
Las agencias de autos seguirán tratando de vender la mayor cantidad de autos posible con o sin la tecnología chunganiana, con o sin la ayuda del gobierno al cancelar el pago de la tenencia vehicular, con o sin enganche. Su objetivo es vender. El segundo piso y el HNC han beneficiado más a las agencias de autos que a la ciudad. El problema entonces no es la contaminación que generan los automóviles, ese el efecto, y tampoco lo es el número de autos por familia y su uso desmedido.
La causa (o una de ellas), es que nadie previno ni vio venir el fracaso de la movilidad en la ciudad. La falta de un plan o proyecto de movilidad no motorizada y de educación vial a largo plazo han dado como resultado ciudades motorizadas. De nada ha servido ni servirá presentar con bombo y platillo y para la foto los nuevos reglamentos de tránsito -refrito de los anteriores- si no se hacen cumplir. La causa está en la falta de un sistema de transporte público eficiente, accesible (para personas con capacidades diferentes y equipados con racks para bicicletas) y seguro.
Para aumentar la furia colectiva el gobierno de la CDMX ha obligado al ciudadano a dejar su más preciado objeto de valor en casa, para viajar en transporte público uno o más días a la semana. ¿Con qué derecho se impone esta medida?, el HNC es el efecto, no la causa. Para incentivar el uso del transporte público habría que ordenar en primer lugar a los propietarios de las rutas, obligándolos a otorgar un sueldo base, aguinaldo, vacaciones, seguro social, infonavit, es decir, todas las prestaciones de ley, incluyendo bonos y reparto de utilidades a sus choferes. Preparándolos en cursos o talleres como el taller de ciclo ciudades o los congresos peatonales. Por cierto, ¿cuántos choferes habrán ido al tercer congreso peatonal recién llevado a cabo en La Merced?
Probablemente con estas acciones se eviten las carreras y peleas por el pasaje. Ordenar el transporte público significa eliminar el número de unidades por ruta, sustituir la combi y el micro por otro sistema que permita transportar y mover más personas, establecer y definir los horarios de las paradas permitidas y previamente asignadas a lo largo de las rutas, esto y que el usuario deje de extender la manita a media calle o tocar el timbre en cada esquina, evitaría las paradas continuas y la contaminación que esto genera.
Afortunadamente el uso de la bicicleta ha ido en aumento, al igual que su infraestructura -que bien o mal hecha- se ha multiplicado hasta lograr que en algunas colonias hipsterianas sea el medio de transporte habitual. La ciudad reclama sus derechos a través de medidas de resistencia social y propuestas constructivas encabezadas por grupos u organismos 100% ciudadanos, dando esperanza a los menos furiosos. Se necesitan medidas drásticas para evitar más furia colectiva, se necesitan líderes con visión. La visión genera objetivos, los objetivos generan estrategias, las estrategias generan proyectos y los proyectos generan acciones.
Medidas como aumentar los precios por hora en los estacionamientos, cerrar al automóvil las calles de los Centros Históricos, revisar en los reglamentos de construcción el número de cajones de estacionamiento por m² de construcción y reducirlos, es decir, si en un proyecto comercial el reglamento pide 1 cajón por cada 40 m² construidos, proponer 1 cajón por cada 80 o 100 m² y hacer lo mismo en proyectos de oficinas, habitacionales etc. Más que contingencia ambiental, los que los gobiernos, y en especial el de la CDMX, deben aplicar son medidas de contingencia social, la corrupción política es el efecto, la impunidad es la causa.
No queremos llegar al límite, no queremos llegar a ser los Williams Foster -nombre del personaje que interpreta Michael Douglas en la película Falling Down (Un Día de Furia), en la que siendo un ciudadano común y corriente como cualquiera de nosotros, llega al borde de la desesperación y va sorteando con violencia una serie de adversidades a las que seguramente muchos de nosotros nos hemos enfrentado cualquier día en la ciudad de la furia.