Demián Flores
- 09/03/2012
Por Ariel Rojo - 21/03/2013
Generalmente entendemos la labor del diseño como la práctica de un individuo con diferentes habilidades como el poder dibujar, esculpir formas que nos resulten estéticas, crear objetos que dan solución a un problema o la capacidad para generar conceptos. Usualmente asociamos el diseño de una pieza con un diseñador, ya sea un objeto o una obra arquitectónica. Al hablar de el diseño, me refiero al ejercicio extendido de este, el diseño arquitectónico, diseño de sistemas, diseño de imagen, diseño de producto etc… No excluyendo los excelentes ejercicios individuales, en la mayoría de las ocasiones, el desarrollo de un objeto o un edificio requiere de más de una sola persona, desde la etapa conceptual, el desarrollo del proyecto, hasta la construcción de un edificio o fabricación de un producto. Ingenieros, administradores, creativos, colaboradores, dibujantes, etc… hacen que el proyecto se haga realidad.
Sólo como ejemplo, podemos decir que en una embarcación el capitán le da dirección al barco, y no importando cuanto remen y se esfuercen los marineros, si no hay dirección, difícilmente llegarán al destino u objetivo deseado. De la misma forma, no importa cuanta certeza tenga el capitán, sin tripulación difícilmente podrá llevar la embarcación a destino si ésta carece de tripulación. Una vez dicho esto, es claro que en las colaboraciones puede haber jerarquías o pueden funcionar bajo esquemas mas horizontales, sin embargo y más importante, es que en la colaboración existe una relación simbiótica en el trabajo de quienes participan para poder dar sentido y forma a un proyecto.
He observado que en nuestro país se confunden comúnmente la “colaboración” con la “ayuda” y a pesar de que la ayuda es una especie de “colaboración desinteresada”, es justo ese desinterés lo que hace la gran diferencia entre ayuda y colaboración. En la colaboración, los participantes deben de estar comprometidos, con objetivos, reglas y tareas claras, se trata de un esquema en donde todos los colaboradores acaban ganando. Mientras que en la ayuda difícilmente se establecen reglas, compromisos y metas… Nuestro país necesita mucha más colaboración que ayuda. Como sociedad necesitamos tener una cultura colaborativa, necesitamos ponernos de acuerdo y tener objetivos claros, poder reconocer el trabajo de los demás de forma económica e intelectual, así como también necesitamos dimensionar nuestro propio trabajo dentro de una colaboración con una justa medida.
Sumar no resta…
En los últimos años he ido ajustando y aprendiendo la manera con la que quiero trabajar en mi oficina. No solo reconociendo el trabajo de las personas que colaboran día a día en mi taller sino también con las colaboraciones externas, con otros diseñadores o proveedores. Poner un nombre más al proyecto no nos quita nada, al contrario, la inercia positiva de ésta forma de trabajo hace que tengamos más trabajo. Algunos colaboradores nos invitan para otros trabajos, la gente se interesa en colaborar con nosotros, pues es a través de la colaboración en donde un objetivo en común se logra. Mas allá del diseño de una silla, un edificio o unos zapatos, la colaboración puede aglutinar a una sociedad con tanto potencial como la nuestra. Talento sobra. Hablar solo de diseño mexicano está bien, pero si potencializamos y conjugamos el talento de los diseñadores, arquitectos, ingenieros, estrategas, economistas, sociólogos, etc… estoy seguro que este país podrá tener muchas mas oportunidades de lograr un bienestar económico social y cultural.
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