Fernanda Canales
- 18/05/2012
Por Marcos Betanzos - 20/08/2014
En México se recolectan diariamente más de 90 toneladas de basura, nuestra producción alcanza un total aproximado de 770 gramos por persona al día, según datos (demasiado optimistas) del INEGI. Hemos duplicado en sólo 50 años la producción de desechos sólidos per cápita, tales cantidades llegan sin restricción ni control alguno a diversos tiraderos a cielo abierto, los cuales dominan un panorama fundamentalmente caracterizado por la clandestinidad al representar un 87% de los existentes mientras que sólo el resto son rellenos sanitarios oficialmente establecidos, aunque no siempre controlados y regulados bajo normas o autoridades oficiales.
Reciclamos casi nada, sólo un 10%. En los últimos años el incremento en este rubro ha oscilado solamente entre 1% y 3% de nuestra producción diaria. Si comparamos esto con el 60% que logran países como Alemania y Austria o si nos referimos al 95% que alcanza Holanda, donde además el 37% de sus residuos son ocupados para generar energía, la situación ambiental comienza a obtener escala. Estamos en pañales y nada parece demostrar que la inercia negativa vaya a cambiar en el corto o mediano plazo.
Las leyes en la materia establecen que la prioridad del Estado debe de ser la minimización de los residuos, posteriormente el reúso, después el reciclaje, el confinamiento y finalmente el tratamiento térmico. Nada de eso sucede, por lo menos cómo debería de suceder. Lo que se ve solamente es cómo por aquí y por allá comienzan a desvanecerse los límites de esas reservas territoriales; también el modo en cómo se consolida la peculiar topografía de la basura que, sin aviso y por constancia, se convertirá en el único rastro antropológico de nuestros días mientras nuestra relación con ella se fundamente en tres momentos únicos que se perciben inalterables: generación, recolección y disposición final. Esta última la más alarmante al ocupar grandes extensiones de tierra que, por improvisadas, se convierten en detonadores de todo tipo de contaminación ambiental y problemas sociales.
La arquitectura y el diseño desde siempre han encontrado en la actividad del reciclaje un campo fértil de experimentación, habrá que decir que antes no existía pretenciosamente la idea de combatir un problema ambiental de índole global. Quien trabajaba con basura, por ejemplo Simon Rodia (1879-1965) con sus Watts Towers, lo hacía simplemente por una convicción personal, un mecanismo artístico más que un instrumento codificado para ejemplificar moralmente.
Sin embargo, con la arrogancia de la “ola sustentable”, esto (el reciclaje) se ha incrementado vertiginosamente en años recientes y en gran medida, sin un sentido preciso que persiga algo más que el éxito comercial y la insistencia de unirse a una causa para aportar un granito de arena a través de una falsa “sensibilidad ecológica” totalmente superficial en muchos casos. Así, no se ha alcanzado en realidad el objetivo primario de concientizar sobre los hábitos de consumo y las prácticas de la industria manufacturera, los sistemas y métodos de tratamiento o disposición final, así como los beneficios económicos que el reciclaje puede producir.
El tema se ha convertido en una moda, una ruta de escape para liberar el peso de la conciencia a través del mismo mal: el consumo desmedido que tiene como instrumento de operación la exotización y el prejuicio inmediato. La arquitectura entonces, alejada del análisis y la decantación que exige el entendimiento de la naturaleza de aquellos objetos desechados y (todos) sus potenciales, se ha reducido a la repetición de soluciones constructivas -fundamentadas en la selección de artefactos a los cuales se les ha atribuido un valor estético o arquitectónico por encima de cualquier otra cualidad transcendental.
Para producir más objetos (para la arquitectura o el diseño), en el peor de los casos las evocaciones son figurativas y tal parece que todo puede limitarse a una solución técnicamente pobre que prescinde de la tecnología y el conocimiento aplicado, pero que encuentra en el etiquetado sustentable toda justificación para no someterse a una valoración real y sin moderaciones. La experimentación encuentra lugar en esta práctica frecuente de dar una solución a media tinta.
Si bien lo difícil comienza en tener la capacidad de determinar qué es aquello que no debe llegar al campo de la basura, no queda más que recordar que lo extraordinario puede recaer en la prudente decisión de no extraer de la basura algo que no podrá ser mejorado en un nuevo ciclo de uso.
Debe quedar claro: el reciclado de desechos tiene una estética asociada a factores económicos, sociales, culturales y también –pero no exclusivamente- ambientales; una acción que puede ser, por comprometida, perversa o sofisticada, que delate prácticas comunes para el mundo de la superficialidad y el consumo o que las elimine trascendiendo las fronteras de nuestra profesión. Michael Braungart, afirma que en tiempos pasados los desechos industriales y de la manufactura de muebles eran tan tóxicos que debían ser tratados como materiales peligrosos. Ahora pueden ser usados como abono en el jardín.
Por eso, en el tema debe imperar la calidad más que la disposición o la buena voluntad de combatirlo exclusivamente como un asunto moral. No hay que pensar más en el desperdicio y el reciclaje, todo ya es reutilizable sin necesidad de ponerle otra odiosa etiqueta verde.
Fotografías: Marcos Betanzos
Watts Towers
Tiradero Neza II