La muy desprestigiada imagen del Colegio de Arquitectos de la Ciudad de México, debe parte de su origen a su nula presencia o la omisión culposa que sistemáticamente presume ante decisiones que atentan o representan una amenaza –también inigualables oportunidades de mejora- para el ámbito arquitectónico y la ciudad en su conjunto. La institución carece de voz y de un vínculo real entre sus agremiados y las autoridades, entre aquellos que dictan las políticas públicas y la comunidad que debe someterse o confrontarse a ellas, ¿hay algo peor? Quizá sí: carece de agremiados.
Las razones parecen sobrar para consolidar esa existencia inútil, las administraciones del CAM pasan una tras otra y se enfrentan a lo mismo: nulos recursos para actuar, instrumentos obsoletos para incentivar la participación de profesionistas, una desorganización comparable al tamaño de su burocracia y la apatía de jóvenes arquitectos –y algunos no tanto- que no entienden la función de este organismo que se supone debería representarlos. Tienen toda la razón, no los representa. Al menos no, cuando debe y de la forma en que se esperaría.
En la actualidad no puede dejar de verse a esta institución con cierto tinte nostálgico donde salvo grupos de Directores Responsables de Obra tienen acción, participación y temas que discutir. En otros tiempos, se discutía acaloradamente, se debatía la forma en cómo la profesión actuaba y se planteaban argumentos para consolidar la ciudad que se deseaba… eran otros tiempos. Algunos de estos diálogos por fortuna los recoge la colección de Cuadernos de Arquitectura del INBA, vale la pena consultarlos.
Sin embargo, hoy en día los arquitectos –será injusto decir que todos, pero somos varios- la vemos como una institución vetusta, arcaica, que no ha podido sembrar opiniones en temas de relevancia que a todos nos afectan. En esa lista puede mencionarse la construcción de la Supervía, la instalación de parquímetros, la alteración o demolición de obras arquitectónicas del siglo XX y la alteración y daño de edificios de valor histórico.
No ha existido voz oficial para proponer alternativas para regular el espacio público, para procurar la movilidad urbana altamente pregonada, para generar una cultura del concurso público, para homologar los aranceles de la profesión (una utopía), para defender la autoría de las obras construidas… para todo eso aún no hay voz que pretenda hacerse escuchar. ¿Acaso no hace falta? ¿Necesitamos más instituciones como ornamento?
La actividad gremial se diluye así entre un organismo vacio y la procuración de más reconocimientos y menciones otorgadas a la menor provocación. Habrá que decir que la credibilidad de las instituciones u organismos se demuestra con posturas fijas, constantes, sin oportunismos mediáticos, ni engaños culposos. Una vez que esto pueda establecerse como un código de acción, quizá entonces instituciones como ésta, que en su momento acogió a personajes importantes y fue sede de debates y discusiones acaloradas pueda ser de nueva cuenta tomada un poco más en serio.
Mientras tanto el escenario ideal que pretende tener el CAM para actuar no existe y si no busca consolidarlo tomando riesgos y observando la realidad en la que se desarrolla el quehacer arquitectónico, una vez más habrá fracasado sin intentar obtener el éxito.