La capitalización de la afectividad en las industrias culturales

Por - 09/09/2015

(…) los modos de producción del capitalismo global

conciernen a casi cualquier ser humano hoy: para

algunos aparecen como cultura -para otros como crimen.

Hito Steyerl

I.

Entro a las oficinas de un museo.

Buscando a la persona indicada recorro los cubículos y casi instantáneamente, percibo que gran parte de quienes están ahí son mujeres, mujeres asalariadas. No encuentro a quien buscaba y subo, la percepción vuelve, el segundo piso está también conformado en su mayoría por fuerza de trabajo de asalariadas. La observación pronto se convierte en reflexión. Me pregunto si acaso esto podría implicar que de algún modo la situación ha cambiado, que la estructura patriarcal hegemónica está perdiendo fuerza y son ahora mujeres las que guían estas grandes cajas burguesas. Pero la observación no termina ahí. Si bien el equipo está entonces compuesto por mujeres, me doy cuenta de que los encargados, digamos, de dirigir ese gran equipo son un hombre y una mujer la cual ha asumido mejor que muchos hombres dicha estructura.

Otra pequeña historia.

Hay un curador italiano de arte contemporáneo. Cuando uno se percata de la cantidad de exposiciones que organiza al mes no da crédito de que una sola persona pueda sacar adelante esa cantidad de proyectos. ¿El secreto? Tiene un equipo de trabajadoras que viaja alrededor del mundo montando y encargándose de todo.

¿Qué significa esto?, ¿por qué gran parte del equipo es fuerza de trabajo femenina?, ¿qué implica que los que coordinen esa fuerza sean ellos y no ellas?, ¿qué tipo de motivación opera que busca que la composición de los equipos de trabajo sea tal?

II.

Hace algunos meses, tratando de ahondar en las diferentes posturas que se han generado en torno a la emergencia de lo que Guy Standing explica como una nueva clase social, el precariado, me encontré con un artículo publicado en EIPCP (Instituto Europeo para Políticas Culturales Progresivas) de Angela Mitropoulos titulado Precari-us?. No tengo intención de ahondar en el artículo sino más bien servirme de este para llevar la discusión a otro lugar.

Mitropoulos destaca que la noción de precariedad se remite a los años 90 (aún si los cambios de producción que distinguen a un modelo de otro se remitan a los años 70), cuando la escuela de sociología francesa hizo uso del término tratando de nombrar luchas que se estaban llevando a cabo por parte de trabajadores desemplados e intermitentes en Francia. Mitropoulos menciona además otro factor importante: la autora argumenta que la condición de precariedad como tal, si bien no había sido nombrada, era ya una condicionante para muchas amas de casa y trabajadoras sexuales mucho antes de la década de los 80.

Lo que quiero resaltar en un primer momento con esto es la condición de invisibilidad que rodea este tipo de trabajo afectivo y precario. Su situación rara vez llega a los libros de historia, rara vez es tomada en cuenta por aquellos que hacen historia conceptual, sin embargo, la de ellos sí, la de los trabajadores en las fábricas, la misma escritura de la historia en torno al precariado se ha configurado principalmente en torno a ellos, lo cual muestra que lo mismo, la escritura de la historia ha estado guiada por una lógica patriarcal. Entonces, digamos que si la historia de estas trabajadoras llegó, lo hizo al margen y es que cabe recalcar que mucho antes de la década de los 80, momento en el cual la transición del sistema fordista al sistema post-fordista se comienza a tornar más y más evidente, las mujeres habían ya experimentado las mismas condiciones de trabajo que en el post-fordismo sin haber si quiera podido experimentar la transición. Hoy, muchas mujeres siguen realizando este tipo de trabajo afectivo y siguen sin ser tomadas en cuenta.

Y es que muchos años antes, las mujeres ya habían experimentado esta flexibilidad; habían ya  experimentado una indeterminación en los horarios de trabajo que debían dedicar a la casa, al esposo y a la familia; ya habían pasado por este estado de constante disponibilidad;  ya habían experimentado la falta absoluta de seguridades; muchos años antes ya existía una subjetividad mediante la cual ellas mismas se asumían como mercancías dispuestas al mejor postor (valdría la pena analizar en este sentido muchos de los filmes producidos mucho antes de los años 80 que dan perfecta cuenta de ello). Mucho antes el sistema jurídico estuvo diseñado en contra y el apelar a este era completamente inútil y en muchas realidades lo sigue siendo, basta con ver lo que ocurrió sin ir más lejos con el caso de Tania Puente en el Museo de Arte Moderno o el caso de Yakiri en México, casos lamentables que demostraron la impunidad con la que se maneja el entramado institucional  y jurídico de este país.

La realidad es que la lucha por la emancipación de las mujeres, lucha encabezada por ellas y por muchas otras feministas, lucha que ha trascendido en muchos sentidos las divisiones de género, logró la posibilidad, para algunos, de emanciparse de este estado servidumbre, pero la emancipación en el capitalismo no es lo que parece. Lamentablemente hoy somos muchos los que nos hemos liberado en muchos sentidos pero aún no hemos logrado salir de este nuevo sistema de explotación, el orden económico neoliberal  sigue operando bajo esta lógica de explotación y precariedad y se alimenta de las distinciones de clase y género debilitando los esfuerzos y luchas. Tanto el Museo como el curador son casos tal vez ambiguos, sin embargo, pueden volverse tanto más generales en la medida en que uno se permita voltear a su alrededor para darse cuenta que los casos se repiten abrumadoramente. Ambos casos reproducen estos mecanismos de explotación, ya no en el entorno de la casa o familiar, sino en el entorno del trabajo, ambos casos ejercen relaciones de poder y explotación guiadas por una lógica de género.

III.

Nancy Folbre, economista feminista, ha desarrollado valiosas reflexiones en torno a lo que ella denomina el trabajo afectivo o economía afectiva, y si bien no coincido con muchas de ellas, ciertas reflexiones que lleva a cabo resultan útiles para comprender lo que estoy tratando de tejer aquí. De acuerdo con la autora, el trabajo afectivo es aquel que “implica conectar con otra gente, intentar ayudar a los demás a alcanzar sus objetivos, cosas como el cuidado de los niños, el cuidado de las personas de tercera edad, los enfermos, o la enseñanza son todas formas de trabajo afectivo” (Folbre, Nancy, “El trabajo Afectivo”, disponible en línea en: http://eipcp.net/transversal/0805/folbre/es). Este además se caracteriza por ocurrir bajo motivaciones personales, por entusiasmo, unas veces remunerado y otras no.  Folbre menciona que “esta motivación intrínseca es una parte verdaderamente importante de lo que hace del trabajo afectivo algo tan valioso y lo que garantiza que se realice con unos criterios de calidad altos” (Ibíd.), no en vano, han sido principalmente las mujeres las que históricamente han desarrollado este tipo de trabajos.

Por otro lado, Folbre denuncia que este tipo de trabajos han estado históricamente subvalorados, han tenido lugar al margen de la economía del mercado debido a que la afectividad que los permea, complica el que se realicen huelgas o demandas de mejora de condiciones laborales, en medida que preexiste un vínculo afectivo, es decir, “que las trabajadoras afectivas se preocupan de la gente que están cuidado” (Ibíd.) por lo que les resulta bastante más complicado simplemente renunciar o ausentarse si las demandas no son cumplidas.

Yo añadiría un punto importante. Considero que si son las mujeres las que han estado históricamente determinadas a asumir este trabajo afectivo, si son ellas las que están materialmente determinadas  a realizarlo, es en medida de lo mismo que ocurre con la fuerza de trabajo del proletario, ambas son fuerzas que se crean, son resultado de condiciones materiales concretas. Contrario a lo que plantea Folbre, más que una subvaloración del trabajo como tal, lo que vemos es que hay un aprovechamiento de esta disposición afectiva, misma que es resultado de una construcción social sobre lo femenino en el seno de una realidad que es regida por un heteropatriarcado hoy, neoliberal. Andrew Ross explica este fenómeno al decir que existe una suerte de cadena en el mercado global y las divisiones de trabajo, donde comúnmente son invisibilizados principalmente los casos de racismo y género, en otros casos, obedecen estrictamente a formas de ejercer poder y control.

Esta disposición, ya no en el ámbito de los hospitales, el entorno familiar, o las calles, sino ahora en el entramado de la industria cultural, ha sido supeditada a la lógica de intercambio. No obstante, esto ha sido escasamente abordado en medida que muchos de los teóricos que hoy forman parte precisamente de estas instituciones, aquellos a quienes les pagan precisamente por investigar, que reciben heraldo publico por hacerlo, han decidido renunciar a la libertad de enunciar asuntos de este tipo. En el caso contrario, aquellos que han asumido cierta precariedad voluntaria, buscando conservar las posibilidades de decir, están sujetos muchas veces a críticas que menosprecian mediante retóricas engreídas y muchas veces vacías cargadas de presunción. En ellas, no podemos ver más que las evidencias de este entramado de poder y lógica heteropatriarcal que funciona demeritando a otros.

En los casos que aquí se presentan, se trata de una clase asalariada y femenina de clase media blanca. He usado este caso concreto para dar cuenta de qué modo es que se ha puesto un valor de cambio a los afectos, lo cual responde a una voluntad por  hacer uso de esta afectividad, tornarla en productividad, priorizando una relación de dependencia emocional de la que se sirve la industria cultural. En este sentido es que podemos decir que la afectividad se ha vuelto un arma más de opresión, tiene lugar en el ámbito de las industrias culturales, las cuales en este sentido, no estarían más que reproduciendo estas formas a las que ha hecho alusión Hito Steyerl donde “ los modos de producción del capitalismo global conciernen a casi cualquier ser humano hoy: para algunos aparecen como cultura -para otros como crimen” (Steyerl, Hito, Cultura y crimen, disponible en línea en: http://gastv.mx/cultura-y-crimen-por-hito-steyerl/). Aunado a ello, los altos índices de desempleo llevan a aceptar dichas condiciones. En realidad si atendemos suficientemente cerca, pareciera que este eterno ciclo de explotación que ocurre en el seno de una industria cultural heterosexual es simplemente la continuación de las formas de violencia y represión en contra de las cuales tanto se ha luchado. El abanico de la libertad no significó más que la entrada a otra forma de sometimiento, el afecto ha sido privatizado y capitalizado.

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