El arte de maquilar
Marcos Betanzos - 16/12/2014
Por Adolfo Lara - 11/06/2013
La arquitectura se reconoce como una de las Bellas Artes del mundo, al lado de la pintura, la escultura y algunas otras más, y debería ser esto razón, más que suficiente, para que el arquitecto buscara pasar más tiempo en la obra al lado de su maestro albañil y menos en eventos que le organice su asistente.
Es innegable que existen arquitectos convencidos que su labor profesional dentro de cada proyecto culmina cuando el “diseño” o distribución espacial de cada propuesta llega a su punto final, y a partir de esto, lo que sigue será decidir únicamente qué tipo de piso irá en el área del comedor o de qué color se pintará la fachada. Pero, afortunadamente, también están los otros arquitectos, los que toman con el máximo de responsabilidad su profesión, esos de carne y hueso lejos del Olimpo en el que suelen situarse la mayoría, aquellos que su catálogo de “acabados” se compone de concreto, madera y piedras naturales, alejados absolutamente de falsos muros, falsos pisos y falsos techos, en un intento continuo por evitar “travestir” la Arquitectura, como tanto lo menciona Héctor Galván.
Y es que entrar al debate de si un arquitecto debería considerar el material a utilizar en cada proyecto desde un inicio o si será mejor armar un cascarón para posteriormente forrarlo, sería poco útil y difícilmente se llegaría a un punto de acuerdo.
Ahora bien, como dicen las abuelas de Veracruz, “ni tanto que queme al santo, ni tanto que no lo alumbre”, el equilibrio en cualquier tipo de proyecto tendría que privilegiarse por encima del resto de las cosas, respetando los puntos de intervención de cada especialidad, en búsqueda de un proyecto integral, lo más posible. Y con esto me refiero a que, así como hay Arquitectura disfrutable que te emociona y a la cual no hace falta agregarle nada, hay otras simples, vanas, vacías y casi sepulcrales, que llegan a “revivir” por las intervenciones de interioristas o diseñadores que agregan una visión distinta y refrescante a cada espacio, lo cual se agradece y mucho.
En nuestro país, faltan dedos de manos y pies para contar los problemas y las carencias que se viven día a día, pero es cierto también, que es la misma cantidad de posibilidades de crecimiento y desarrollo que se nos regalan. Respaldados en la maravillosa mano de obra con la que se cuenta, envidiada en todo el mundo, que guiados por maestros como Mauricio Rocha o Jorge Ambrosi son capaces de regalarnos propuestas que toman forma de casas, oficinas o museos que sacuden los sentidos y nos invitan a disfrutarlos continuamente, convirtiéndose en referencias del ejercicio profesional actual del país. Pero asimismo hay personajes como Emmanuel Picault (Chic by Accident) o el anteriormente mencionado Héctor Galván (Omelette/ La Casa Tropical) capaces de aportar un estilo de vida al diseño, convertir en un hogar lo que antes eran simplemente 4 paredes blancas y otorgarle a todo aquel que les encomiende un proyecto, cualquiera que fuese, una distinción sin falsas pretensiones, el lujo sustentable del que siempre habla Galván, que poco tiene que ver con riquezas económicas y si mucho más ligado a la luz, la espacialidad y el confort a través del diseño.
Sin importar nombres ni apellidos, si son arquitectos, diseñadores o interioristas, ojalá cada uno desde su trinchera aporte su granito de arena para que el tener una vivienda digna, digna de verdad, esté al alcance de la gran mayoría y deje de ser tema aspiracional para convertirse en una realidad.