¿Atole con el dedo?

Por - 29/01/2014

En las últimas semanas se han anunciado los resultados de 2 concursos públicos en el ámbito de la arquitectura y el urbanismo – el del “plan maestro para el rescate de la merced” y el del “pabellón de México en la bienal de Venecia“. Al mismo tiempo se convocó el concurso del pabellón mexicano en la exposición universal de Milán 2015 y se especula sobre la convocatoria de concursos restringidos para la realización de los proyectos del nuevo aeropuerto de la ciudad de México y la Ciudad de la Salud en la delegación Tlalpan.

Ante el inusual movimiento de las últimas semanas, hay quienes ya lanzan las campanas al vuelo anunciado un cambio de tendencia en la forma en que se asignan los proyectos públicos y otros que en contraposición sólo distinguen vicios y defectos en las convocatorias.

Es cierto que ni uno solo de los concursos recientes será un ejemplo de buenas prácticas en una clase de organización de concursos: las bases eran confusas, los jurados indefinidos, los tiempos ridículos o cambiantes. Algunos criterios de selección o veto eran tan irracionales que hacían pensar que lo que se buscaba era blindar el concurso para obtener un ganador preestablecido o, como en el caso del pabellón de Milán donde los requisitos de inscripción dejaron fuera de un plumazo no solo a las generaciones jóvenes sino tambien a algunos de los despachos  más solidos del panorama actual.

Por otro lado, se podría argumentar que en un país donde han habido muy pocos concursos no se puede tener experiencia para organizarlos. Menos aún de la noche a la mañana, y que dentro de unos ciertos parámetros, las bases han sido razonables y las intenciones buenas. También hay que mencionar que existen muchos profesionales de muy distintas generaciones entusiasmados con la idea de poder hacer algo para que las cosas cambien. El colegio de arquitectos parece estar intentado participar en el esfuerzo al ayudar a gestionar y validar este tipo de convocatorias, y al mismo tiempo, hay muchos otros arquitectos que aceptan participar como asesores o jurados y que están dispuestos a prestar su nombre y prestigio para validar un nuevo sistema en la asignación de encargos públicos.

Si buscamos el territorio neutral y volteamos a ver las estadísticas, la balanza parece estar del lado de los pesimistas. En todos los sexenios se han hecho un puñado de concursos y en este sentido el actual no parece ser muy distinto de los anteriores. Como ha pasado en otras ocasiones, los concursos se reservan solo para a las grandes obras o proyectos de una cierta envergadura urbana o social y se olvidan por completo de los todos proyectos de mediana o pequeña escala que son los que realmente construyen tanto nuestras ciudades como nuestra vida cotidiana.

En las mismas fechas en que se anuncia el fallo del jurado del concurso del pabellón de Venecia, el periódico Reforma publica una nota sobre la remodelación del cine Cosmos en la delegación Miguel Hidalgo. La nota describe los cambios que sufrirá el edificio y el presupuesto asignado a dicha obra, pero no dedica ni una sola línea a explicar cómo se asignó o quién firma el proyecto. En el centro del país y de la ciudad de México, el ámbito territorial que concentra el mayor nivel de educación y riqueza per cápita del país, no parece dar ningún tipo de ejemplo de cómo se gestionan los bienes públicos y nadie parece exigírselo. Con unos pocos días de diferencia a esta noticia, la sección de economía del diario El País publica un artículo describiendo la indignación social que ha creado una desviación presupuestaria del 1000% en la ópera de Hamburgo, proyecto de Herzog & De Meuron que debió haber costado 77 millones de euros y de momento se calcula en 790. Es difícil no preguntarse cuál sería la reacción de la sociedad mexicana si tuviéramos oportunidad de saber realmente cómo se gestionan las cosas que se pagan con dinero público.

De momento y a la luz de la evidencia disponible parece difícil poder negar que la recientes convocatorias de concursos no son mas que “atole con el dedo”  y que estos representan una minúscula parte de los proyectos de obra pública que contratan los distintos niveles de gobierno.  Al mismo tiempo también es cierto que con un poco de persistencia y astucia  se pudiera  aprovechar la actual coyuntura para forzar poco a poco un cambio. Presionar y pedir para que se hagan cada vez más y más concursos y que sea a partir de la semi-instauración de esta práctica que finalmente se regule y legisle. 

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