Algunas nociones sobre el paisaje: Paisaje. Patrimonio e identidad en el Franz Mayer

Por - 08/03/2017

 

 

“El término paisaje presenta distintos problemas de definición. Describe lo mismo a un terreno observable que una forma de representación. La palabra en inglés, landscape, combina la vieja palabra land –que sugiere tanto un área de suelo cultivable como también la tierra que pertenece a un pueblo en particular– con scape  –del verbo to shape, o dar forma, pero que también significa <<constitución>> o <<condición>>–. “

Richard Humphrey

 

 

 

¿Qué es un paisaje? Desde hace unos años el auge del término parece diluir la exactitud de su definición con teléfonos inteligentes que ofrecen la modalidad landscape para la toma de imágenes, con una creciente campaña para preservar los así llamados paisajes sonoros, con la nueva noción de paisaje anatómico, etc. Este término parece hacerse presente en distintas esferas de nuestra vida sin que en muchos casos parezca referirse a algo homogéneo o fácilmente definible.

 

En la mayor parte de estas descripciones, el término parece aludir a un fragmento del entorno donde el sujeto está inmerso, y específicamente (aunque no es una norma) representa un comentario sobre las formas, los relieves, contrastes y demás aspectos físicos del mismo. Por ejemplo, una fotografía de “paisaje urbano” hace referencia, en nuestro imaginario, a un tipo de representación que describe o muestra una parte de la ciudad, según sea el caso.

 

Hoy en día resulta difícil mantener esta definición estable ya que, como en toda clasificación de la imagen, existe un vínculo muy cercano entre ésta y la tecnología. Es así que con cámaras capaces de generar tomas de 360 grados o con la posible inmersión del sujeto en mundos artificiales de realidad virtual (o realidad aumentada) se torna muy complejo asirse a esa noción de fragmento del entorno. Es necesario pensar el paisaje como algo más, como el encuentro del sujeto con su entorno y también a partir del cúmulo de relaciones que se dan entre el concepto mismo y otras áreas del saber.

 

La noción y término de paisaje están íntimamente ligados con la Historia del arte; a partir del siglo XV “nace” formalmente en Europa el género, aunque es cierto que la representación de estos “fragmentos” de realidad tuvo raíces desde el origen de las artes mismas,  aunque no existían palabras para definir esa parte del imaginario visual puesto que aún no cobraba la importancia que llegaría a tener cuando en su auge se entremezcló con ideas de religión, estados de ánimo, política, historia o experiencia sensible.

 

En su origen, “paisaje” alude directamente a la vista, nunca a otro sentido, e intenta focalizarse esencialmente en entornos “naturales”, es decir, se concibe como una forma de explorar lo vasto de la naturaleza, implica un deseo de llevar a un plano más asible la experiencia de la inmensidad, la de mirar y verse sumergido en ello. Si bien fue un género muy recurrido, en cada latitud donde se desarrolló adquirió características particulares, por ejemplo el paisaje norteamericano del siglo XIX que busca cimentar la idea de una nación, contra el paisaje alemán que lleva la idea de aludir contundentemente a sensaciones o emociones.

 

La idea de lo que es un paisaje resulta bastante amplia cuando comienza a visitarse desde otros sitios. Por ejemplo, las tecnologías de representación nos brindan una pista sobre el porqué aparecen nociones como paisaje sonoro, misma que nace con la posibilidad de volver portátiles aparatos de grabación de sonido, o de paisaje anatómico, que viene de la mano con la hegemonía de la medicina occidental donde el cuerpo se puede entender como un terreno abierto a la exploración, o la invasión por medio de aparatos cada vez más sofisticados y precisos para el “mapeo”.

 

Como hemos dicho antes, la noción de paisaje cuenta con una larga tradición en el arte y México no es la excepción; con exponentes tan importantes como el Dr. Atl, José María Velasco o Luis Nishizawa es imposible no prestar atención a este género. Algunos museos de la ciudad se han empeñado en mostrar las fortalezas y debilidades que este tipo de representaciones pueden tener por medio de diversas muestras que se han enfocado en periodos, artistas e incluso países totalmente distintos.

 

Una de ellas es la que el Museo Franz Mayer presenta a partir del 2 de marzo y hasta el 21 de mayo del presente año; la muestra titulada “Paisaje. Patrimonio e identidad” representa una oportunidad para reflexionar acerca de los imaginarios que se han creado con respecto a este término, que en este caso se nutre de 87 piezas provenientes de la colección del propio museo y la colección SURA, todo bajo la curaduría de Sylvia Márquez y Consuelo Fernández.

 

Dicha muestra utiliza la premisa de mostrar las formas y mutaciones que la Ciudad de México ha tenido a partir del siglo XIX a partir de cinco ejes temáticos como son:  la arquitectura, la arqueología, la ecología, los volcanes y el Valle de México. Una muestra así nos presenta una oportunidad perfecta para ver cómo es que el género de paisaje adquiere características y especificaciones distintas al evocar o ser abordado desde distintas lentes y tradiciones,  además de esto nos da la oportunidad de observar con  detenimiento a quién y para qué puede servir el paisaje.

 

Con lo anterior me refiero a que podemos observar qué ideas se mezclan con la noción, en este caso: cambio, identidad, patrimonio, medio ambiente, etc. Así quizá podemos imaginar la importancia que este género puede tener para un sinúmero de instituciones que podrían ir desde un gobierno, una casa de cultura ejidal,  o la fotografía que un refugiado lleva en su bolsillo para recordar (y narrar) cómo era su pueblo natal.

 

Un paisaje no es sólo una fotografía de postal que en apariencia no dice nada, es (también) un fragmento fascinante de historia, política, conocimiento y tecnología. Es, de igual manera, la oportunidad de  revisar todas las formas en que un término se nutre y empobrece a través del tiempo por la saturación o el prejuicio y además una manera de aprender a mirar detrás de lo que observamos.

 

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