¿Más allá de la conciencia ordinaria? Por una implicación entre teoría y práctica en el campo del arte

Por - 03/08/2015

En el último conversatorio organizado por la plataforma Gastv, “La posibilidad de lo político en el arte contemporáneo” uno de los participantes mencionó que “hay una enorme ansiedad que cruza con una sensación de impotencia política, dado que existe un proceso en el que el campo artístico ha servido como refugio a la radicalidad, precisamente, en crisis de finales del siglo XX; se traspasa de manera legítima, y a veces yo diría, con toda la carga laberíntica del resentimiento a la discusión sobre la legitimidad de la práctica artística en su relación con la política” (http://gastv.mx/relatoria-conversatorio-iii-la-posibilidad-de-lo-politico-en-el-arte-contemporaneo/).

 

El tono de la conversación provocó una discusión posteriormente en torno a la postura utilitarista que se da respecto a la política en el campo del arte, frente a lo cual yo me pregunto si efectivamente esto es sintomático pero de un problema que abarca mucho más que una impotencia política. Cuando uno analiza las críticas que suelen hacerse a los modos en que el arte trata con la realidad, lo que subyace es mucho más que un problema de legitimidad.

 

La modernidad trajo consigo el anuncio de una transformación que nunca tuvo lugar, o al menos no en el sentido de lo propuesto. Bolívar Echeverría explica que:

“La modernidad, motivada por una lenta pero radical transformación revolucionaria de las fuerzas productivas, es una promesa de abundancia y emancipación, una promesa que llega a desdecirse a medio camino, porque el medio que debió de elegir para cumplirse, el capitalismo, la desvirtúa sistemáticamente. Sólo así es que la ‘muerte de Dios’ llega a convertirse en una deificación del Hombre, que la apertura del mundo de la vida termina por llevar a una clausura futurista del tiempo y a un estrechamiento urbanicista del espacio, que la liberación del individuo desemboca en una pérdida de su capacidad de convivir en reciprocidad con los otros y una sujeción siempre renovada de una comunidad ilusoria” (Echeverría, p. 265).

 

Dicha problemática que plantean como síntoma de una ansiedad, no es más que esta pérdida de capacidad de la que habla Echeverría y en este sentido, más que ser un síntoma o un refugio para la radicalidad, es resultado de este proceso ilusorio de transformación. El campo del arte en este sentido, más que servir como refugio, sirve sólo como un campo más de despliegue de fuerzas para individuos que nunca llegan a concretarse. El capitalismo moderno ha puesto en marcha lo que Echeverría denomina como una “voluntad cósica” que ha tornado a la comunidad humana en un mero objeto dispuesto para su compra-venta en el mercado capitalista. Echeverría menciona también que precisamente en medida en que “avanza el predominio real de este tipo de existencia humana, en esa misma medida se ha impuesto también la tendencia ideológica del discurso moderno a eliminar el tema de la sujetidad o la libertad como hecho constitutivo de la condición humana, reduciéndolo a lo que en ella hay de mera necesidad u objetividad” (Echeverría, pp. 38-39).

 

El término de ‘lo político’ suele estar asociado a un campo de contestación entre ideas opuestas. Jeremy Gilbert explica que la “Política en este sentido es la esfera en donde los movimientos sociales, partidos políticos, ideologías de amplia escala y las poderosas instituciones luchan para determinar los resultados de las grandes preguntas sobre en qué tipo de sociedad queremos vivir” (Gilbert, p. 8). Precisamente creo que en muchos sentidos, la pregunta por lo político en el arte se ha vuelto un absurdo. Más allá de conformar un campo de contestación, se ha dedicado a conformar un campo de autocomplacencias. Si el proceso de producción en los individuos está directamente vinculado, tal como explica Marx, a un proceso de autorrealización, y si aquello que guía este proceso de autorrealización está guiado a su vez por un mero consumo disfrutativo, el camino de la autotransformación se dará precisamente sobre este mismo eje, derivando entonces en que la posibilidad de generar alternativas a la realidad sea prácticamente nula.

 

El problema de que el campo artístico sea comprendido como un mero refugio debe de ser superado ya que mientras esto siga siendo comprendido de tal modo, los individuos que participan de él no sentirán “la necesidad de desgarrar el telón de prejuicios, hábitos mentales y lugares comunes sobre el cual se proyectan sus actos prácticos” (Sánchez, p. 23). Muchas de las instituciones se han vuelto hoy espacios que acogen a estos hombres prácticos, donde la producción lejos de ser reflexiva se ha volcado sobre el seno de una conciencia ordinaria, donde lo práctico es visto meramente como productivo y, en cuanto tal, se alinea con el proyecto de producción capitalista y de esta noción de lo práctico-utilitario.

 

Este estatus apolítico, según Sánchez Vázquez, “excluye (a su vez) a estos de la participación consciente en la solución de los problemas económicos, políticos y sociales fundamentales, y, con ello, queda despejado el camino para que una minoría se haga cargo de estas tareas de acuerdo con sus intereses particulares” (Sánchez, p. 27). Los procesos de producción tienen que ver con la transformación de la naturaleza donde el resultado reactúa tanto en el sujeto que la produce como en aquel que la consume, y a su vez transforma la misma noción de naturaleza sobre este sujeto. Si esta relación con la naturaleza (o medios) como forma de producción, está mediada por un estatus de confort, lo que tiene lugar es una simple voluntad por satisfacer necesidades inmediatas.

 

Los espacios, así como los objetos, posibilitan el consumo de significaciones, es decir que a las formas de consumo y de producción de sociabilidad debemos agregar las formas de consumo y producción de significaciones. La posibilidad entonces de relacionarnos, pero también de afectar al Otro, está directamente vinculada con esta posibilidad comunicativa, es decir, en este proceso de producción y consumo del objeto se producen y consumen también significaciones. Echeverría explica que:

 

“Hay -insistimos- el ciframiento de una significación en la forma del objeto práctico y hay un desciframiento de la misma que consiste exclusivamente en el consumo formalmente adecuado de dicho objeto. El sujeto productor, al dar la forma concreta al producto, -por el caso al pan- está cifrando un determinado mensaje acerca de cómo debería ser aquél que consuma ese objeto. El consumidor de pan, que requiere transformarse en el acto de consumir, se transforma efectivamente, y lo hace acatando por un lado y desacatando por otro la sugerencia de ese mensaje práctico. Se transforma, al menos básicamente, de un sujeto hambriento en un sujeto saciado. Pero, sobre todo, pasa de ser un sujeto hambriento en un determinado sentido a ser un sujeto saciado tanto en ese sentido, el suyo, como en otro, el que viene con la forma -la consistencia, el sabor, la apariencia- del pan que consume. La forma de un objeto sólo transforma a aquel sujeto que, transformándose él mismo al transformar a otros, requiere que los otros, al transformarse a sí mismos, lo transformen” (Echeverría, p. 100).

 

Si este espacio de lo político se sacia entonces en el marco del refugio, el problema es que inacción y complacencia anulan los límites que debemos de trascender y las consecuencias prácticas de esta transformación se reducen a cero. Que Marx dijera que “El arma de la crítica no puede sustituir a la crítica de las armas”, tiene que ver precisamente con este paso de la teoría a la práctica o bien, con este paso donde ambos se implican mutuamente. Sánchez Vázquez menciona que “la teoría que por sí sola no transforma al mundo real se vuelve práctica en cuanto prende en la conciencia de los hombres. De este modo quedan señalados sus límites y la condición necesaria para que se vuelva práctica: por sí sola es inoperante y no puede reemplazar a la acción, pero se vuelve una fuerza efectiva -un “poder material” -cuando es aceptada por los hombres” (Sánchez, p. 124).

 

Es indispensable ir un paso más allá y que la impotencia se vuelva potencia transformadora. Es cierto que estamos atravesando una guerra de baja intensidad donde uno de los objetivos es precisamente alejar a la práctica teórica de las necesidades prácticas, ya que en medida que esto ocurra, el paso del pensamiento a la acción será cada vez más distante. Es necesario también reconocer que lo que producimos y consumimos, tanto objetos como significaciones, está directamente vinculado con el paso hacia la praxística, constituyendo así la potencia donde la transformación es efectivamente emprendida hacia una estricta producción de nuevos valores o plusvalía.

 

 

 

Bibliografía

 

Sánchez Vázquez, Adolfo. Filosofía de la praxis, Ed. Grijalbo, México, 1980.

Echeverría, Bolívar. Definición de la cultura, Ed. FCE e ITACA, México, 1999.

Gilbert, Jeremy. Anticapitalism and Culture. Radical Theory and Popular Politics, Ed. Culture Machine Series, EUA, 2001.

“Relatoría/conversatorio III: La posibilidad de lo político en el arte contemporáneo”, Revista Gastv, disponible en línea: http://gastv.mx/relatoria-conversatorio-iii-la-posibilidad-de-lo-politico-en-el-arte-contemporaneo/.

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