Obra en Obra: Mario Navarro
Jimena Hogrebe - 20/06/2017
Por Eduardo Cadaval - 19/03/2015
José María Buendía, “uno de los pocos maestros de Arquitectura” en palabras de Alberto Kalach, impartió durante varias semanas sus clases universitarias envestido con una bata blanca y con un estetoscopio colgado del cuello. Su disfraz era la respuesta a la demanda por parte de las autoridades universitarias para que “fuese doctor” y poder acceder así al siguiente escalafón de su dilatada carrera académica. Formador de generaciones enteras de arquitectos en México, Buendía rondaba en esos momentos los sesenta y tantos años, contaba con una prolífica trayectoria profesional y pedagógica que hacían que pedirle que comprobara sus conocimientos a través de un doctorado fuera tan absurdo como irónica fue su respuesta.
Las escuelas de profesiones prácticas -ingenierías, negocios y arquitectura entre otras- requieren de criterios distintos para la contratación de personal docente. Sus profesores -para la mayoría de las áreas, no en todas- han de estar ligados a la práctica profesional y sin embargo muchas universidades en distintas partes del mundo han homogeneizado los requisitos de contratación con aquellas de las facultades científicas o de humanidades, donde el doctorado forma parte del propio desarrollo profesional que está estrechamente ligado al ámbito académico, es decir, un científico se doctora porque forma parte de su propio desarrollo profesional; su tesis doctoral se inscribe en las investigaciones en las cuales trabaja. En las que son literalmente su trabajo. En el caso de las escuelas de profesiones prácticas el doctorado no forma parte del ámbito laboral, en ocasiones puede ser un camino paralelo, pero en muchas otras es lo opuesto al desarrollo profesional.
No es un tema menor, ni un problema exclusivo de quien opta por una posición académica. Debido a los requisitos vigentes y en especial al de la exigencia de un doctorado para ser profesor titular, muchas universidades se están llenando de gente que nunca ha practicado lo que enseña. Que en el mejor de los casos no conoce las realidades de la cotidianidad profesional y en el peor, simplemente no sabe de lo que habla. En España, es más común entre los doctorandos anhelar a convertirse en funcionario público -empleado del gobierno- que tener un verdadero interés por la academia. Se busca un refugio, la seguridad de una salida profesional ajena al vaivén del mercado laboral, lo cual por sí mismo y de forma individual es lícito, pero si se evalúa el precio que paga la sociedad en conjunto no lo es tanto.
Si la academia se pretende vigente en el siglo XXI -especialmente la de las escuelas profesionales o de profesiones prácticas- ha de modernizarse, no es posible que el único camino de producción de conocimiento o de acceso al mundo académico sea un doctorado o post-doctorado (ese elegante título para encubrir la precariedad laboral). Basta con poner atención a lo que está sucediendo en múltiples ámbitos para comprobar que existen muchas otras formas de producir conocimiento. Generaciones y sectores enteros -el tecnológico es el más claro- han tenido que abandonar la academia por su falta de dinamismo.
En la actualidad existe ya una burbuja de doctores y doctorandos en varios países. Miles y miles de horas de estudio que en muchos casos se realiza por falta de oportunidades laborales o con el único propósito de cumplir con los requisitos para optar por una plaza docente que quizá nunca estará disponible. Edificios y aulas que mantener, personal y electricidad que pagar para generar documentos que llegan a ser inútiles, sin calidad, ni rigor, que nada aportan y que sólo un puñado de gente leerá; en muchas ocasiones pagado con dinero público que pudo haber sido usado para otra cosa. Sin embargo, el sistema se auto protege y muy pocos dentro del mundo académico parecen cuestionar su efectividad o eficiencia.
Recordemos que nos referimos en específico al ámbito de la Arquitectura. No estamos hablando de un área científica o social donde las investigaciones terminarán por tener un impacto positivo tangible. Las tesis doctorales en Arquitectura son en muchos casos biografías débiles, obsesiones inútiles o reiteraciones aburridas. Este texto no pretende ser un argumento contra la realización de estudios de doctorado -faltaría más-. Sí lo es en contra de imponer el grado como un requisito insalvable para acceder a impartir clases de forma titular y con ello sustituir la experiencia profesional por la academia.
Las facultades de Arquitectura públicas en Suiza restringen las cátedras prácticas a profesores con experiencia. Si un profesor no tiene un despacho o no es un arquitecto practicante simplemente no puede dar clases de taller de proyectos; si no ha calculado edificios, no puede dar clases de cálculo estructural. En Estados Unidos, que quizá tiene el sistema universitario más dinámico a nivel mundial, las escuelas profesionales cuentan con un 20% de profesores de tiempo completo -que son su órgano de gobierno- y el resto de la plantilla docente está compuesta por profesores asociados titulares o profesores en práctica de tiempo parcial a los cuales se les exige ser relevantes en su ámbito profesional y no, en cambio, haber realizado estudios de doctorado.
Las escuelas parecen correr como caballos desbocados para cumplir con aquellos requisitos que las validen o les permitan captar recursos económicos. Muchas veces esto sucede según sus méritos de investigación y no por la calidad docente. Si hay que pedir doctorados, se piden, si hay que disfrazar de investigación algo que no lo es, se hace. Frente a esto parece urgente reflexionar y alertar sobre el tipo de escuelas de Arquitectura que estamos construyendo para el futuro. Los requisitos de contratación que regulan muchas universidades en la actualidad, darán como resultado escuelas profesionales, sin profesionales. Profesores de tiempo completo sin experiencia práctica porque el propio sistema la aliena. Después de todo ¿quién quiere ser operado del corazón por un teórico experto en operaciones a pecho abierto que nunca ha realizado una?