Es lo mismo el instinto creador del artista y la distribución del semen por la sangre.
-Friedrich Nietzsche
Gran parte de las nociones de la filosofía Nietzscheana –su teoría estética, moral, y su rechazo a la metafísica sintetizado en la fórmula: “Dios está muerto”, por ejemplo– son el resultado de una polémica concepción de mundo que niega la existencia de un principio de realidad, de unidad y de verdad. (Izquierdo, 2004, p. 15)
Para Nietzsche la vida no sucede en un plano real, contrariamente, esta se encuentra más próxima a una representación teatral, un desfile o un carnaval, en el que la ilusión, el engaño y la mentira son las estrellas principales. Esta toma de conciencia del absurdo de la vida –absurda en tanto que no está sujeta a ningún tipo de principio– despojó al hombre de justificaciones morales y religiosas en las que basaba el sentido de la existencia, generando una crisis que tomó el nombre de “sentimiento trágico” en la filosofía de Nietzsche. (Izquierdo, 2004, p.28)
Ante este sentimiento trágico de la vida, el filósofo encontró una manera de redimir el sinsentido de la existencia en el potencial creador del arte.
Bajo la premisa de que no existe un principio de verdad que rija el orden del universo y el sentido de la existencia, nos encontramos con que la vida es, entonces, un constante devenir de creación y destrucción de ilusiones. Es por eso que para Nietzsche todo hombre es un artista, un ser creador; y el mundo en sí mismo es concebido como una obra de arte.
La idea del mundo como arte de Nietzsche está íntimamente relacionada con su teoría estética, que a su vez plantea el proceso de creación artística entre dos fuerzas, que según sea su aproximación a estas, determinan las propiedades del objeto o evento. Dichas fuerzas que para su comprensión resulta más fácil contraponerlas como dos polaridades, son en realidad un dualismo presente en toda creación humana.
Al inicio de El origen de la Tragedia, Nietzsche explica la existencia de dos fuerzas naturales (aparentemente) contrarias, que por sus características relaciona metonímicamente con dos personajes, dioses, de la mitología griega: Apolo y Dionisio; a quienes, a su vez, asigna los estados fisiológicos del ensueño y la embriaguez. Apolo, uno de los dioses más importantes del panteón griego, era un dios artista, que imperaba sobre la belleza, perfección, la armonía y la razón; también identificado como el Sol, la divinidad que con su luz iluminaba todas las formas. No resulta casualidad que fuera considerado un Dios profético, un mensajero de “la verdad”; pues en la figura de Apolo la luz funge como metáfora de una iluminación, no solamente física (exterior), sino también interior. Para Nietzsche, los ideales atribuidos a Apolo: la verdad iluminadora, la belleza; alcanzan su máxima realización, no tanto en la realidad como en los sueños. De ahí que se reconozca al espíritu Apolíneo con el estado de ensueño, mismo que Nietzsche adopta como una analogía de “las artes en general, por las cuales la vida se hace posible y digna de ser vivida” (Nietzsche, 2011, p. 11), y sin embargo, no pierde la consistencia ilusoria. En este contexto, el concepto de “ilusión” es comprendido de una forma negativa porque se refiere a un escape, una forma de negación de la vida. No obstante, si ya mencioné anteriormente que para Nietzsche la vida es ilusión, ¿Por qué podría encontrarse algo negativo en el espíritu apolíneo que se mueve en el terreno de los sueños? La respuesta sería que se debe a la existencia de un principio individuationis. El principio individuationis o principio de individuación, significa la creencia de la unidad individual, pero también universal, es decir de un principio de organización, un principio rector del mundo y del universo.
Por esta razón, el espíritu apolíneo encuentra su forma de expresión en el mito religioso, caracterizado por ser un mito fundador y justificador de la vida humana. Los griegos, nos explica Nietzsche, crearon el mundo Olímpico de los dioses debido a esta necesidad de justificación, pues: “La vida, bajo los rayos solares de tales dioses, fue sentida como digna de ser vivida.” (Nietzsche, 2011, p.26) En esto consiste el carácter ingenuo del espíritu apolíneo: en la negación del vacío de la vida, de la cual el hombre es el único dotador de sentidos. La creación de un mito que reconoce una única verdad, conlleva a la creación de un ideal aspiracional exterior a uno mismo. En el espíritu apolíneo se pierde la conciencia de la mentira que significa la vida.
La otra fuerza vital es lo Dionisiaco. Dionisio, a diferencia de Apolo, es el dios de lo caótico, del exceso y la desmesura, el dios de la música, de la noche, del desenfreno sexual y del vino. Por eso para Nietzsche lo dionisiaco descansa en la “embriaguez”. El salto de un estado a otro, de lo apolíneo a lo dionisiaco, se da por medio del conocimiento. En el momento en que el hombre se da cuenta de que los principios, la lógica de aquello que lo conduce por la vida “se enrosca sobre sí misma en esos límites y que finalmente acaba mordiéndose” (Nietzsche, 2004, p.167), se viene sobre él, como una avalancha, lo que Nietzsche llama el sentimiento trágico. Este es el evento que marca el punto de ruptura entre lo apolíneo y lo dionisiaco. El conocimiento trágico nos dice que el mundo es un absurdo, vacío y cruel; algo que de manera natural nos llevaría a alejarnos de la vida, pues representa una verdad tan dura que “…empujaría [al hombre] a la desesperación y a la aniquilación” (Nietzsche, 2008, p.30) .
Parecería entonces que el hombre invadido por el espíritu dionisiaco no tendría ninguna esperanza en la vida; la misma vida que se le ha presentado como tal, y que por lo tanto, le causa horror y lo paraliza. El dualismo apolíneo-dionisiaco es necesario para vivir a pesar del conocimiento de la naturaleza trágica. Si en lo dionisiaco radica el dolor del enfrentamiento con el mundo, en lo apolíneo acontece una redención –recordemos que Apolo fue también un dios médico–, pues ofrece el remedio capaz de transfigurar el dolor en placer a través del acto creativo. No obstante, como vimos ya anteriormente, las formas de existencia derivadas del espíritu apolíneo se basaron en creaciones como: la ciencia, la religión, cualquier tipo de metafísica, y la moral; mismas que representan una manera nihilista de concebir el mundo porque “consuelan el sufrimiento narrándole [al hombre] un orden distinto del mundo” (Nietzsche, 1994, p.174). ¿Cuál sería entonces la mejor expresión creativa que condensara ambas fuerzas, sin que por enfocarse en una niegue la otra? La respuesta de Nietzsche fue: el arte.
El arte fue para el filósofo la manifestación que reproduce la ilusión y la mentira de la vida. No porque le resulta imposible ver más allá de lo aparente, ni porque le sea imposible alcanzar la esencia verdadera de las cosas, sino porque lo aparente es lo real; de esta manera el arte exalta el mundo, la mentira, por medio de la creación. Es decir, abrazar el arte es también abrazar la vida. (Izquierdo, 2004)
Para Nietzsche, el impulso creativo, llamado voluntad de poder, es una fuerza natural, una embriaguez en el sentido dionisiaco, que orilla al hombre a la producción de imágenes, es decir, a la representación; impulso en el que, por fuerza, están implicados los aspectos fundamentales de la existencia: el dolor y el placer. El resultado de este impulso es una obra de arte. Es así que el proceso artístico de la creación de apariencias, se genera de manera autónoma, y sin ningún tipo de presupuesto o plan racional o moral.
De la misma manera en la que se comprende este proceso creativo en el campo del arte, Nietzsche considera que se debe comprender la vida como un fenómeno estético, un devenir incesante de apariencias, una constante creación y destrucción que sólo alcanza su justificación dentro de la lógica que nosotros le imponemos, como si se tratase de un juego.
La vida es el juego del arte, y para Nietzsche aquel hombre capaz de forjarse con esta idea está encarnado por el super hombre; un personaje que rompe con la enajenación nihilista para dar rienda suelta su propia libertad creadora. ¿Por qué crear arte en un mundo sin sentido? ¿Por qué buscar la belleza en donde impera el caos? Cuando los impulsos apolíneo y dionisiaco se mezclan, cambian la forma de concebir y proyectar la existencia, que se convierte en una experiencia consciente y activa. Transformadora. Así, el potencial creativo del arte es el salvavidas de la existencia.
Bibliografía
Izquierdo, Agustín, en Estética y teoría de las artes de Nietzsche, Tecnos alianza, México, 2004.
Nietzsche, Friedrich, Estética y teoría de las artes, Tecnos alianza, México, 2004.
Nietzsche, Friedrich, El origen de la Tragedia, Porrúa. México, 2011.
Nietzsche, Friedrich, Así hablaba Zaratustra, tr. Carlos Vergara,Biblioteca Edaf, España, 2008.
Nietzsche, Friedrich, Humano demasiado humano, tr. Jaime González, Editores mexicanos unidos, México, 1994.