Back to School
Francisco Saldaña - 22/08/2013
Por Eduardo Cadaval - 19/02/2015
“Tanto peca el que mata la vaca como el que le jala pata.”
Refrán popular
La convocatoria abierta para adherirse al desplegado “El otro lado de la democracia”, disponible en el blog de Proyecto Público, es una invitación para que como arquitectos y ciudadanos rehusemos participar en aquellos proyectos de obra pública que no cumplan con unas mínimas exigencias democráticas y de transparencia en la forma que son gestionados y asignados. Se trata de un pacto para no formar parte de aquello que tanto criticamos y que tanto daño hace al país. De dejar de hacerles el juego a aquellos políticos o instituciones que utilicen métodos oscuros -cuando no corruptos- para asignar la realización de los proyectos arquitectónicos, para la construcción de la obra pública. La postura es muy simple: si ellos no cambian de estrategia, por lo menos hagámoslo nosotros.
Toda la evidencia indica que hacer obra pública en México es la historia de un fracaso anunciado y sin embargo, una cierta inocencia nos hace pensar que nosotros sí seremos capaces de conseguir aquello que no se ha conseguido con anterioridad, que esta vez parece ser que las cosas serán diferentes. Lamentablemente ahí están todas las evidencias que apuntan a lo contrario: obras construidas con premura y sin control, con graves vicios ocultos o plagadas de escándalos sobre su gestión; notas periodísticas sobre desperfectos o sobrecostos en obra sobre los que el arquitecto no tuvo injerencia, pero que sí que afectan a su prestigio.
Hacer proyectos para el beneficio público se encuentra prácticamente incrustado en el ADN de la profesión y en las aspiraciones más sinceras de muchos arquitectos. El problema es que en muchas ocasiones para conseguirlo uno tiene que hacerse participe de un sistema viciado que en poco ayuda a que las cosas mejoren. En el caso de México, no estoy seguro de que no sea más dañino participar del sistema que no hacerlo. Actualmente los arquitectos no tienen muchas opciones si quieren hacer obra pública, el problema es que al participar del sistema ayudamos a que este se perpetúe.
Cualquiera que haya estado cerca de cómo se gestionan la gran mayoría de los proyectos en las entidades gubernamentales puede testificar lo mal que se hacen las cosas. La irresponsabilidad, la ineficiencia, la corrupción y el poco cuidado que se tiene con los bienes públicos y la gestión de dinero. Esto es especialmente grave en un país plagado de pobreza. Entonces, ¿por qué prestarse a ello?, ¿por qué es mejor intentar cambiar las cosas desde dentro que no hacer nada? Dejemos de ser tan inocentes. Normalmente las cosas que empiezan mal, acaban mal, y en el caso de la obra pública las posibilidades de que esto sea así, se multiplican.
Parece haber un cierto consenso en que el país pasa por un periodo de emergencia, que requiere medidas extremas. Si hay periodistas jugándose la vida porque en nuestro país haya libertad de prensa, ¿qué hacemos los arquitectos por mejorar al país en el ámbito que nos atañe? Si existen miles de activistas que trabajan para que se respeten los derechos humanos, a base incluso de arriesgar su propia integridad, ¿por qué los arquitectos no podemos salir de nuestra zona de confort y cambiar de estrategia para conseguir que en lo que nos atañe las cosas cambien?
Siempre he tenido la sensación de que este es un tema generacional, que serán los jóvenes los que cambiarán las reglas del juego y que no se prestarán más a trabajar bajo sistemas poco transparentes. Sorprende que los arquitectos consagrados o en etapas finales de su vida profesional no se sumen con más fuerza a cambiar las dinámicas negativas de nuestra profesión. ¡Ya no tienen nada que perder! ¿A poco les interesa más no cerrar la puerta a que un delegado les encargue un proyecto, que ayudar a limpiar el camino para futuras generaciones?, ¿piensan acaso que el sistema está bien?, ¿que funciona?
Seguramente habrá quien encuentre múltiples imprecisiones en el documento disponible en Proyecto Público o que se pregunte qué significa comprometerse “a no ser parte de proyectos públicos que no nazcan de buenas prácticas democráticas”. La propuesta es sencilla: si queremos que cambien las cosas quizás es necesario dar un paso más, tomar acción. ¿Quién quiere jugar un deporte sin reglas? No entremos a un terreno de juego lleno de trucos y de juego sucio, donde no solo hay zancadillas, sino con el riesgo real de que a alguien le rompan las piernas.
¿Quién más firma?
Aquí esta el enlace:
Imagen: Filip Dujardin