Obra en Obra: Mario Navarro
Jimena Hogrebe - 20/06/2017
Por Víctor Alcérreca - 04/09/2014
We owe it to the fields that our houses will not be the inferiors of the virgin land they have replaced. We owe it to the worms and the trees that the buildings we cover them with will stand as promises of the highest and most intelligent kinds of happiness.
-Alain de Botton, The Architecture of Happiness
Después de más de una década de habitar una colonia intensamente “redensificada” de la Ciudad de México, he experimentado de primera mano el escenario que en días recientes describieron Georgina Cebey y Diego Olavarría en un artículo titulado “Demoliendo la del Valle” (http://www.letraslibres.com/blogs/polifonia/demoliendo-la-del-valle). Soy vecino de la Colonia Nápoles, comparto desde aquí sus preocupaciones:
“Fernando” –habitante de la Colonia del Valle entrevistado por los autores- “ha visto a los vecinos de su calle desaparecer con el tiempo: han muerto, se han mudado, las casas han sido heredadas a hijos que prefieren venderlas que hacerse cargo de las numerosas reparaciones que casi siempre necesitan. También ha visto cómo cada una de las casas vendidas se ha derrumbado para convertirse en edificio. “Del otro lado de la calle vivía una pintora. Al poco tiempo de que se murió, derribaron su casa para construir unos apartamentos de 9 millones de pesos”. El edificio al que se refiere es una construcción contemporánea, sin carácter definitorio, que exuda un aire de lujo fabricado en serie.
No repetiré los argumentos bien expuestos del artículo. Ni pretendo dejar aquí un manifiesto NIMBY reciclado. La ciudad y su infraestructura –hidráulica, sanitaria, vial, cultural- pueden y deben ser compartidas por más habitantes, hasta donde sea viable hacerlo. El foco de esta nota pretende estar en ese carácter “lujoso” y “contemporáneo” que se señala, asunto que también merece de atención.
Con las polémicas normas 30 y 31 en revisión, que no suspendidas, es oportuno cuestionarse si la edificación intensificada podría ser una posibilidad de crítica y renovación de las tipologías y el carácter de los edificios que nos rodean. El entorno construido engorda y, sin embargo, no se mueve. Respecto al programa arquitectónico de los nuevos vecinos, su función y por tanto su fondo, se pretende sólo alojar a más personas con las mismas necesidades de medio siglo atrás. La jerarquización y organización de las funciones de una vivienda extensa se tratan de trasladar a toda costa. Los hábitos -la raíz de la habitación- son inmóviles en las premisas de promotores y diseñadores, al tiempo que la normatividad alrededor del negocio inmobiliario tampoco ayuda a sacudir dichas preconcepciones: todos vivimos con un número estándar de miembros de familia, de número de baños y de autos. Todos hacemos uso de la sala.
En la forma de los nuevos proyectos se pueden observar dos tendencias. Por un lado, se forran estructuras con acabados simulados (madera plástica, piedra estampada y hasta el innombrable muro verde en rollo) para aspirar a ser otra cosa. Por otro lado encontramos la apuesta por la desnudez del concreto como imagen de lo contemporáneo. He visto más de dos edificios de tabique terminar forrados de “concreto aparente”, moños y entrecalles incluidos. Esta última tendencia, híbrido monstruo de las dos anteriores, es la más decadente de todas. Vivimos desde hace tiempo el período postclásico del edificio de concreto aparente.
No contemos ya el número de degradaciones que ha sufrido el término “minimalista”. Muy lejos estamos de la distinción que hace Hal Foster en libro “El complejo arte-arquitectura”:
“No entiendo por ‘minimalismo’ una mera reducción a geometrías básicas ya tengan una expresión material pura o brutal (puede hallarse ejemplos de ambos casos en Ando y Zumthor) o, ciertamente, de una elegancia fetichista (en John Pawson y muchos otros). En mi concepción del minimalismo, esta reducción inicial solo se realiza para preparar una complejidad sostenida (…).“
En la arquitectura de la vivienda colectiva de esta ciudad, el concreto como acabado hace tiempo que es sinónimo de empobrecimiento de las ideas y de simplicidad. Junto a la reducción a esas geometrías básicas de las que habla Foster, van también la reducción de la experiencia de espacio y atmósfera, si nos atrevemos a pisar el terreno de los interiores que estas arquitecturas proponen. En las manos equivocadas, el gris y el blanco no son una paleta sofisticada: son el equivalente áspero del beige más neutro e insulso.
“No la modernidad, sino la repetición acrítica de lo moderno.” responde Anne Lacaton cuando Anatxu Zabalbeascoa le pregunta si la modernidad ha sido demasiado arrogante, “Los ideales modernos eran ambiciosos, pero humildes. Exigían esfuerzo al arquitecto y al usuario, pero ofrecían mejoras para todos. El problema llegó cuando se mantuvo la forma (desnuda) y se eliminaron las aportaciones (los espacios abiertos). La codicia convirtió las viviendas en oportunidad de lucro para los constructores. Y eso empeoró las propias viviendas. Debemos recuperar esa ambición de mejora.”
No estamos “condenados a ser modernos”. La arquitectura de Lacaton y Vassal es un ejemplo intrigante de investigaciones materiales, formales y programáticas que se cuestionan nuestras maneras de habitar y de edificar. En su caso la apuesta es por la ligereza, por la suma o la resta de capas como estrategia. La inminente densificación de nuestro entorno urbano abre una posibilidad de plantear nuestras propias investigaciones: congruentes con nuestro clima, hábitos y con nuestra idea de privacidad. Parafraseando a Alain de Botton: empáticos a la laberíntica realidad de quiénes somos, más que seducidos por una visión simplista de quiénes quizás seamos.
El trabajo de Jorge Ambrosi y Gabriela Etchegaray, por poner un ejemplo, aporta al menos el uso depurado y exigente de materiales considerados como demasiado ordinarios para ser “elegantes” ¿Qué más hay en el panorama de la arquitectura habitacional de nuestra ciudad? No mucho. O el horror, si uno se asoma a otras colonias. No debe quedar la especulación sólo en la lógica de lo monetario. La paradoja está en observar que el evidente déficit de vivienda se traduce automáticamente en un déficit de ideas.
A mediados del siglo pasado, un arquitecto como Mario Pani fue capaz de adoptar y catalizar en el suelo en la Ciudad de México los modelos de vivienda colectiva pensados en Europa. El caso del Centro Urbano Presidente Alemán sigue siendo paradigmático. La organización de la vida doméstica y su expresión formal como espacio construido recibieron de aquel proyecto aire fresco del que seguimos hoy respirando.
A manera de postdata, dejo aquí el inicio de un recorrido por la diversidad de la Colonia Nápoles. Diversidad que en el caso de las viviendas unifamiliares, y sin alarmas sentimentalistas, pudiera estar en riesgo:
En la cuchilla que forman las calles de Dakota y Texas hay un buen edificio de cajas de concreto apiladas que deja viendo a proyectos más recientes como torpes y viejos (este edificio tiene un hermano en otra cuchilla de la Del Valle, frente al Parque de Acacias). Muy cerca, en el número 109 de Filadelfia, vale la pena detenerse en un edificio sobrio, todo él resuelto con un ejercicio cuidado de modulación y una paleta controlada pero no pobre de materiales (acero, mármol, concreto y celosías de barro). Caminando una cuadra más sobre la calle de Nebraska se da fácil con los “hermanos” más fotografiados y filmados del barrio: los números 35 y 39 de Arizona. Decorados con grandes superficies de tabique vidriado, verde. Edificios llenos de texturas y con sus esquinas celebradas: extrovertidas las del 39 e introvertidas las del 35. Todos ellos “edificios anónimos”, no por su falta de autor, más bien por ignorancia de quien escribe.
A la visita le añadiría un predio colindante al Jardín Esparza Oteo. Con una fachada sur que ve al jardín, sobre la calle de Alabama, y dos frentes más (Nueva York y Missouri), este sueño de todo proyectista era hasta hace unas semanas una casa grande y refinada. En las fotos aéreas los árboles dentro del terreno y en su banqueta no la dejan ver. Llegaron ya la maquinaria y las vallas metálicas. La casa ya no existe y los árboles están condenados. Llegará otro edificio “elegante y contemporáneo”.
Se vale pecar de optimista y pensar que sus diseñadores consideraron que esos árboles, como lo propone Alain de Botton al final de su libro sobre arquitectura y felicidad, merecen ser cubiertos por habitaciones dignas de su desaparición. Y que, lo mismo que antes los campos vírgenes, la ciudad que se reconstruye merece el mismo cuidado. Se vale, pero si saco a pasear esa clase de optimismo por mi colonia es seguro que lo atropella un microbús.
pd (2): La primera versión de esta ruta de edificios “anónimos” estuvo guiada por Humberto Ricalde, maestro en el difícil arte de caminar con los ojos atentos. La ruta pudo haber sido animada por los buenísimos vodkas helados que sirven en el Mazurka, un nostálgico restaurante de la Nápoles que está en vías de remodelación.